El militarismo norcoreano reta a Trump y a una Corea del Sur sumida en la crisis
La implicación de Corea del Norte en la guerra de Ucrania y su renovado músculo militar desafían a Washington y Seúl en un momento crucial para estos dos aliados.
No es este el mejor momento de la alianza entre Estados Unidos y Corea del Sur ante el guante lanzado por su archienemigo en Asia. Corea del Norte está aprovechando las aguas revueltas en Ucrania, donde Washington es aún el primer jugador externo, y el terremoto político surcoreano para ganar peso geopolítico en el mundo.
La llegada al poder de Donald Trump en apenas diez días y la profunda crisis institucional en Corea del Sur, tras la destitución por la Asamblea Nacional del presidente Yoon Suk-yeol por intentar imponer la ley marcial en diciembre pasado a fin de encubrir sus errores políticos, se han convertido en una oportunidad de oro para las ínfulas internacionales del régimen norcoreano y su líder, Kim Jong-un.
Ahora, Corea del Norte tiene voz en la crisis armada más importante que está atravesando Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ello le ha permitido cerrar filas con un aliado muy poderoso, Rusia, en una relación geopolítica que ha trastocado el equilibrio de poder en el Pacífico Occidental, donde Estados Unidos, Corea del Sur y Japón se están viendo obligados a rediseñar contrarreloj sus estrategias militares.
Y no menos importante. Gracias a Moscú, ahora Pyongyang dispone de la mejor ayuda para impulsar su producción de armas de última generación a cambio de esas tropas, de cientos de miles de toneladas de munición convencional y de misiles de corto y medio alcance, elementos decisivos para mantener la iniciativa en Ucrania y en el sur de Kursk, la región rusa ocupada parcialmente por las fuerzas de Kiev y donde ya combaten miles de norcoreanos.
Un enemigo nada despreciable
Las noticias que ofrece el estado mayor ucraniano es que sus fuerzas que invadieron el 4 de agosto el sur de la región rusa de Kursk están combatiendo a un contingente combinado de casi 60.000 soldados rusos y entre 10.000 y 12.000 norcoreanos.
Se han ofrecido vídeos de soldados norcoreanos abatidos en los duros combates, mientras la propaganda ucraniana y occidental trata de minimizar esa participación aludiendo a la incapacidad para comunicarse entre los rusos y sus aliados asiáticos, las dificultades para manejar el armamento ruso o el supuesto empeño avieso de Moscú de utilizar a los combatientes asiáticos como carne de cañón en sus ofensivas.
Estas historias están dirigidas a las opiniones públicas occidentales; los soldados ucranianos que combaten en la línea del frente a los batallones rusos y norcoreanos saben perfectamente contra quiénes están luchando y las fabulaciones no les hacen ningún bien.
Así, una ofensiva lanzada esta semana por Ucrania en el territorio que aún ocupa en Kursk (apenas una tercera parte de los 1.400 kilómetros cuadrados que llegó a tomar) fue detenida por una contraofensiva de las fuerzas del Kremlin que, además, aprovecharon para recuperar algunos asentamientos más. En esa contraofensiva combatían también los efectivos norcoreanos.
Casi tres años después de que empezara la guerra, son los ucranianos armados por Occidente hasta las pestañas quienes están rozando la debacle
Con las fuerzas norcoreanas combatiendo contra Ucrania está sucediendo en Occidente lo mismo que ocurrió cuando empezó la invasión rusa. Se odia y desprecia al contrincante, se le imagina estúpido, con las peores armas, los peores mandos y las peores estrategias. Pero casi tres años después, son los ucranianos armados por Occidente hasta las pestañas quienes están rozando la debacle.
Y ciertamente es presuntuoso (y peligroso desde el punto de vista militar) minusvalorar a unas fuerzas, las norcoreanas, bien entrenadas y con un nivel de adoctrinamiento y compromiso patriótico superior al de los regimientos ucranianos, donde cunden las deserciones y la desmoralización por la falta de soldados que cubran los huecos en las filas y reemplacen a los combatientes de larga duración.
Preocupación de Corea del Sur
Bien lo saben los propios surcoreanos, muy preocupados estos días por el nivel de conocimiento táctico y estratégico que los militares norcoreanos pueden obtener de la guerra de Ucrania y que podría ser empleado en una eventual confrontación entre Seúl y Pyongyang.
Para la propia población surcoreana la participación de sus vecinos del Norte en una guerra, aunque sea en la lejana Europa, ofrece una amenaza que contrasta con la debilidad de la situación política interna, con la Justicia tratando de averiguar el paradero del presidente destituido Yoon y los partidarios de éste manifestándose en las calles. Muchos recuerdan los tiempos de las dictaduras en los años setenta y ochenta en Corea del Sur y las provocaciones norcoreanas que las enmarcaron.
A la polarización que está promoviendo la clase política surcoreana se contrapone entre la gente de a pie una comprensible preocupación por la cohesión militarista norcoreana, una imagen de fortaleza frente a la fragilidad evidenciada en el Sur.
Un misil que dispara la preocupación
Pero no es Ucrania la única cuerda que está tensando Kim Jong-un y que deberá ser templada por Trump al llegar a la Casa Blanca. Esta semana, el lanzamiento por el ejército norcoreano de un potente misil de rango intermedio hizo sonar todas las alarmas entre los aliados asiáticos de Washington y también entre los europeos, como se encargó de señalar Bruselas.
