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Cohabitación a la rumana

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Difícil compromiso el de los votantes rumanos afrontan este domingo, forzados a elegir entre lo malo y lo peor en el referéndum que debe convalidar o rechazar la destitución de su presidente, el centroderechista Traian Basescu, enfrentado a muerte con el primer ministro, el socialdemócrata Víctor Ponta. Se trata de una disputa que ha forzado a la Unión Europea a tomar cartas en el asunto para exigir que el Gobierno de Bucarest se atenga a las reglas democráticas esenciales del acervo comunitario. Lo que convierte la cita en crucial es que, sea cual sea el resultado, los problemas por los que atraviesa el país balcánico, el segundo más pobre de la UE, estarán muy lejos de quedar resueltos y la herida abierta tardará en sanar y dejará secuelas graves.

Las últimas encuestas pronostican que más de dos tercios de los votantes refrendarán la destitución de Basescu y que la participación superará por los pelos el 50% del censo imprescindible para que el resultado sea válido, tras un intento de Ponta de cambiar las reglas en pleno juego que le han echado por tierra el Tribunal Constitucional y, sobre todo, las amenazas de represalias del Ejecutivo comunitario. Así las cosas, los partidarios de Basescu, más que hacer campaña por el ‘no', defienden la abstención, con el objetivo de que no se alcance la ‘masa crítica' necesaria para validar la consulta. No es imposible este desenlace, habida cuenta del volumen de la diáspora rumana y de que la incompetencia y los escándalos de corrupción frecuentes entre la clase política (incluso ha sido condenado un ex primer ministro y ex mentor de Ponta, Adrián Nastase) han hecho que el interés por votar decaiga al mismo ritmo que aumenta el desencanto y el escepticismo. Como era de esperar al hallarse la pelota tan en el aire, los dos bandos denuncian ya el juego sucio del contrario y se preparan a recibir su eventual derrota con denuncias de fraude masivo.

Supongamos que es Basescu el que se lleva el gato al agua porque vota menos de la mitad del censo. Dejando aparte la probable impugnación del resultado, podría seguir como presidente hasta el final de su mandato (en 2014), pese al rechazo que se da por seguro de una rotunda mayoría de los votantes (su popularidad apenas supera el 17%) y a la enemistad manifiesta de un Gobierno y un Parlamento que le destituyeron y que, de ninguna de las maneras, está dispuesto a ‘cohabitar' con él. Rumania no es precisamente Francia.

Segunda hipótesis: vota más de la mitad del censo, Basescu no recupera su poltrona y Ponta gana. Tampoco será una buena noticia, porque eso significará que se ha salido con la suya un gobernante que, para conseguir sus objetivos, no ha vacilado en los pocos meses que lleva en el poder (gracias a las defecciones en el partido del presidente depuesto) en saltarse a la torera muchas prácticas democráticas, hasta provocar lo que algún jurista califica de 'estado de suspensión constitucional'.

El primer ministro se ha quitado de enmedio sin contemplaciones a los presidentes de las dos Cámaras (el de la Alta sustituye al presidente y el de la Baja habría podido dificultar su destitución) y del Defensor del Pueblo, ha amenazado con cesar a jueces del Tribunal Constitucional, se ha hecho con el control del boletín oficial y, en lo que con este historial casi resulta anecdótico, destituyó al organismo académico que certificó que había plagiado 85 páginas de su tesis doctoral.

Desde Bruselas gritaron ¡basta! Temerosos de una situación como la que planteó Víktor Orbán en Hungría (que pretendía cercenar la libertad de prensa y la independencia de la justicia), Durao Barroso y Van Rompuy llamaron a capítulo a Ponta, y le enumeraron posibles represalias, desde prolongar la exclusión del espacio Schengen hasta ampliar la vigilancia del sistema judicial, retrasar el envío de fondos y, en último extremo, la privación del derecho de voto en algunas materias. Un informe posterior, certificó que Rumania ponía en peligro sus avances de los últimos cinco años, que bordeaba el precipicio y que debía demostrar que el proceso de reformas era irreversible.

Como Orbán en su día, el primer ministro rumano prometió enmendarse. Que lo haga o no es otra cuestión. Primero porque la UE, con la crisis del euro a cuestas, anda últimamente un tanto despistada y pendiente de asuntos de más urgente interés, casi de supervivencia. Segundo, porque el ingreso en la Unión puede ser difícil, aunque en el caso de Rumania y Bulgaria casi hay consenso en que fue prematuro y precipitado, pero una vez dentro, salir es casi imposible y la capacidad de presión ante este tipo de tropelías es limitada, incluso con países de escaso peso específico. La ‘opción nuclear' (expulsión) es inaplicable en la práctica, como la propia bomba, que está para que se la tema, no para detonarla. Y tercero, porque no son escasas las ocasiones (y eso lo sabrá bien Ponta) en que otros socios comunitarios, y no tan sólo recién llegados del Este, hacen de su capa un sayo y les sale gratis. Recuerden a Berlusconi, sin ir más lejos.

En resumen: que ganará Ponta o Basescu, pero perderán los rumanos.

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