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La crisis migratoria marca las relaciones de EEUU y México en un año electoral a ambos lados de la frontera

Trump despliega su discurso de odio frente a los intentos de Biden y López Obrador de fomentar una migración ordenada.

Frontera EEUU México (Tijuna)
Miembros de la Guardia Nacional vigilan el muro fronterizo con Estados Unidos en Tijuana (México). Joebeth Terríquez / EFE

"Están envenenando la sangre de nuestro país". El mensaje de odio de Donald Trump sobre los extranjeros indocumentados, lanzado hace dos semanas durante un mitin electoral en Durham (New Hampshire), refleja el tono y la relevancia del fenómeno migratorio de cara a un año en el que tanto Estados Unidos como México celebran elecciones presidenciales.

Más de 3.000 kilómetros de frontera separan Estados Unidos de México, una línea divisoria por la que cruzan cientos de miles de personas cada año. Sólo en diciembre, la Patrulla Fronteriza estadounidense detuvo a más de 225.000 migrantes, según datos oficiales. En el último año fiscal (de octubre de 2022 a septiembre de 2023) se registró un récord de detenciones: más de tres millones. La gran mayoría de los migrantes llega a la frontera tras vivir una odisea que arranca en los empobrecidos países centroamericanos o incluso más al sur. Medio millón de personas se aventuraron en 2023 a través de la peligrosa selva del Darién, la frontera natural entre Centroamérica y Sudamérica controlada por el crimen organizado.

Pese a sus problemas con la Justicia, Trump es el principal candidato republicano a la Casa Blanca en las elecciones de noviembre. Se batirá previsiblemente con el presidente demócrata Joe Biden, quien asumió su mandato hace tres años con una mirada opuesta a la de Trump en el abordaje de la política migratoria. La seguridad fronteriza es siempre una cuestión de Estado para Washington pero, en lugar de muros, Biden ha intentado aplicar soluciones más "humanitarias" y ha involucrado a México como actor político. Sus excelentes relaciones con el presidente progresista Andrés Manuel López Obrador le han allanado el camino.

Prueba de esa buena sintonía entre ambas administraciones han sido las continuas reuniones bilaterales mantenidas en los últimos tres años. El más reciente de esos encuentros se celebró la semana pasada en Ciudad de México. López Obrador recibió a Anthony Blinken y Alejandro Mayorkas, responsables de política exterior y seguridad nacional estadounidenses.

La principal preocupación de ambos Gobiernos es combatir las redes del tráfico de personas. Un empeño hasta ahora infructuoso. Las bandas de coyotes no han desaparecido de las orillas del río Bravo. Otro frente abierto es el de la colaboración con los países de origen de los migrantes. El mantra compartido por Estados Unidos y México no ha variado: "Fomentar una migración ordenada, humana y regular".

Esa recurrente declaración de principios requiere, antes que nada, de una millonaria inversión, una premisa que López Obrador ha recordado insistentemente a su vecino del norte. Algún avance se ha producido al respecto. Ya hay conversaciones con varios Gobiernos centroamericanos para implementar programas de desarrollo social en sus respectivos países. El único desencuentro en materia migratoria se produjo en octubre pasado tras el anuncio de la Casa Blanca de que construiría un tramo más del muro que había proyectado la Administración Trump (2016-2020). Biden adujo entonces que no pudo convencer al Congreso para que reasignara esa partida presupuestaria a otros fines, pese a su firme rechazo al proyecto de su predecesor de levantar una kilométrica fortificación a lo largo de la frontera.

Tanto López Obrador como Biden se han opuesto también al endurecimiento de las normas contra los migrantes indocumentados que ha impulsado el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott. Con un 40% de población hispana, Texas se convertirá en la punta de lanza antiinmigratoria a partir de marzo, cuando entre en vigor la norma, conocida como SB4. Según Abbott, la falta de acción de la Casa Blanca pone en riesgo la seguridad nacional. Bajo el amparo de la nueva ley, los cruces ilegales en la frontera serán considerados como un delito y las autoridades de Texas estarán facultadas para realizar deportaciones.

En la práctica, supondrá devolver por la fuerza a México a miles de personas. Para López Obrador se trata de una "usurpación de funciones" que corresponderían exclusivamente a la Casa Blanca. "Se le olvida que Texas era de México", le espetó el mandatario mexicano a Abbott, una lección de Historia que hacía alusión a la pérdida de ese territorio por parte de México a mediados del siglo XIX, en pleno fervor expansionista de Estados Unidos.

Abbott es uno de los principales defensores de la candidatura presidencial de Trump. El gobernador de Texas se jacta de haber despachado en autobuses a miles de migrantes a otras ciudades del país, o de haber instalado boyas y alambres de espino en el río Bravo para dificultar la entrada de los indocumentados. Y el magnate ultraconservador, por su parte, ha prometido que llevará a cabo la mayor deportación de migrantes que se recuerde si regresa a la Casa Blanca en 2025.

Biden es consciente de que en Estados Unidos la mano dura contra la migración ilegal es, hoy, sinónimo de un gran caudal de votos en muchos de los estados en los que se ganan o se pierden unas elecciones. Es muy probable, por tanto, que durante los próximos meses apruebe algunas medidas para endurecer su política migratoria. Está en juego su reelección si finalmente es el candidato de los demócratas.

Continuidad progresista en México

Mucho más despejado aparece el horizonte electoral en México. Su Constitución impide la reelección presidencial. De no ser así, López Obrador volvería a arrasar en las urnas, como ya hiciera en 2018. Su partido, Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), ha forjado en los últimos años una hegemonía política que lo hace prácticamente imbatible. La sucesora designada es Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de Ciudad de México hasta junio pasado. Podría convertirse en la primera mujer presidenta del país tras las elecciones del próximo 2 de junio.

La solidez del proyecto político fundado por López Obrador ha llevado a la oposición a unir sus fuerzas. Los partidos tradicionales mexicanos (el PRI, el PAN y el PRD), que hasta hace poco se disputaban la presidencia por separado, se presentarán en coalición para tratar de derrotar a Sheinbaum, a quien las encuestas le otorgan 20 puntos de ventaja sobre Xóchitl Gálvez, precandidata de la alianza opositora.

Mientras la cuestión migratoria se debate en despachos políticos a ambos lados de la frontera, una nueva caravana de migrantes atraviesa México rumbo a Estados Unidos. Partió hace una semana desde el sureño estado de Chiapas, donde se hacinan miles de personas en busca de un sueño americano que suele convertirse en pesadilla.

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