Este artículo se publicó hace 3 años.
Europa rechaza la mitad de las solicitudes de asilo que piden los afganos
La crisis afgana no está teniendo –de momento- un impacto migratorio significativo en las fronteras europeas. Aunque aumentan las voces que advierten de un drama de refugiados en el Viejo Continente como el de 2015, Afganistán no es Siria y Europa no es la misma que seis años atrás.
María G. Zornoza
Madrid-
Crece el nerviosismo y el interés mediático en torno a una nueva crisis migratoria a las puertas de la UE como resultado de la vuelta al poder de los talibanes. Pero, ¿cuál es la situación actual de los refugiados afganos en suelo comunitario? Desde 2008, unos 600.000 afganos han solicitado asilo en algún país de la UE. El 48,3% han sido rechazadas, según el Instituto Italiano para los Estudios Políticos Internacionales. De su estudio se desgrana que con el 90% de aceptación de solicitudes, Italia es el país europeo que ha concedido más visados en la última década. España, con una tasa que ronda el 70%, es el cuarto. No obstante, tras la crisis de 2015, Alemania se ha erigido como uno de los países del mundo que más refugiados afganos ha acogido. Sin embargo, la realidad es que la inmensa mayoría no salen de la región. Solo en 2020, Pakistán acogió a más de 1.400.000.
Muchos de los afganos que llaman a la puerta europea son devueltos al país porque los Estados miembros han considerado tradicionalmente a Afganistán como un Estado seguro. Durante estos más de 10 años, han sido retornadas a Afganistán desde Europa unas 70.000 personas, aunque según cálculos de la Comisión Europea, el 80% de estas devoluciones son voluntarias.
El drama afgano no está teniendo, por el momento, un impacto importante en las fronteras del Viejo Continente. Si bien el número de solicitudes de asilo aumentó en junio por cuarto mes consecutivo, sigue siendo muy bajo. Unas 6.000 personas procedentes del país centroasiático pidieron en junio protección internacional en un Estado miembro. Los afganos constituyen el segundo contingente de la UE, solo por detrás de los sirios. Aunque su tasa de aceptación está muy por debajo: el 87% de los sirios consiguieron este mes el estatus de refugiados; mientras que en el caso de los afganos fue el 56%. En el otro extremo de la tabla se encuentran marroquíes y bangladeshíes con un 6% y un 4%, respectivamente, según la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO).
¿Cuál es la situación actual?
Muy crítica. En lo que va de año, más de 400.000 afganos han abandonado sus hogares como consecuencia del conflicto perpetuo, las sequías, las hambrunas o la pandemia del coronavirus. La implacable conquista talibán ha acelerado este drama humano. Según datos de la ONU, el 80% de las personas que huyen de la violencia del grupo fundamentalista son mujeres y niños. Pero, ¿dónde ir? Las fronteras, de momento, están cerradas. No solo las europeas, sino las del propio país.
La única vía de escape es el aeropuerto de Kabul, cuyos accesos están fuertemente restringidos por los insurgentes. La dificultad no es solo conseguir una plaza en alguno de los aviones fletados por la comunidad internacional, el gran peligro arranca ya en el recorrido hacia el aeropuerto y los puestos de control. Una madre ha perdido a su hija en una de las avalanchas hacia ese destino.
Medios hay, pero no existe cooperación con la insurgencia para que desbloquee la situación. Una aeronave alemana despegó con tan solo siete personas a bordo por la incapacidad de que más personas pudiesen alcanzar las instalaciones aeroportuarias. Los desplazados dentro del país superan ya los 3,3 millones de personas.
¿Quién está consiguiendo abandonar el país?
Los operativos iniciados por los países de la UE y Estados Unidos solo abarcan, de momento, a sus nacionales y a locales afganos que han colaborado con las tropas y las embajadas durante estos 20 años de intervención militar. También engloban a un número reducido de personas amenazadas por el radicalismo talibán. La prioridad transatlántica es repatriar a los suyos. Y no está siendo nada fácil. La comunidad occidental pecó de ingenuidad. La OTAN o la propia UE han reconocido que no vieron venir esta hecatombe. Al menos en el muy corto plazo, y por ello, no se adelantaron a los dramáticos acontecimientos.
