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El secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, manifestó su preocupación esta semana en La Haya: "no debemos subestimar a Rusia". Lo dijo con la mente puesta en el fin del motín de los paramilitares Wagner y su repliegue gracias a un pacto in extremis entre el líder de los mercenarios, Yevgueni Prigozhin, y el presidente ruso, Vladímir Putin. El mediador del acuerdo fue el presidente Alexander Lukashenko, cuyo país, Bielorrusia, toma un inusual protagonismo en el duelo de sombras entre Rusia y Occidente en el este de Europa.
La OTAN analiza la compleja jugada de Putin, que, en el marco de la guerra de Ucrania, puede modificar el mapa de la confrontación. Hasta el extremo de que tanto Stoltenberg como algunos de los aliados del Báltico y el este de Europa han lanzado una advertencia sobre las ramificaciones del caso Wagner: "que no haya lugar para los malentendidos en Moscú y Minsk sobre nuestra capacidad para defender a nuestros aliados contra cualquier amenaza potencial", dijo Stoltenberg.
El Gran Juego de Moscú en Bielorrusia
Bruselas ya había puesto una máxima atención en el anunciado despliegue de armas nucleares tácticas rusas en Bielorrusia, que se completará pocos días antes de que la OTAN celebre su cumbre del 11 y 12 de julio en Vilna, Lituania. Ahora, la noticia del posible estacionamiento de fuerzas del grupo Wagner en Bielorrusia, "castigadas" por su participación en el motín, completa el círculo de las sospechas occidentales sobre el nuevo papel de Minsk en el juego desplegado por Moscú.
Precisamente, el presidente lituano, Gitanas Nauseda, tocó las campanas a rebato esta semana al conocer la intención rusa de enviar a Bielorrusia a parte de los Wagner, tras el fracaso de la sublevación: "Si (la empresa) Wagner despliega a sus asesinos en serie en Bielorrusia, todos los países vecinos afrontarán un mayor peligro de inestabilidad".
"Es un asunto muy serio y preocupante, y deberíamos adoptar decisiones muy firmes al respecto. Esto requiere una respuesta muy dura por parte de la OTAN", aseveró, por su parte, el presidente polaco, Andrzej Duda.
Moscú quiere dar la vuelta a la crisis derivada de la rebelión de Prigozhin, apartar la idea de que el motín debilitó a Putin y aprovechar la coyuntura para tomar medidas asimétricas que le permitan descolocar la estrategia de la OTAN en el este europeo. Por eso, según pasan los días, son cada vez menos quienes, en los servicios de inteligencia occidentales, siguen viendo en la sublevación encabezada por el magnate Prigozhin un golpe demoledor contra Putin y un claro indicio del resquebrajamiento del poder del Kremlin.
Un motín muy oportuno
Crecen las sospechas de que el golpe fallido de Prigozhin está sirviendo ya a Putin para purgar las fuerzas armadas y eliminar la dualidad de mando entre el ejército regular y las unidades paramilitares que tantos quebraderos de cabeza estaba ocasionando en el frente de batalla.
Uno de los purgados habría sido el general ruso Serguéi Surovikin, hasta enero comandante de las fuerzas armadas invasoras en Ucrania y quien, según ha filtrado oportunamente el Kremlin, podría haber conocido los planes de Prigozhin para llegar hasta Moscú con sus hombres.
Además, tras el motín de los mercenarios, el Ministerio de Defensa ruso ya ha organizado el traslado de algunas de las unidades Wagner a Bielorrusia, donde se encuentra el propio Prigozhin "deportado" por Putin. Todo ello, sin necesidad de convertir al hasta ahora dueño de Wagner en un mártir de la lucha contra el autoritarismo del presidente ruso.
Una nueva base para los Wagner en Bielorrusia
Según el diario estadounidense The New York Times, unas imágenes por satélite tomadas de una base abandonada en Bielorrusia muestran el lugar donde podrían ser estacionados miles de soldados Wagner. Esas instalaciones están siendo habilitadas para albergar a un gran número de efectivos. Se encuentran, además, a apenas 21 kilómetros de la ciudad de Asipovichy, que alberga numeras instalaciones militares y un depósito de municiones.
En Asipovichy se encuentra la única brigada de misiles bielorrusa, la 465, que dispone de cohetes rusos Iskander, capaces de ser armados con ojivas nucleares.
Las cabezas nucleares tácticas rusas cuyo despliegue debería completarse hacia el 8 de julio, es decir cuatro días antes de la inauguración de la cumbre de la OTAN en Vilna, no formarán parte del arsenal bielorruso, sino que serán controladas por Moscú.
