Este artículo se publicó hace 8 años.
El desmantelamiento de Calais multiplica el número de refugiados en París
El cierre de la “Jungla” no ha supuesto ni mucho menos el fin de la crisis de refugiados en Francia. En la capital, el número de migrantes acampados en plena ciudad, que iba en aumento desde el verano, ha explotado en los últimos días.
Andrea Olea
-Actualizado a
PARÍS.- La presencia de tiendas de campaña entre las estaciones de metro de Stalingrad y Jaurès, en el norte de París, no es nueva, muchas llevan meses allí. La última semana, sin embargo, se han multiplicado como champiñones: si hace apenas unos días las organizaciones en el terreno contabilizaban entre 500 y 1.000 personas malviviendo en esta improvisada acampada en plena capital francesa, ahora elevan su número a 3.000.
Su expansión coincide con el desmantelamiento de la “Jungla” de Calais, el campamento de refugiados más grande de Francia y uno de los mayores de Europa, que este viernes echó el cierre definitivo tras evacuar a sus más de 6.400 habitantes. Aunque el gobierno francés desmiente que se esté produciendo una llegada masiva de migrantes desde el norte, a mediados de semana fuentes de la policía fronteriza aseguraban a la agencia France Presse que muchos exresidentes de la Jungla se estaban dirigiendo a París.
Las organizaciones llevan desbordadas desde verano y no esperan una mejora en un futuro cercano. “El gobierno se desentiende, por mucho que diga lo contrario”
Danika Jurisik, voluntaria en varias asociaciones locales, lo veía venir. Pocos días antes del masivo desalojo, auguraba que “una gran ola de refugiados” llegaría a la capital francesa con el cierre del campo en el norte de Francia. En París, la mayoría provienen de Afganistán, Eritrea y Sudán, una demografía idéntica a la de Calais. Las organizaciones de ayuda llevan desbordadas desde verano y no esperan una mejora en un futuro cercano. “El gobierno se desentiende, por mucho que diga lo contrario por estar en periodo electoral”, se exaspera Faty, otra voluntaria que acude diariamente al campamento desde hace meses.
Si las condiciones en la Jungla eran malas, en la zona ocupada en la capital son aún peores: la infraestructura se reduce a una docena de sanitarios entre retretes y urinarios portátiles, y un par de tomas de agua, instaladas a regañadientes por el ayuntamiento por insistencia de las asociaciones. Alrededor, basura, olor a orines y hasta ratas. “Míranos, mira cómo está esto de sucio, ni siquiera tenemos dónde ducharnos”, se desespera Ali, un chadiano de 19 años llegado hace dos semanas.
Las distracciones tampoco abundan: los migrantes matan el tiempo sentados en los bancos de la plaza de Stalingrad; excepto por las clases de francés impartidas por algunos colectivos locales, no queda mucho que hacer salvo esperar.
Según estimaciones de la OFPRA, la Oficina francesa de Protección de Refugiados y Apátridas, unas 100.000 personas habrían pedido asilo este año en Francia, un 20% más que en 2015. La mayoría de quienes acampan en París son elegibles para el asilo, pero los plazos para resolver su estatuto se eternizan. Según Jurasic, que también les da asistencia jurídica, “la prefectura prolonga innecesariamente el proceso de concesión de asilo y entretanto la gente se encuentra en la calle, en medio de un limbo legal”.
La mayoría de quienes acampan en París son elegibles para el asilo, pero los plazos para resolver su estatuto se eternizan
Entre los migrantes acampados se ve sobre todo a hombres jóvenes, pero cada vez hay más mujeres solas y familias con niños pequeños. Estas últimas tienen prioridad a la hora de ser realojadas, pero “de poco les sirve dormir en un hotel tres o cuatro días cuando la demanda de asilo tarda meses en ser resuelta”, se indigna Faty, recordando que es obligación del Estado asegurar el bienestar de los menores.
La voluntaria señala a la pequeña Mira, una cría eritrea de 3 o 4 años. Su madre murió en la travesía hacia Europa y se ha hecho cargo de ella una mujer que viajaba con ellas. La niña corretea entre las tiendas de campaña a pocos metros de los coches que pasan a toda velocidad, repartiendo sonrisas y abrazos, ajena a la hostilidad del entorno. Mohamed, iraquí, también espera una solución. Ha llegado con su mujer y su hijo de seis años desde Alemania, donde pasó dos años. Allí rechazaron su petición de asilo por proceder de Bagdad, una ciudad considerada “segura” dentro del convulso Irak, explica impotente en una mezcla de alemán y rudimentario inglés.
Desde que el campamento parisino empezó a tomar un formato más o menos estable a principios de junio, se han producido una treintena de evacuaciones, algunas de forma ordenada y en coordinación con las organizaciones de ayuda, y otras, despejando a golpe de porrazos y gases lacrimógenos. En esas ocasiones, la policía se presenta a primera hora de la mañana, se lleva en autobuses a los migrantes y tira todo lo que encuentra, incluidas mantas, tiendas de campaña y comida, denuncian las asociaciones, que exigen un mayor concierto a la hora de evacuar a los migrantes.
El aclamado campo humanitario que la alcaldesa Anne Hidalgo prometió a principios de verano en la capital sigue sin abrir sus puertas. La inauguración se ha pospuesto en cuatro ocasiones
“Yo sólo espero que vengan a desalojarnos pronto”, suspira Ibrahim, sudanés de 22 años con una semana en París. Como él, muchos tienen sus esperanzas puestas en la llegada de la policía y la consiguiente asignación a algún centro de acogida en el que dormir, por fin, bajo techo. En la región de Île de France existen 61 de estos centros, pero quienes ya los han visitado muestran menos entusiasmo. Es el caso de Saafi Faizullah, afgano de 19. Ha estado en dos centros temporales en región parisina: de uno lo sacaron porque se llenó, del otro se marchó, dice, por las condiciones de saturación. “Había alcohol, peleas, gente durmiendo en los pasillos y en el suelo”, afirma. Al final ha vuelto a Stalingrad, donde al menos está entre compatriotas.
Mientras, el aclamado campo humanitario que la alcaldesa Anne Hidalgo prometió a principios de verano en la capital sigue sin abrir sus puertas. La inauguración se ha pospuesto en cuatro ocasiones, la última, a mediados de este mes. “La apertura es inminente, aunque aún no tenemos fecha”, aseguraba el jueves a este diario Grégoire Larrieu desde Emmaüs, la organización a la que el gobierno ha cedido la centralización de la asistencia a los migrantes y que también se encargará de la gestión del centro.
Cuando finalmente abra, su capacidad de 400 plazas corre el riesgo de quedarse corta nada más empezar: actualmente, se calcula que llegan a París entre 60 y 90 demandantes de asilo al día, mientras que los centros de acogida de la región se liberan a ritmo de un centenar de plazas semanales.
Como consecuencia, “cada vez que hay una evacuación, realojan a unos pocos, detienen a unos cuantos y dejan en la calle a todos los demás. Que acaben en un centro de acogida, en uno de retención administrativa (el equivalente a los CIEs españoles) o en la acera es una auténtica lotería”, indica Danika Jurasic. Desde el ayuntamiento afirman que en este momento hay suficientes plazas para reubicar a todas las personas que se encuentran acampadas en París y el ministro del Interior, Manuel Valls, anunció el sábado que la semana que viene se producirá una nueva operación de evacuación. Ibrahim, como tantos otros en Stalingrad, cruza los dedos para que que le toque el número ganador.
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