AMMAN (JORDANIA)
“Sabah Alkhyr”. Los pacientes y el personal del hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Amman, Jordania, se dan los buenos días en un ambiente que se intuye distendido y amable. Sirios, iraquíes y yemeníes que han sufrido en primera persona las consecuencias de la violencia y la guerra conviven en este centro donde reciben tratamientos de cirugía reconstructiva, rehabilitación y apoyo psicológico.
Una de las pacientes es Leemar, de siete años, que no duda en asomarse y saludar: "Hello, how are you?". En su mirada no se ve que una bomba de barril destruyó su casa y acabó con la vida de su hermano Walid. En sus ojos se ve la inocencia de una niña con la ilusión de poder andar de nuevo. Leemar se hace querer en el hospital, todo el mundo le saluda. Las bromas y risas son habituales en su conversación.
"Después de realizar los tratamientos, me encanta jugar con mis amigas Zeina y Basma. Lo que más nos gusta hacer son manualidades y pintar", cuenta. "Quiero ser profesora, de árabe y de matemáticas. Si la profesora de árabe no está aquí (en el hospital) puedo venir yo", prosigue. "¿Pero por qué quieres ser profesora, Leemar?", le pregunta su padre. "Porque todos los niños pueden cumplir sus sueños y yo voy a ayudarles", responde sin vacilar.
Noor también quiere estudiar y pregunta a su hermano cuándo podrá empezar el colegio. Ella lo tiene claro: quiere ir a la universidad. "Tendría que haber empezado el colegio ya por primera vez, pero al estar en el hospital no ha podido todavía", explica Salah, su hermano mayor. Noor es una tímida niña iraquí de seis años que ha viajado hasta Amman para someterse a cirugías reconstructivas. La pequeña juega con el móvil de su hermano mientras él narra el motivo de su viaje: una explosión al lado de su casa en Fallujah dejó a Noor y a su primo con graves heridas en su rostro y cabeza.
El hospital de MSF acoge a 180 pacientes, la mayoría iraquíes. Sirios, yemeníes y palestinos completan el historial clínico
"Llegamos en septiembre de 2016, después de que Noor recibiese los primeros tratamientos en Irak. La primera cirugía que le hicieron fue en la cabeza, cuando todavía no tenía nada de pelo tras la explosión. Cuando llegamos al hospital de MSF le realizaron varios injertos de piel para reconstruir parte de la cara", cuenta Salah.
En junio de 2017 los hermanos regresaron al hospital para continuar con la reconstrucción de la cara de Noor. "Cuando volvimos, le pusieron un extensor de piel (una bolsa de agua en la cabeza) para intentar regenerar el pelo. Ya ha recuperado el 80% y en la siguiente operación esperamos que pueda recuperar el resto. Con la piel del extensor también se le reconstruirá parte de la nariz", comenta el hermano de Noor, mientras le acaricia la cabeza. A ella no le gusta hablar de lo que le ha pasado, prefiere jugar con el móvil y estar entretenida. Lo suyo es hacer puzles con su amiga Najla y seguir preguntando cuándo va a poder comenzar el colegio.
Por los pasillos del centro se ve a niños corriendo, sillas de ruedas y enfermeras saludando con una sonrisa a los pacientes de todas las edades y orígenes. Desde una de las habitaciones se escuchan las risas de Islam y sus compañeras. Las dos mujeres y la niña que acompañan a la joven paciente sonríen y bajan la mirada. Islam prefiere cubrirse un poco el pelo, pero al narrar su historia muestra las quemaduras de su cuello.
MSF ofrece asistencia financiera a los pacientes y familiares que los acompañan para que puedan viajar a Jordania
Las mujeres comparten miradas cómplices, riéndose entre ellas. Escuchan a Islam y sonríen mientras la joven cuenta que tiene quemado el tronco y las extremidades superiores por un coche bomba que explotó cerca de ella en Irak. Islam ha recuperado la movilidad del cuello, sus manos y su boca gracias a las intervenciones quirúrgicas a las que se ha sometido en el hospital y a las sesiones de fisioterapia. Fue a Jordania con su hermano, después de que el centro de MSF seleccionase su caso como uno de los más críticos.
"Me encanta ir al mercado con mis amigas del hospital, me encanta salir fuera. Prefiero estar con las chicas que con mi hermano, que es más aburrido", dice entre risas. "De Jordania me encantaría ver el mar Muerto", cuenta, y sus compañeras se ríen de nuevo y exclaman “Inshalah” y añade que deberían ir todas juntas. Islam quiere ser periodista de televisión. Nada de noticias, que es aburrido, señala. "Quiero contar historias divertidas, no me gustan las noticias, prefiero hablar de cosas como moda". La joven volverá pronto a Irak con su hermano para hacer una pausa obligada en su tratamiento y poder visitar a su familia. Más adelante tendrá que regresar para continuar con la segunda parte de las cirugías que mejorarán su movilidad.
