Iris cumplirá 8 años el 3 de julio. Entre su lista de regalos pide que su padre esté en la fiesta, pero sabe que no llegará. Será su primer cumpleaños sin él. Iris es la mayor de cuatro hermanos que el pasado 17 de septiembre se quedaron huérfanos. Su padre fue asesinado la madrugada de un sábado cuando tirotearon el bar donde alternaba con sus amigos. Su madre, Yuvia Muro, le insiste a ella y a sus hermanos que fue un accidente, pero en la escuela los otros niños ya le dijeron que su papá fue asesinado. E Iris ya ha visto un par de tiroteos en su calle.
Carlos (nombre ficticio) tiene 7 años y llegó a la consulta del psiquiatra familiar Antonio Moreno, en la Seguridad Social, porque le diagnosticaron hiperactividad. En realidad, Carlos sufre un estado de shock desde que un comando armado se ensañó contra el coche donde viajaba con sus padres. Su madre, en un acto reflejo, lo escondió en el suelo del asiento de atrás y lo protegió con su cuerpo. Carlos se salvó, pero presenció el asesinato de sus padres y su tío. Ahora vive con su abuela, quien ya ha intentado suicidarse después de perder a sus dos hijos y a su nuera.
Son sólo dos de los de los más de 10.000 niños que perdieron a uno o ambos padres en Ciudad Juárez (1,5 millones de habitantes), la urbe más castigada por la guerra del narcotráfico y la más violenta del mundo con 240 asesinatos por cada 100.000 habitantes en 2010, más una cantidad incontable de robos, extorsiones y amenazas. En esta maraña criminal, los pequeños son las víctimas más vulnerables y el abono para que la espiral de violencia no termine, pues adolescentes y niños viven impregnados por esta cultura de violencia extrema e impunidad. En sus juegos de persecuciones, todos quieren ser el sicario, porque 'mejor estar del lado de los que van ganando', tal como confiesan ellos mismos.
La terrible violencia urbana ha obligado a crear talleres de duelo para víctimas
'Ahora vivimos el resultado de 30 años de maquilas (talleres textiles), donde los muchachos crecieron sin familias que los cuidaran porque estaban trabajando, sin recursos y sin aspiraciones. Pero ahora vivimos una violencia mucho más terrible y, cuando los hijos de los asesinados crezcan, quién sabe qué va a ser de esta ciudad', subraya Hugo Almada, psicoterapeuta y profesor de la Universidad de Juárez. Almada preside el Centro de Crecimiento Humano y Educación para la Paz, una ONG que ofrece talleres de duelo y terapias a las víctimas. Allí hay talleres específicos para niños, donde acuden pequeños atemorizados y con graves problemas emocionales a causa de su duelo.
El miedo y el dolor que se les queda en el cuerpo a los críos tras perder a uno o ambos padres deja secuelas emocionales y físicas graves, como agresividad, regresiones en el desarrollo (vuelven a orinarse encima, por ejemplo) y trastornos de conducta.
Los niños que ven morir a sus padres padecen gravísimos trastornos mentales
Yuvia Muro, la madre de Iris, ha observado cómo su hija se ha vuelto más introvertida, vergonzosa y pasiva desde que perdió a su padre. O María, quien, a sus 14 años, llegó a la consulta de Antonio Moreno, psiquiatra de uno de los hospitales públicos en la ciudad, con un trastorno de pánico después de ver a tres de sus primos y a un amigo recién acribillados. 'Estas historias son cotidianas en la consulta, el problema es que no hay recursos para atenderlos', explica Moreno, quien subraya que, en los últimos tres años, se han vuelto más frecuentes las consultas por depresión, ansiedad y trastornos de pánico o de sueño.
Los niños, además, tienen un 'doble duelo', según Silvia Aguirre, quien lidera otra de las organizaciones que ofrece talleres de duelo en los barrios y las escuelas, el Centro Familiar para la Integración y Crecimiento. 'Pierden al papá y pierden a la mamá, que primero se enfrasca en su propio dolor y deja de ser la mamá que el niño conocía; es una madre encerrada, dormida, que se la pasa llorando o trabajando doble jornada y no tiene tiempo ni fuerzas para darle la atención necesaria ni para cocinar', narra Aguirre. De hecho, cuenta que en la última escuela en que han trabajado, 210 de los 320 alumnos que asistían han perdido a alguien muy cercano: padres, hermanos o primos.
En el caso de los huérfanos, al duelo se suma el hecho de perder su principal sustento económico. Como le pasó a Michelle González, quien, a sus 27 años, nunca había trabajado fuera de casa, ni siquiera en la recicladora de metales que tenía la familia de su marido. Se había casado a los 15 años y tenía tres hijos, la mayor de 10. Pero en 2009, al negarse a pagar una extorsión, su marido, su cuñado y su suegro fueron asesinados.
'Estas historias son cotidianas en la consulta, el problema es que no hay recursos para atenderlos'
La empresa cerró y su familia le dio la espalda. Michelle tuvo que cambiar a sus hijos a la escuela pública, y vender su ropa y algunas pertenencias para salir adelante. Aún recuerda que fueron las madres del colegio de sus hijos y de la iglesia quienes le hacían la compra. Ahora trabaja en una dependencia municipal de 8 a 15 h. y por las tardes pone pestañas y uñas postizas a domicilio. Los sábados se lleva a sus tres hijos al bachillerato para adultos donde estudia para poder ascender en el trabajo.
Y esto se agrava en las familias más pobres, cuya madre no tiene más opción que trabajar en la maquila, donde el sueldo semanal por una jornada de es horas es de 30 euros. Ante esta situación, el Gobierno de Chihuahua, donde está Ciudad Juárez, ha creado una institución de apoyo, Fideicomiso para Víctimas, que apenas ahora está dando algunas becas escolares, atención médica y bonos alimenticios. Las organizaciones sociales subrayan que esto es un primer paso, pero no es suficiente.
'Necesitamos un programa integral que atienda la alimentación, el cuidado, la deserción escolar, la atención médica y psicológica de los niños. Es una situación de emergencia social que no se está contemplando de la manera necesaria', advierte Gabina Burciaga, educadora social de Chepaz.
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