ROTTERDAM
Actualizado:El islam es una amenaza para los valores democráticos y Europa, que entrega nuestro dinero a los refugiados al tiempo que recortar los servicios públicos, no está haciendo nada para enfrentarlo, así que sólo queda abandonar la UE y cerrar las fronteras.
Con este simple silogismo Geert Wilders, el líder xenófobo de la ultraderecha neerlandesa, ha convencido al electorado de que el debate en estos comicios no es sobre educación, sanidad o pensiones sino sobre identidad: 'Make the Netherlands ours again’ (Hagamos los Países Bajos nuestros de nuevo).
Más allá del resultado electoral de este miércoles, en el que se augura la victoria del Partido para la Libertad (PVV) de Wilders pero en un escenario demasiado fragmentado para que pueda formar gobierno, el verdadero triunfo del político del tupé teñido ha sido la polarización del debate: los partidos tradicionales, encabezados por la derecha liberal del aspirante a la reelección Mark Rutte, han tenido que escorar su postura ante la sangría de votos que pronosticaban las encuestas.
Aquellos "que no estén de acuerdo con los valores holandeses (…) las personas que se niegan a adaptarse, a cumplir nuestros hábitos y que rechazan nuestros valores, (y) los que acosan a los homosexuales, a las mujeres con faldas cortas, (…) es mejor que se vayan”, insistió Rutte días antes de iniciar la campaña electoral.
“Desde la llegada de Wilders”, apunta Hasib Moukaddim, una de las voces más respetadas de la comunidad marroquí en el país, los partidos tradicionales “han extremado sus posturas sobre los migrantes y la integración”.
Pero no sólo los partidos políticos, la propia sociedad neerlandesa se ha alejado de la imagen de tolerancia y progresismo de la que ha hecho gala durante décadas.
Hoy, en cada rincón del país, desde los barrios turcos de Utrecht a la Amsterdam multicultural, las conversaciones giran en torno a la migración: “Hay demasiados”, asegura Adrie. “Pero son buena gente”, agrega apenas un segundo después este quincuagenario que trabaja en labores de limpieza en Almere, bastión electoral de Wilders.
Desde su atalaya de las redes sociales, esquivando el cara a cara con los periodistas, Wilders ha logrado dominar la agenda política del país. Cualquier propuesta constructiva queda inevitablemente silenciada por la acritud del debate populista:
“Esta es nuestra tierra señor Kuzu, no su tierra. Turquía es su tierra. Váyase rápido y no vuelva nunca”, escribió Wilders en su cuenta de Twitter al parlamentario holandés de origen turco y fundador del partido Denk (“Piensa”), Tunahan Kuzu, después de que este lo comparará con Hitler.
Horas más tarde, en la televisión pública, Kuzu volvió a reafirmar sus palabras. Sólo había hecho "un paralelismo" entre el programa político de Wilders, que pide cerrar mezquitas y prohibir el Corán, con el del líder nazi en los años 30, que exigía "prohibir la Torá (libro sagrado judío) y cerrar las sinagogas", afirmó. Justo lo que Wilders estaba esperando.
El discurso de la minoría amenazada
Aunque en ocasiones se le compara con Donald Trump por su gusto por la postverdad, Geert Wilders va más allá del oportunismo político: es un islamófobo convencido con 19 años de experiencia como diputado.
Criado durante más de una década en las filas conservadoras del VVD, ya manifestó su islamofobia cuando ostentó el cargo de portavoz del VVD en el Parlamento. El islam era como aún es hoy su línea roja, y en 2004 abandonó el partido por discrepancias sobre el proceso de adhesión de Turquía.
Dos años más tarde lanzó su propia formación, el Partido para la Libertad, con la idea de aunar en un sólo movimiento a islamófobos y euroescépticos. Desde entonces, su discurso directo y populista, alejado de la retórica de los políticos tradicionales que tanto critica, ha ido calando en la sociedad neerlandesa.
Cada elección -a excepción del traspiés en la reválida de 2012- suponía un nuevo granero de apoyos. Sin alejarse de la premisa de “desislamizar Holanda”, Wilders ha ampliado su discurso, captando incluso votantes socialistas desencantados con el PvdA, la versión neerlandesa del PSOE, con propuestas como el aumento del gasto social, volver a la jubilación a los 65 años o reducir el coste de los alquileres.
“No es un oportunista con respecto al islam, aunque sí con su programa social”, sentencia Meindert Fennema, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Amsterdam y autor de un libro biográfico sobre Wilders. Ecléctico, firme defensor de Israel, donde pasó dos años de su juventud que probablemente incrementaron su aversión al islam, es capaz de instrumentalizar la causa LGTB o a las mujeres para capitalizar su mensaje islamófobo.
“Defiende los derechos de la mujer, los judíos y los colectivos LGTB en oposición al islam”, añade Fennema.Mas el ascenso de la ultraderecha no puede explicarse sin el atentado contra las Torres Gemelas en 2001, que sitúo a los musulmanes en el punto de mira de Occidente, y dos sucesos que conmocionaron los Países Bajos: el ecologista Volkert van der Graff asesinó en 2002 a Pim Fortuyn, el entonces nuevo líder de la ultraderecha que elevó la teoría de que la tradición progresista holandesa estaba amenazada por el islam; y un marroquí, probablemente trastornado por la retórica de sus cintas, acabó con la vida del polémico cineasta antislamista Theo van Gogh en noviembre de 2004.
