Bialowieza (Frontera polaco-bielorrusa)
Actualizado:"No podía estar durmiendo caliente en mi cama y saber que a escasos metros había gente que podría estar muriendo de frío". Irenka, activista en el último pueblo de la frontera polaco-bielorrusa, se levantó esa medianoche. Comenzó a caminar junto a su pareja por el oscuro bosque de Bialowieza, la inmensidad forestal que mantiene atrapadas a miles de personas desde hace meses. Escuchó unos pasos. Se acercó y avistó a una familia congoleña que llevaba a una niña de diez años. Acababan de cruzar la frontera. Y tenían una misión clara: llegar a Francia. No quisieron ayuda. Su idea era estar el mínimo tiempo en Polonia. "Apuntad mi contacto por si necesitáis algo".
Llamaron al día siguiente. Estaban perdidos y congelados. Desde el grupo que formó Irenka con habitantes de su localidad –que prefiere no desvelar– les ayudaron a tramitar el procedimiento de asilo. Fue la primera vez que se encontró cara a cara con los refugiados. Pero no la última. Pocos días después, dos chicos caminaban desorientados por esta urbe fronteriza. Contaban que los soldados bielorrusos les habían golpeado e intimidado con perros y que, posteriormente, rompieron sus teléfonos móviles. Al llegar a la frontera de la UE creían que las fuerzas de seguridad polacas les ayudarían. Pero las fuerzas desplegadas por el Ejecutivo ultranacionalista estaban haciendo devoluciones en caliente.
El trabajo de los activistas locales, que se han organizado para poder asistir con mantas, comida o asesoramiento a las víctimas de esta crisis humanitaria, es fundamental. Se han visto obligados a llenar el vacío de un Gobierno polaco liderado por el ultraconservador partido Ley y Justicia (PiS), que busca sacar rédito político de este drama migratorio. Y han tenido que aprender a la fuerza términos jurídicos, sanitarios o logísticos. Son jóvenes científicas o estudiantes de doctorado que han tejido redes locales con cambios de turnos y reparto de tareas para ayudar a las víctimas atrapadas en esta batalla geopolítica que libran Minsk y Varsovia. "Al Gobierno polaco le da todo igual. Lo único que desea es conservar el poder a toda costa", señala Anika, activista en otra villa fronteriza, por teléfono.
Bajo la amenaza de los nacionalistas
El ritmo frenético de los activistas ha decaído durante los últimos días y semanas. El número de personas que ha conseguido cruzar la frontera ha disminuido. En paralelo, las temperaturas atmosféricas se han recrudecido y los efectivos polacos que vigilan la frontera se han multiplicado. Aun así "una o dos personas" siguen llegando a través del bosque cada día. La mayoría son afganos y sirios. También de Irán, Irak y otros países africanos como Somalia o Congo, detallan.
Las dimensiones de la reserva natural de Bialowieza son inabarcables. Es muy fácil perderse. Al frío y al miedo se añade la tensión constante de ser interceptados por las fuerzas de seguridad polacas o por ultras nacionalistas. "Hay menos llegadas y más policías, soldados y coches militares. La atmósfera es de guerra", señala Irenka.
Varias activistas cuentan que hay nacionalistas que van al bosque a la caza de refugiados para reportarlo a las fuerzas de seguridad. Algunos quieren golpearles, pero no es la tendencia general. "Aquí nos encontramos en una buena ubicación porque estamos aislados. Y los nacionalistas, que odian todo lo diferente, no vienen muy a menudo. Pero la sociedad está dividida. Aunque está habiendo cambios. Algunos locales estaban en contra de los refugiados porque veían la televisión pública, que está mintiendo e incendiando todo el tiempo para atemorizar a la gente. Pero cuando conocen a algún refugiado cara a cara cambian totalmente de actitud. Al fin y al cabo ves que son gente muy desgraciada que necesitan ayuda y están escapando de la guerra", explica Anika.
Grupos de coordenadas
En este ambiente de caos y miedo algo tan inocuo como ayudar es extremadamente complicado y arriesgado. Activistas y periodistas tienen un grupo de Signal en el que se comparte información. Si alguien ve a una persona que necesita ayuda en el bosque, envía la ubicación por Google Maps e informa de sus condiciones y de su estado. La organización más próxima acude con comida, mantas, ropa o tarjetas SIM.
"A veces los tenemos que llevar a nuestras casas porque se encuentran en condiciones terribles. Están aterrados, exhaustos y congelados, como si viniesen de una zona de guerra. Todo lo que hacemos es legal. No queremos romper ninguna ley, aunque algunas de ellas no nos gusten", relata Anika. Todas las activistas con las que habla este periódico inciden en la legalidad de sus acciones, conscientes del riesgo de que los de Kaczynski puedan penalizarlas o perseguirlas por ello.
Órdago del Gobierno polaco
El miedo es el denominador común de esta crisis. Se cierne sobre los refugiados, los activistas y también los ciudadanos de a pie que quieren aportar su granito de arena en este drama. Muy pocos quieren hablar. Las personas que aparecen en este reportaje lo hacen bajo un nombre falso por miedo a represalias. El objetivo prioritario de Varsovia es mantener a los refugiados y migrantes fuera de su territorio. Y los activistas temen que puedan acusarles de tráfico de personas. Ayudar a refugiados ya está penalizado por ley en Hungría. "No podemos hacer nada más. No podemos llevarlos a ningún lado. Solo les ayudamos a sobrevivir", explica la residente de Bialowieza.
– ¿Tiene miedo?
– Intento no pensar en ello porque no estamos haciendo nada mal ni ilegal. Me da más miedo que el Gobierno polaco no esté haciendo nada ante esta situación. Y lo hace a conciencia porque les viene bien políticamente. No estamos de acuerdo con la falta de inhumanidad en las acciones de la frontera por los cuerpos de seguridad y el Ejército —denuncia.
Varsovia ha desplegado 15.000 soldados que patrullan los puntos clave de los 400 kilómetros que separar Polonia y Bielorrusia. En las ciudades fronterizas la presencia militar se ha triplicado.
El PiS –aliado de Vox en la Eurocámara- es uno de los países de la UE con una postura más dura en materia migratoria. Su Parlamento ha aprobado recientemente la construcción de un muro de hormigón para evitar la entrada de personas a través de la frontera bielorrusa. Varias ONG han denunciado, además, que está violando el derecho sagrado de toda persona a pedir asilo. Y en este vacío, es la sociedad civil la que se está volcando. "Ayudar no es ilegal, pero no confío en nuestro Gobierno y en todos estos soldados desplegados. Me avergüenzo mucho de él, incluso a veces tengo la sensación de avergonzarme de ser polaca por cómo está tomando decisiones terribles", lamenta Irenka.
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