Quien no ve una vuelta cercana a su casa en Siria es Mohammed, a quien le gustaría empezar una nueva vida en Jordania. "Por razones de seguridad preferiría no volver a Siria. Me encantaría poder trabajar en Jordania y formar una familia aquí". Un tiroteo en Daraa en 2013 le dejó sin movilidad en las piernas. "En Siria no tenía acceso a ningún tratamiento y las infecciones iban a peor", relata.
Mohammed llegó al hospital de MSF tras cinco cirugías y mucha rehabilitación. Ha recuperado la movilidad y está empezando a andar despacio. “Perdí parte del fémur por las infecciones, por lo que han tenido que alargarme los huesos. Ahora estoy mucho mejor, lo peor han sido las infecciones", sonríe mientras explica que ya casi ha terminado; sólo queda una operación más.
Mohammed planea qué hacer cuando esté mejor. "Yo era carnicero, pero no creo que pueda serlo otra vez. Tienes que tener mucha fuerza y siempre te estás moviendo de un lado a otro. Ahora creo que podría aprender a arreglar móviles o estudiar sobre tecnología. Me gustaría abrir mi propia tienda", declara.
"Todos nuestros pacientes tienen un historial de violencia, por lo que es fundamental el apoyo para la salud mental", explica una gerente
En ese momento interviene la enfermera Abeer y le dice que, aparte de tener buenas ideas, también tiene mucha fuerza. Mohammed baja la vista y agradece el comentario: "Me ayudó mucho venir al hospital, me di cuenta de que había mucha gente que estaba peor que yo y me hizo ver la suerte que tenía. Si pudiera, me gustaría ayudar más a los niños del hospital, para hacerles ver que hay más vida después de esto. Quisiera ser un ejemplo para ellos".
Leemar, Noor, Islam, Mohammed. Son sólo algunas de las historias que alberga el hospital de MSF. En total, el centro acoge a 180 pacientes. Desde que Siria cerrara de facto sus fronteras en 2016, la mayoría de los pacientes son iraquíes. Yemeníes, palestinos y sirios son el resto de nacionalidades que conforman el historial clínico del hospital. El centro, inaugurado en 2006 y renovado en 2015, ha tratado a unas 4.500 personas.
"Algunas personas se asombran del ambiente del hospital, de que personas de distintos países puedan vivir en armonía. Los pacientes suelen juntarse en los pasillos o fuera para hablar. Comparten la misma lengua y la misma historia", cuenta Anne-Lise, gerente del hospital. "Cuando hacemos grupos con los niños al jugar, se olvidan de sus orígenes. Lo que intentamos aquí es promover la interculturalidad. Aunque compartan una lengua, sus culturas son distintas. En el hospital decidimos tener grupos mixtos, aunque sólo sea de nacionalidades", añade.
"Algunas personas
se asombran del ambiente del hospital, de que personas de distintos países puedan vivir en armonía"
Anne-Lise incide en la importancia de, además de las cirugías y el trabajo de rehabilitación, el apoyo psicológico, tanto para el paciente como para su acompañante. “Todos nuestros pacientes tienen un historial de violencia, por lo que es fundamental el apoyo para la salud mental, un tema tabú en el mundo árabe. Por ejemplo, muchas de las mujeres se esconden. Organizamos salidas al mercado con ellas para que puedan aceptar poco a poco lo sucedido y se sientan preparadas cuando vuelvan a casa", explica la gerente.
Lidiar con las limitaciones que vienen dadas por un hecho violento provocado por la guerra es lo que Médicos Sin Fronteras hace a través de sus programas de apoyo psicosocial. "Es difícil irte de tu país en guerra y dejar a tu familia allí, con la incertidumbre de lo que pueda suceder. Se suma también que ves a tus seres queridos pasar por intervenciones quirúrgicas complejas", continúa la gerente, que añade: “Queremos que nuestros pacientes sean resilientes. El 20% es menor de 18 años. Tenemos que crear programas educativos y recreativos para que los niños desarrollen sus capacidades".
MSF ofrece alojamiento y asistencia financiera a los pacientes y familiares que los acompañan para que puedan viajar a Jordania. También para que, una vez terminado el tratamiento, vuelvan a sus casas. A sus casas o a la tienda que Mohammed quiere abrir. O al plató de televisión desde el que Islam contará sus historias divertidas. O al colegio, para que Noor y Leemar puedan volver a clase.
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