madrid
El New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez es de altos vuelos. La política demócrata, que se ha granjeado una fulgurante relevancia nacional en EEUU a partir de su victoria, en julio pasado, frente a su colega del Partido Demócrata, Joseph Crowley, en la circunscripción de Nueva Jersey -por la que logró finalmente el acta de congresista en las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre- ha perfilado estos meses su estrategia para restablecer la justicia social.
La piedra filosofal sobre la que ha edificado su ideario político durante su largo -aunque incipiente, por su precocidad en edad- recorrido como activista. Alexandria, originaria de Puerto Rico pero nacida en el Bronx neoyorquino, nunca ha ocultado su proximidad con los Socialistas Democráticos de América (el DSA, según sus siglas en inglés) que se configuraron como formación política allá por 1912. Apenas han superado los 6.000 afiliados en todo el territorio estadounidense. Hasta que Donald Trump hizo escala en la Casa Blanca y puso en marcha su maquinaria para borrar de un plumazo cualquier vestigio del doble mandato de su predecesor, Barack Obama. En el terreno interno, desde el MediCare y la universalización de los servicios sanitarios, hasta la supresión del corsé financiero de la Dodd-Frank, que elevó los requerimientos normativos a los bancos tras el rescate bancario posterior a la crisis o, en el orden internacional, la erradicación del soft-power y el multilateralismo en la política exterior de la Casa Blanca.
Cortez comparte la idea de restablecer la justicia social frente a los excesos del capitalismo de Sanders
El lema que ha acompañado la trayectoria de esta veinteañera -cumplirá 30 en octubre- es el de “priorizar la libertad, la justicia y la democracia” frente a los excesos del capitalismo. Aunque, de inmediato, le gusta matizar que no ve incompatible restablecer estos principios, que entiende lesionados tras la embestida financiera de 2008, con un mercado ordenado; es decir, mediante regulaciones adecuadas y unos sistemas de supervisión eficaces. Lo cual, a su juicio, implica una agenda de reformas estructurales de calado. En sintonía con las directrices del primer ministro sueco, Goran Persson, en los años de tránsito al actual milenio, quien explicaba a sus homólogos las claves del éxito del milagro de prosperidad de su país con una elocuente comparación: la economía sueca -decía- “es como un abejorro; nadie entiende que con un cuerpo tan pesado y unas alas tan cortas pueda ser capaz de volar, pero lo hace, agitándolas constantemente”. Es la base de su contrato social con los estadounidenses. Y, según el semanario The Economist, parece que sintonizan con su visión del socialismo escandinavo, incrustado en el ala izquierdista de la formación demócrata. Desde la llegada de Trump a Washington el censo del DSA se ha disparado hasta superar los 50.000 inscritos, precisaba la publicación británica antes del midterm.
Disputa ideológica entre demócratas
Ocasio-Cortez no es, ni mucho menos, la única defensora de este neo-socialismo en las distintas facciones demócratas. Por encima de todos, destaca Bernie Sanders. El veterano senador por Vermont, de 77 años, -rival de Hillary Clinton en las últimas primarias del partido- es, sin duda, el artífice de la semilla sobre la que ha germinado este incipiente fenómeno en EEUU. Igual que Rashida Tlaib, también con acta en la Cámara de Representantes por Detroit, simpatiza con las proclamas del socialismo nórdico auspiciadas por Sanders. Cortez, que ha decidido no concurrir a la disputa por el cetro demócrata, ha criticado abiertamente a Joe Biden, vicepresidente con Obama y que lidera las preferencias de los simpatizantes demócratas. Una de las últimas, para la cadena CNN, le otorga el 33% de respaldos entre 16 de los 19 candidatos. Seguido de Sanders, con el 13%, al que, casi con total probabilidad, ayudaría en la contienda. Amparada en sondeos internos del partido, como uno de la firma Gallup, que muestra que el 57% de sus votantes se sienten cómodos y aceptan el giro hacia el socialismo del partido. U otra, de finales de mayo, de esta misma consultora, que asegura que cuatro de cada diez estadounidenses abrazaría un giro hacia un socialismo basado en un mercado con reglas claras de juego.