Tras el ascenso talibán, han sido evacuadas del país unas 18.000 personas — casi la mitad estadounidenses—. Entretanto, los insurgentes están mostrando su verdadera cara, que difiere mucho de esa dulcificación que intentaron transmitir poco después de cercar Kabul. Han buscado y asesinado a un familiar de un periodista de la televisión alemana DW, marcado las casas de activistas, perseguido a las minorías o apartado a las mujeres de sus puestos de trabajo.
Prioridades en el corto plazo…
El objetivo principal de los europeos es sacar del país a los nacionales y a los trabajadores afganos que han colaborado durante todos estos años, labor por la que sus vidas está en peligro. Para ello, se está trabajando en crear corredores humanitarios que comuniquen la capital con el aeropuerto. Pero no está siendo fácil: los talibanes no colaboran pese a las llamadas de la UE y de la OTAN.
Josep Borrell, Alto Representante de Exteriores de la UE, reconoció recientemente que es necesario entablar un diálogo con los talibanes. Ipso facto para poder realizar estas tareas de evacuación, pero a largo plazo para evitar que el país vuelva a convertirse en un santuario de terroristas. La ONU advierte en su último informe sobre el grupo de que la milicia liderada por Abdul Ghani Baradar continúa teniendo fuertes vínculos con Al Qaeda.
…y en el medio-largo recorrido
Una vez superado el caos de las repatriaciones, la UE tiene la vista puesta en prepararse ante un más que posible éxodo afgano. Los esfuerzos están focalizados en evitar una crisis migratoria como la del 2015, cuando llegaron a las fronteras europeas más de un millón de personas huyendo de la guerra en Siria. La situación es distinta. Si hace seis años había algún tipo de voluntad política para acoger a refugiados, no es tal hoy a día de hoy.
Las fuerzas ultraconservadoras están dejando su huella en una política migratoria y de asilo que potencie el cierre de puertas. Alemania y Francia tampoco están dispuestos a asumir el coste electoral que el Welcome Refugees supondría en unos comicios tan importantes como son los de los próximos meses y con el auge de las extremas derechas.
El objetivo es ayudar a los países vecinos para que los solicitantes de asilo no crucen a Europa. Irán o Pakistán acogen al 90% de refugiados afganos en estos momentos. Y la propia Angela Merkel ha señalado que una de las lecciones aprendidas de la última crisis migratoria es que hay que dar más asistencia financiera a terceros países. La fórmula de los acuerdos con Turquía, Marruecos o los guardacostas libios llegó para quedarse.
¿Crisis a la vista? Afganistán no es Siria
Durante el arranque de la ofensiva talibán, los europeos se mostraban con "preocupación" pero no con "desesperación". Si una nueva crisis migratoria provocada por la situación afgana llega, desde luego que no será en las próximas semanas. Los 600 kilómetros que separan Damasco de Nicosia no son los 5.000 kilómetros entre Kabul y Atenas. El componente geográfico es crucial: las distancias son muy largas y las fronteras están cerradas. Además, ha calado el mensaje de cerrojo que Europa lleva años proyectando.
Sobre la mesa hay ideas de cómo gestionar un posible éxodo o cómo dar protección a muchas de las personas amenazadas por la ley de la sharia extrema que imponen los talibanes. Lo que no hay es unidad europea ni una política de asilo común. Algunos países como Austria han propuesto crear centros de deportación próximos a Afganistán. Y el presidente francés Emmanuel Macron ha dejado claro que hay que "protegerse contra los flujos migratorios irregulares" que se dirigen a Europa.
Borrell ha ido más allá rescatando del cajón de sastre una Directiva de 2001 que nunca ha sido utilizada y que contempla la acogida de personas en peligro a través de un mecanismo de emergencia. En cualquier caso, la idea de un gran plan de reparto de refugiados a nivel UE no está en ninguna conversación de Bruselas. Un lustro después, Europa sigue arrastrando las divisiones que creó el experimento de las cuotas obligatorias. El eje anti-inmigración liderado por Hungría o Polonia lo han utilizado para cargar contra el proyecto comunitario y para generar votos a nivel interno. Y la estrategia no les ha salido mal. La Europa del cerrojo actual difícilmente sería la misma sin esta huella iliberal.
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