LONDRES
Actualizado:Que la semana pasada el ministro para el brexit, Stephen Barclay, defendiera en el Parlamento británico los argumentos del Gobierno contra un brexit sin acuerdo pero minutos después él mismo votara a favor, lo dice todo sobre el poder que Theresa May ejerce a estas alturas sobre su gabinete: ninguno.
Ante la Cámara de los Comunes, Barclay se limitó a hacer aquello a lo que le obliga el cargo, pero luego fue honesto con lo que personalmente creía. Y eso sin olvidar que si Barclay es el tercer ministro para el brexit es porque los dos anteriores renunciaron ante su desacuerdo con los términos del texto alcanzado por la primera ministra. Una desautorización en toda regla.
Pero, a estas alturas, esos gestos ya no sorprenden y se repiten sin remilgos un día tras otro. Que el domingo algunos ministros se apresuraran a desmentir la información que el Sunday Times llevaba en su primera página, afirmando que hasta 11 ministros habrían puesto en marcha un complot para acabar con Theresa May, no sirvió para acallar lo que hace tiempo pasaron de ser rumores a hechos: que la primera ministra ha perdido el respeto de su Gobierno y su partido; que no solo no la respaldan, sino que ni siquiera la respetan.
Tan sola parece sentirse que cuentan que muchos de sus compañeros no tenían ni idea de lo que iba a decir el miércoles por la noche cuando se dirigió a la nación en un intento por ganarse el favor del pueblo británico escurriendo el bulto y echando la culpa al Parlamento de la crisis del brexit. Error de cálculo o exceso de soberbia, lo cierto es que fue justo lo que le faltaba para seguir ganándose enemigos en sus filas; los conservadores estallaron furiosos. Su compañero de partido Sir Edward Leigh dijo que “debería dimitir”. Otro parlamentario conservador, Conor Burns, se preguntaba públicamente en Twitter: “¿Qué sentido tiene esto?”. Un tercer miembro del partido conservador, William Hague, contaba en el programa del periodista Robert Peston en ITV que “las opciones de unas elecciones generales acaban de incrementarse significativamente”, y la corresponsal política de The Guardian, Jessica Elgot, tuiteó que “después de un par de llamadas telefónicas, parece que el discurso de May ha hecho que sea más probable que los parlamentarios conservadores voten en contra de su acuerdo”.
Así parece haberlo confirmado el penúltimo episodio de esta historia de desencuentros, cuando este lunes Theresa May ha anunciado ante la Cámara de los Comunes que “tal y como están las cosas, todavía no hay suficiente apoyo en el Parlamento [para someter su acuerdo a una tercera votación]”. Y eso no es únicamente porque la oposición siga oponiéndose, ni porque sus socios de gobierno del Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte (DUP) no le hayan prometido su respaldo; es principalmente porque sabe que en las filas de su propio partido -e incluso de su propio Gobierno- muchos no lo respaldarían.
De nada sirvió su último movimiento a la desesperada hasta la fecha, cuando el domingo invitó a varios miembros del Gobierno y del partido conservador a su residencia de campo para mantener conversaciones de emergencia; entre ellos, algunos de los nombres que se apuntan como posibles sucesores. También el exministro de Exteriores Boris Johnson, que en su columna de ese mismo día en The Telegraph le devolvía la pelota a May escribiendo que “la razón por la que no nos vamos el viernes no es culpa de los parlamentarios”.
Los rumores sobre que podría comprometerse a dimitir si su acuerdo sale adelante y que su partido estaría dispuesto a ese sacrificio con tal de que no sea ella la que continúe con la gestión del brexit también están a la orden del día. Porque lo que parece claro es que si May decide desaparecer, lo hará sólo después de haber conseguido algo a cambio. Ya tuvo que prometerle a su partido que no se presentaría a las próximas elecciones (previstas para 2022) para poder salvar su pellejo ante la última moción de confianza sobre ella.
Parece claro que si ha llegado hasta aquí siendo vapuleada, ninguneada y convertida en objeto de burla no es para irse por la puerta de atrás en cualquier momento y con la manos vacías. Si May se va, lo quiere hacer con algo bajo el brazo, y qué mejor que dejar para la historia del país el acuerdo que lleva meses defendiendo.
Una prueba más de que una cosa es que los suyos vayan a por ella y otra que ella sea una pobre e inocente desvalida. En esa línea, las declaraciones de un ministro que no quiso dar su nombre que contó a The Times que May es capaz de “chupar de la sala cualquier buena voluntad que haya”. Lo cierto es que recordar ahora aquel discurso de enero, cuando aún quedaban 71 días para el 29 de marzo, cuando dijo: "Este es el momento de dejar de lado el interés propio”, sin que se le escape a uno una sonrisa, resulta muy difícil.
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