Su ideario: la universalización sanitaria, la gratuidad en las matrículas universitarias, un gravamen del 70% a las rentas altas y un New Deal Verde que convierta a EEUU en una economía con energías renovables
Cortez ha contribuido decididamente a este supuesto clima de cambio social. Poco a poco, ha ido desgranando su road map, su aval político para cuando decida presentar sus aspiraciones a la Casa Blanca. Una hoja de ruta que pasa por un nuevo modelo impositivo, que carga la presión fiscal sobre las grandes fortunas -ha sugerido gravar con hasta el 70% a las rentas altas, el estrato social -el 5% más rico del país- que más se ha beneficiado de las rebajas tributarias republicanas de los últimos decenios, incluida la reciente de Trump-; gratuidad en las matrículas universitarias en un sistema académico sufragado a golpe de créditos que endeudan de forma indeterminada a los estudiantes, y cuyo gasto se ha duplicado entre 1999 y 2015, alerta la Reserva Federal. Y, por supuesto, la extensión de la Seguridad Social, a imagen y semejanza del modelo europeo, a todos los estadounidenses. En línea con estudios como el de Pew Research Center, que revela que la mayoría de norteamericanos -un 60%- reclama una red sanitaria que garantice la salud a todos sus habitantes y que esa función es responsabilidad de la Casa Blanca.
Pero, sin duda, el foco reciente de sus propuestas se ha trasladado a su plan para transformar el actual patrón de crecimiento americano hacia las energías renovables. Toda una afrenta a las reticencias de la Administración Trump de combatir el cambio climático. Lo denomina un New Deal Verde, con el que pretende que el mix energético estadounidense proceda en su totalidad de fuentes limpias en 2035. Para la figura más emergente del Partido Demócrata, el país más desarrollado del mundo “debería seguir el modelo sueco” de alta competitividad, con desarrollo económico dinámico y sostenible, innovación tecnológica y niveles de ingresos suficientes para sufragar un Estado del Bienestar que garantice la calidad de vida de sus ciudadanos. Y en la cima de la igualdad y de la creación de empleo constante y estable. Porque no es de recibo -explica- que el salario mínimo, establecido en 15 dólares la hora, sea tan sólo un 28% más alto que en 1968. Otra pica que comparte con Sanders.
Ideario escandinavo
A sus detractores les suele responder con criterios ideológicos. “Cuando una fortuna individual consigue rebasar un patrimonio superior a 10 millones de dólares, parece lógico que, en algún momento, tenga que revertir a la sociedad una porción de entre el 60% y el 70% de sus ganancias anuales”, ha declarado en varias ocasiones. Porque, desde diciembre de 2017 -dice Cortez- se vanaglorian de tener un tipo impositivo del 37%.
También hace suya la valoración de Sanders de que “nunca, desde los años veinte, los que precedieron al Crash del 29, la desigualdad de renta y riqueza ha sido tan notable como ahora”. Desde su equipo económico le recuerdan con cierta habitualidad, que Dinamarca, por ejemplo, es el país con mayores niveles de vida a pesar de que los daneses que obtienen más de 80.000 dólares anuales soportan un gravamen del 56,5%.
La representante demócrata también acude al subconsciente colectivo sueco, que se declara en total discrepancia con la idea de reducir sus presiones fiscales si ello implica que se recorten sus históricos servicios sociales. Peter Diamond, Nobel de Economía y catedrático del MIT, que está entre quienes defienden un endurecimiento impositivo a los más ricos del país, asegura que la propuesta de Cortez “es perfectamente posible”, si se quiere incrementar las cotas de inversión en bienestar social, ha asegurado a varios medios de comunicación, entre ellos a Bloomberg. Y si se quiere, como desea la congresista demócrata, impulsar una red de infraestructuras idónea, con conexiones ferroviarias entre parques logísticos -comercial- y entre aeropuertos y centros de ciudades para viajeros, que valora en 4,6 billones de dólares.
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