Cualquier mejora armamentística por parte de los amigos de Moscú, como Irán o Corea del Norte, más tarde o más temprano puede acabar siendo usada en el campo de guerra ucraniano.
El proyectil lanzado por Corea del Norte el lunes fue un nuevo modelo de misil balístico hipersónico de rango intermedio. Hacía dos meses que el ejército norcoreano no probaba un arma similar, pero ésta además tiene unas características que pueden dar a Corea del Norte un mayor potencial bélico y que podrían confirmar la presencia de tecnología rusa detrás.
Los surcoreanos quisieron quitar importancia a la prueba del misil, que, sin embargo, si se hace caso a Pyongyang, sí podría suponer un salto cualitativo en la capacidad de amenaza norcoreana y en su potencial para evitar la interceptación de sus misiles más avanzados. Una especialidad de los rusos, por cierto.
Cualquier mejora armamentística por parte de los amigos de Moscú, como Irán o Corea del Norte, más tarde o más temprano puede acabar siendo usada en Ucrania
Los norcoreanos indicaron que el misil alcanzó un pico de altitud de 99.8 kilómetros y después un segundo cenit a 42,5 kilómetros. Recorrió 1.500 kilómetros a doce veces la velocidad del sonido.
Seúl no se creyó tales datos y afirmó que el misil norcoreano solo alcanzó 1.100 kilómetros, desde las inmediaciones de Pyongyang y antes de impactar contra el agua, en el mar del Japón.
Tampoco consideraron veraces las afirmaciones de Corea del Norte sobre ese segundo pico de altitud alcanzado por el nuevo misil. Esto habría implicado una corrección de su trayectoria en vuelo para, en lugar de caer en parábola, remontar la caída. Su trayectoria no sería entonces previsible, como la de cualquier misil balístico, pues podría hacer ajustes en su ruta y por tanto complicar mucho su interceptación.
La mano de Moscú en el nuevo misil
Tales características apuntarían a una estrecha colaboración ya en materia aeronáutica militar entre Pyongyang y Moscú, agradecido por la ayuda norcoreana, en armas y tropas. Que los norcoreanos indicaran que el motor fuera fabricado con un nuevo compuesto de fibra de carbono y que había un nuevo sistema de guiado en vuelo solo refuerza esas sospechas.
En rueda de prensa, el portavoz del Estado Mayor Conjunto surcoreano, Lee Sung-jun, no excluyó esa cooperación en materia misilística ya en marcha entre rusos y norcoreanos.
No fue casualidad que Kim Jong-un ordenara el lanzamiento de su nuevo supermisil el lunes. La prueba “coincidió” con la visita a Seúl del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, quien también evidenció los temores de Washington ante la cooperación militar aeroespacial y las transferencias tecnológicas entre rusos y norcoreanos.
Blinken calificó la cooperación militar entre Rusia y Corea del Norte como una “calle con dos sentidos”, que implicaba a Moscú en el entrenamiento de soldados norcoreanos y la entrega de equipos militares a Pyongyang. Pero no solo, dijo Blinken: ahora el Kremlin "intenta compartir tecnología espacial y de satélites".
Trump se encuentra ante un gran dilema en el este de Asia: un paso en falso podría debilitar la presencia de Estados Unidos en la región
Con ocasión del lanzamiento del supermisil norcoreano, Kim Jong-un subrayó que ese sistema de armamento hipersónico "disuadirá de forma fiable a cualquier adversario en la región del Pacífico que pueda comprometer la seguridad nacional" de Corea del Norte.
Para completar las sospechas sobre el posible origen ruso de la tecnología del nuevo misil, Kim insistió en que “solo hay unos pocos países en el mundo que posean sistemas de armamento como éste”, capaces de “penetrar eficazmente cualquier barrera sólida de defensa y asestar un serio golpe militar al contrincante”, agregó.
El dilema norcoreano de Trump
Con este desafío norcoreano se encontrará Trump a su llegada a la Casa Blanca el 20 de enero, una situación más complicada que la que afrontó en su anterior Administración (2017-2021). Entonces pudo reunirse con Kim Jong-un en tres ocasiones, en Singapur, Hanói y la Zona Desmilitarizada que separa las dos Coreas. Se distendió la pugna entre Washington y Pyongyang, pero tampoco se consiguió mucho más.
Ya antes de ganar las elecciones del pasado 5 de noviembre, Trump advirtió a Japón y Corea del Sur sobre la necesidad de que incrementaran sus respectivas contribuciones a la seguridad en el Pacífico con la vista puesta en China y Corea del Norte. Ahora, la amenaza norcoreana es si cabe mayor, blindada por su pacto de defensa mutua con Rusia.
Por otra parte, las posibilidades de cooperación militar entre los aliados asiáticos de Estados Unidos y la OTAN, expandidas tras la invasión rusa de Ucrania como una forma de atajar la influencia militar china en Asia, podrían estar en la cuerda floja. La posible merma en la relación entre Washington y la OTAN con la llegada de Trump (que exige a los países europeos un esfuerzo presupuestario que es difícil que cumplan) también tendría su eco en el Pacífico.
Trump se encuentra, pues, ante un gran dilema en el este de Asia. Un paso en falso podría debilitar la presencia de Estados Unidos en la región o avivar una confrontación en la que los perdedores serían igualmente Japón y Corea del Sur.
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