Parece así claro que esta operación no está destinada a amenazar directamente a Ucrania. Es un aviso directo a la OTAN y a los países más rusófobos de la Alianza que son precisamente los que rodean a Bielorrusia.
Es comprensible el nerviosismo de Bruselas. Quizá Bielorrusia no sea un rival militar ni para la OTAN ni para la mayoría de los estados vecinos pertenecientes a esta organización. Pero su inclusión en la maquinaria bélica de Moscú, que es lo que pretenden mostrar estos pasos del Kremlin con las fuerzas Wagner y el arsenal nuclear táctico allí desplegado, planta la amenaza rusa ante el flanco más sensible de la Alianza: el Báltico y Polonia.
En La Haya, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, llamó la atención sobre las "extrañas cosas" que los líderes bielorruso y ruso podrían hacer y su viceprimer ministro, Jaroslaw Kaczynski, fue más lejos y este jueves indicó que el traslado de los Wagner a Bielorrusia es "una nueva etapa mucho más difícil de la guerra híbrida" lanzada por Rusia.
Reconoció que las medidas que adoptará Polonia para reforzar su frontera con Bielorrusia responden a ese traslado de las unidades Wagner. El efecto Wagner empieza a expandirse.
El error de subestimar al enemigo
Como señaló Stoltenberg, es un error minusvalorar a Putin, un líder que ha sobrevivido casi 24 años al frente del país más corrupto de Europa (seguido de la Ucrania que quiere entrar sin preámbulos en la OTAN y la UE), donde pululan facciones armadas forjadas sobre lazos mafiosos y donde gobierna el "orden" instaurado a la caída de la URSS por ex veteranos de la antigua KGB, entre ellos el propio Putin.
Por eso, no es descabellado percibir una jugada casi imposible de Putin que, con un maquiavélico juego de malabares, puede haber despistado al personal occidental con la presunta debilidad de su poder, al tiempo que, de facto, convierte al último aliado que le queda en Europa en una pieza clave para el futuro de la geopolítica del continente. Una pieza capaz de desbaratar las apuestas occidentales para sumar Ucrania a la OTAN.
El objetivo es evidente: el Kremlin está tomando posiciones ante la cumbre de julio de la OTAN y ante la posibilidad de que se le prometa al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, la entrada en la Alianza una vez terminada la guerra.
Bielorrusia, el as del Kremlin ante la adhesión de Ucrania a la OTAN
La jugada de Putin se perfila: si la OTAN avanza hacia la admisión de Ucrania, la baza de Moscú será Bielorrusia. Este país, ninguneado por la propia Rusia, pero más aún por un Occidente que desprecia al dictador Lukashenko (en el poder 28 años), se está convirtiendo en un elemento soberbio para asegurar la defensa estratégica rusa.
Y para desestabilizar el flanco oriental de la OTAN, claro.
Armado con bombas nucleares tácticas rusas y con los mercenarios Wagner, Bielorrusia aparece como un bastión prorruso con potencial para poner en jaque, o al menos ocasionar problemas, a Ucrania, pero también a Polonia, Lituania y Letonia, por citar solo a los estados de la OTAN con los que comparte frontera.
El factor Lukashenko
En este realineamiento de fuerzas en las fronteras entre Rusia y la OTAN, el presidente Lukashenko aparece como un hábil actor. El líder bielorruso ha mostrado una notable capacidad para eludir la absorción de su país por Rusia al amparo del descompensado Tratado de la Unión entre ambos países. Pero también está forjando una coraza para blindarse ante una eventual operación militar occidental para derrocarlo y así debilitar a Moscú.
Lo que ha trascendido de su mediación entre Prigozhin y Putin indica que le salvó a aquél la vida y que impidió que el presidente ruso llevara a cabo su amenaza de "freírle" vivo a él y sus comandos camino de Moscú. Eso sugiere una capacidad de influencia sobre Putin que hasta ahora se le venía negando en Occidente.
Su negociación con el viceministro de Defensa ruso, Yunus Bek Yevkurov, y el director del FSB, Alexander Bortnikov, para detener el motín de Wagner llevó a Lukashenko a las entrañas del Kremlin, donde mostró una firmeza y una frialdad que no podía ejercer el propio Putin. La soberbia del líder ruso tuvo que inclinarse ante la astucia del viejo zorro bielorruso.
Los Wagner, a quienes se podrán unir militares y civiles bielorrusos, podrían ayudar a reforzar la capacidad de combate del ejército de Bielorrusia y a depender menos de las fuerzas armadas rusas. Esta es la ganancia de Lukashenko y debería ser también una de las preocupaciones de la OTAN.
De momento, ya el presidente Duda de Polonia ha pedido a la Alianza que el caso Wagner sea incorporado a la agenda de los 31 en Vilna los próximos 11 y 12 de julio.
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