Trump monta una Casa Blanca paralela en Mar-a-Lago donde los ‘lobbies’ campan a sus anchas
La mansión del líder republicano en Palm Beach es la meca del MAGA, el lugar donde los grupos de presión de Wall Street, la industria petrolífera o las 'big techs' se conjuran con el futuro inquilino del Despacho Oval para consumar sus intereses.
Madrid-
Los lobistas, de hecho, nunca se fueron de Mar-a-Lago. Han acudido sin solución de continuidad desde 2016. Se instalaron desde el primer instante tras su victoria sobre Hillary Clinton y nunca han dejado de maquinar durante la Administración Biden. Los fieles -y los conversos, como Elon Musk- acudieron raudos a proclamar el retorno a Palm Beach, junto a su líder espiritual, sobre el que han depositado sus más ocultos deseos de negocios, sus sueños bursátiles, sus intereses regulatorios (o de ausencia de reglas de juego en el Gran Casino capitalista) y, por supuesto, sus ansias de poder. Como si fuera una peregrinación a la Meca de la doctrina trumpista 2.0, mucho más hilvanada y con acólitos sin reservas al frente del futuro Ejecutivo estadounidense.
El MAGA (Make America Great Again) la versión radicalizada del America, first, supervisado por la ultraconservadora y neoliberal Heritage Foundation, se cuece a fuego lento en la mansión de Donald Trump. Sin luz ni taquígrafos. Y a pecho descubierto. Como si la ciudad costera de Florida hubiera vuelto a mutar de un paraíso turístico y recreativo a un centro político y económico, las pasarelas de banqueros de Wall Street, magnates del petróleo y de la Vieja Economía y jerarcas de las big techs han acudido a la llamada de una Administración, republicana, dispuesta a cambiar las reglas de juego. Incluso aunque no haya ninguna emergencia económica que saldar.
Palm Beach es la ciudad de los lobistas, el lugar donde preparan el seísmo que debe voltear los mercados, el nexo de unión con Washington, con el poder político y económico, al margen de si el Congreso concede o no su aquiescencia a la agenda del sucesor de Joe Biden. Pese a que tenga la mayoría en ambas cámaras legislativas. “El business as usual se ha vuelto a instalar en Mar-a-Lago”, explica a Business Insider uno de ellos, próximo a Trump, Bill Helmich, sin reparo alguno, que no duda en proclamar que “las grandes decisiones se tomarán en la residencia personal del presidente”. Otro emisario habitual de los grupos de presión, Evan Power, tampoco deja lugar a la especulación: “Florida es de nuevo el epicentro de Trumplandia”.
Varias voces que operan en el mundo de las influencias políticas admiten a ese mismo medio, bajo anonimato, que su presencia activa en Mar-a-Lago es “esencial para hacer negocios” dentro del establishment, y que la mansión de Trump es como “un pasadizo” que comunica de manera directa con los intereses de cada grupo de presión. “Es donde se concentra el círculo cercano al presidente electo y donde se han decidido los cargos de su Administración”, reconocen. “Todos nos afanamos en jugar al golf” en su resort, “como si campáramos en K Street, el cuartel general de la industria de la influencia política en la capital federal".
Una treintena de ellos ya eran habituales en enero, cuando se lanzó la candidatura de Trump a las elecciones presidenciales. Conscientes de que el futuro mandatario “no hace las cosas a la vieja usanza”, sino que acostumbra “a que te la juegues a una carta”, por lo que “el cocinado de planes y las estrategias prudentes no entran en sus reglas de juego”. Más bien, exige “lealtad” y su núcleo duro “es el que te pone a prueba”. “No es una versión Trump 2.0”, matiza Justin Sayfie, socio en Ballard Partners, firma de influencia con profundas ramificaciones en Florida, “sino más bien un Trump 5.0 porque es el presidente más anti-Washington desde Andrew Jackson”.
Florida, el nexo de opacidad entre la política y los negocios
Sayfie sabe de lo que habla. Ballard ha llevado los intereses de Google, Amazon, Uber, American Airlines, Honda, el gigante del tabaco Reynolds, la empresa privada de prisiones Geo Group o de la poderosa Asociación Americana de Atención Sanitaria (AHCA), y se ha situado entre las siete con mayor poder de influencia del país. Sin haber tenido presencia en Washington hasta 2016. A raíz del primer triunfo de Trump.