Desde entonces, remarca Moukaddim, los musulmanes en los Países Bajos se convirtieron en “sospechosos”. Fue en 2004, tras abandonar el VVD, cuando Wilders comenzó a crear su propia marca. Amenazado de muerte por grupos yihadistas, lo que le obliga a ir acompañado por guardaespaldas y le impide ver a su mujer más de una vez por semana, Wilders ha sabido capitalizar su situación personal para conformar la imagen de un político idealista que entrega su libertad como precio indispensable para una causa mayor: evitar la conquista musulmana de Europa.
“Es valiente y está en lo correcto al plantear los riesgos del islam. Dice lo que todo el mundo piensa y nadie quiere decir”, apunta Thierry Baudet, líder de Forum voor Democratie, una iniciativa política euroescéptica que podría obtener un diputado.
La teoría del islam como peligro para los Países Bajos, un país con 17 millones de habitantes del que uno profesa la religión musulmana, tuvo en la crisis económica desatada en la UE en 2008 su complemento perfecto.
Ya no bastaba con más soberanía, el discurso que antaño amenazaba a la UE, y los euroescépticos encontraron en los líderes comunitarios a los culpables de sus neveras vacías. Cuando poco después comenzaron los atentados yihadistas en territorio europeo, volvieron su vista a Wilders, el hombre que había roto la coalición de gobierno formada en 2010 al negarse a aceptar los recortes exigidos por Bruselas y aseguraba tener la receta para que los mercados de Amsterdam volvieran a ser un lugar seguro: había que cerrar las fronteras, había que dejar la UE.
En este contexto, la teoría de la “islamización” de los Países Bajos elaborada por Martin Bosma, el politólogo detrás de la retórica discursiva de la ultraderecha neerlandesa, ha conseguido penetrar en la sociedad: las élites bienpensantes, obcecadas en la multiculturalidad, la acogida de refugiados y las ayudas al desarrollo, están malgastando los fondos públicos neerlandeses en ayudar a los migrantes que llegan por cientos a los barrios de Amsterdam y Rotterdam mientras recortan servicios a sus propios ciudadanos.
De pronto, la sociedad neerlandesa se siente amenazada por el flujo masivo de inmigrantes musulmanes consentido por la UE.
Un parlamento hiperfragmentado
En estos comicios, las encuestas otorgan a Wilders entre 25 y 30 escaños de un total de 150. Sólo la derecha liberal de Rutte, que perdería más de 10 escaños, podría evitar que sea la fuerza más votada.
Independientemente de quien se imponga, el nuevo parlamento continuará hiperfragmentado con hasta doce formaciones, seis de ellas rondando el 10%.
Una imagen muy diferente a la de los años 80, cuando los democristianos del CDA, la derecha liberal del VVD y el laborismo del PvdA obtenían el 80% de los votos.
A diferencia de 2012, cuando las encuestas fallaron al augurar el hundimiento del PvdA, en estas elecciones la izquierda neerlandesa sí tiene motivos tangibles para retirar su apoyo al socialismo tradicional. El PvdA podría dejarse 2/3 de sus votos como castigo por apoyar los recortes exigidos por la UE en su coalición con el VVD.
Con esta fragmentación, el día después será un quebradero de cabeza para los múltiples intereses políticos contrapuestos. Los principales partidos coinciden en una cosa: no pactarán con Wilders. Entonces, ¿cómo podrán gobernar? “La enorme presencia parlamentaria -de Wilders- sería suficiente para condicionar no sólo el debate público, sino también las resoluciones parlamentarias, que requerirían un acuerdo muy amplio del resto de partidos para neutralizar su fuerza.
Es decir, nos encontraríamos ante un gobierno muy débil, con un apoyo parlamentario muy frágil y con un debate público liderado por el PVV”, subraya Carlos Campillos, cofundador del centro de estudios europeísta Con Copia a Europa.
Este proceso será observado con lupa desde Bruselas, que al menos conoce de antemano que el único partido importante que abiertamente apoya la salida de los Países Bajos de la UE es el de Wilders.
Por eso estos comicios son un importante termómetro con el que medir el hartazgo popular con la UE tras una década de erráticas políticas.
La crisis económica iniciada en 2008 ha destapado con el paso de los años una brecha de valores, que bien puede llamarse identitaria, representada con detalle en la crisis de refugiados.
2016 podría considerarse como el peor año en la historia de la UE: el populismo alcanzó importantes triunfos con el Brexit y Trump y la entrada del candidato de la ultraderecha austriaca en la segunda ronda de las presidenciales.
Y puede que 2017 sea el año del remedio reformista según deja entrever la presentación del Libro Blanca y el impulso a la Europa a dos velocidades.
En un año crucial, con elecciones en Francia y Alemania, el gran reto para la supervivencia europea está en contener a Marine Le Pen, quien podría poner en marcha la desconexión europea debido a las características del sistema presidencialista francés.
Wilders probablemente no tenga esa oportunidad ni aún ganando los comicios. Está solo, es minoría. Aunque él, con su islamofobia y euroescepticismo, se han convertido en el principal baremo para medir el futuro de la UE.
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