“Pretende desplazar Washington a Florida, crear una disrupción en el statu quo de la capital y eso genera ansiedad” porque las empresas “ven cualquier transición presidencial como un foco de riesgos y oportunidades” y hay sobre la mesa un compendio de asuntos críticos -legislativos, regulatorios y de filosofía política- que “puede distorsionar la estabilidad”, enfatiza Sayfi. En su opinión, “las aguas de navegación son turbulentas” y los empresarios “quieren capitalizar todas las tormentas”; sobre todo, si son susceptibles de “ser perfectas”.
Jeffrey Brooks, socio de Adams and Reese, otra de las grandes lobistas, precisa esta teoría: “El futuro presidente tiene un mandato del pueblo americano y lo va a utilizar”, porque “no había un estado de excitación tan intenso en Capitol Hill desde 1994, cuando los republicanos hicieron su Contrato con América”, cuando uno de sus entonces líderes, Newt Gingrich, portavoz en la Cámara de Representantes, incluyó en el ideario del Grand Old Party (GOP) las rebajas fiscales, el derecho permanente de veto, la lucha contra el crimen, beneficios impositivos para las clases medias, límites rigurosos a cualquier enmienda constitucional o el principio de la consolidación presupuestaria.
Gran parte de estas sacrosantas recetas siguen plenamente incrustadas en el alma republicana. Con la salvedad -quizás- de la defensa a una clase media que se intentó agenciar Biden durante su mandato o el equilibrio de las cuentas públicas que, a buen seguro, Trump se saltará para dar rienda suelta a sus caros dispendios en Defensa, o las nada claras ventajas productivas y de freno a los precios domésticos de sus escaladas arancelarias. Sin embargo, ahora, su lucha se encamina a acabar con la progresía, con los llamados movimientos "wokes" que impulsan la conciencia verde por la crisis climática y cualquier otra bandera que tenga la justicia social como objetivo de defensa.
Susie Wiles, la jefa de gabinete, y Pam Bondi, fiscal general (ministra de Justicia) son dos antiguas lobistas de Ballard. ¡Hagan apuestas! “Y los empresarios aprecian a las personas que invierten en ellos”, resalta Power. Algunas de las grandes compañías -asegura Dave Wenhold, de Miller & Wenhold Capitol Strategies- dan por descontado que el estilo de Trump es de “fast & furious” y que es ahora “cuando deben actuar” para alcanzar sus metas; por ejemplo, en la industria del petróleo, “con el objetivo de que se incentive el fracking.
Mientras, Scott Mason, un veterano en estas lides de Holland & Knight, que sirvió a Trump como director de relaciones con el Congreso en su equipo de campaña de 2016, asegura: “El próximo, será un gran año para el mundo del lobby”. Con una gran lista de espera. Desde John Deere, que ha sido amenazado con elevar las tarifas de sus proveedores extranjeros, pese a ser la marca de mayor prestigio histórico entre los empresarios ganaderos, o las big techs, deseosas de poner el punto final a sus procedimientos judiciales abiertos por presuntas prácticas monopolísticas de las exigentes leyes anti-trusts americana, a los que califican como “una persecución” antiliberal, hasta los florecientes negocios de transición energética que se han beneficiado de los subsidios de la Administración Biden y que ahora lucharán por impedir que Trump los anule.
Elon Musk, el más rico y el más próximo al ‘trumpismo’
Uno de los botones de muestra más evidentes de este peregrinaje a Palm Beach ha sido la activa presencia de Musk en las horas previas y posteriores a la proclamación de Trump como vencedor electoral el 5N. Desde entonces, su fortuna ha superado los 400.000 millones de dólares. El más rico entre los ricos participó en la conversación del futuro presidente con Volodímir Zelenski en la que trasladaron al líder ucraniano sus primeras impresiones sobre el futuro de la guerra. “Es de esperar que Mar-a-Lago tenga aún más intensidad que entre 2016 y 2020 y se convierta en el auténtico centro del universo político estadounidense”, alerta otra voz habitual de los grupos de presión, Nick Iarossi, de Capital City Consulting, a Bloomberg, lo que “podría significar hasta el epitafio de Washington DC”.
Laurence Leamer, autor del libro de 2019 Mar-a-Lago: Inside the Gates of Power at Donald Trump’s Presidential Palace, es aún más contundente: “Es el poder y su ejercicio consiste en juntar a una nueva clase de personas” bajo un argumento simple porque “qué supone pagar un millón de dólares por acceder a los bajos fondos donde se cuecen a fuego lento los grandes asuntos si con ello se logra de la Casa Blanca dos millones de beneficios”.
En la transición entre administraciones las puertas de las influencias están abiertas. Aunque solo para leales. Así lo admitió su hijo, Donald Jr, al justificar la ausencia de de cualquier cargo oficial por las desavenencias con su padre para Mike Pompeo, secretario de Estado en el último tramo de la anterior presidencia del republicano, o Nikki Haley, la antigua gobernadora de Carolina del sur y embajadora ante la ONU que rivalizó con su nominación en el partido hasta el último momento.
Mientras, se aprecia la ascendencia de empresarios como Musk, con la misión de “hacer eficiente la administración federal”, pero con una larga lista de contratos públicos preparados para sus grandes empresas. Sobre todo, a Space X, tras haber colocado a Jared Isaacman, amigo y cliente de sus viajes espaciales, que ha prometido convertir a la humanidad en “una civilización estelar”.
La nueva élite político-empresarial de EEUU
Aunque no ha sido el único. Charlie Kirk, fundador del grupo activista conservador Turning Point USA, y uno de los habituales en la órbita Trump de Mar-a-Lago, está entre quienes han elevado substancialmente su riqueza bursátil desde el triunfo republicano, y se encargará, como hasta la fecha, de evitar fugas en las filas del GOP en el Congreso desde el gabinete presidencial.
Del mismo modo se entiende la designación de Robert F. Kennedy al frente de Sanidad o de Vivek Ramaswamy, dueño de Roviant Sciences, afiliado a la formación, acérrimo detractor de la llamada "ideología woke", y que trabajará con Musk en el Departamento de Eficiencia Gubernamental en cuanto el Congreso dé luz verde a su constitución.
La carta de navegación de la Administración Trump “desciende desde Mar-a-Lago”, asevera The New Yorker, que incide en que, desde el mismo día de las elecciones, “Florida es el escenario en el que se desarrollan los acontecimientos y por el que pasan los protagonistas del mundo MAGA con todas sus variantes de poder”. Desde telepredicadores evangelistas con intercesión sobre unos feligreses cada vez más escorados al GOP, hasta el directorio de think tanks conservadores de nuevo cuño como el America First Policy Institute. Todos han acabado asumiendo cargos de las más diversas escalas.
Peter Turchin, fundador de ClioDynamics, firma de datos avanzados que examina la conexión entre la historia, la ciencia y la evaluación de las sociedades, y autor de El final de los tiempos: élites, contra élites y el camino hacia la desintegración política, corrobora que Trump desea “el triunfo de una nueva aristocracia americana y que EEUU está en medio de una revolución” para evitar que el progresismo genere ciudadanos críticos. Sin darse cuenta de que el aumento de la jet-set económica y política, su “sobreproducción”, ha sido la semilla de la desaparición del orden interno desde que los seres humanos se empezaron a organizar en sociedad, hasta 5.000 años. Hasta quebrar de forma violenta contratos sociales estables, como ocurrió en las revoluciones francesa y rusa o en la guerra civil americana.
Y la versión Trump 2.0 viene cargada de nuevos puestos con designaciones a dedo, por lo general a empresarios leales, y la elección de acólitos trumpistas y millonarios de extensa tradición en los puestos de mayor responsabilidad política y económica. Ya fue así en 2016. Pero ahora los filtros de acceso son mucho más exigentes con la fidelidad absoluta al líder. Tanta, que hasta los CEO parecen hincar la rodilla ante el nuevo establishment republicano, que les promete reglas laxas en un capitalismo sin cortapisas supervisoras.
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