La política israelí ha entrado en una nueva e incierta fase que se iniciará este domingo con una coalición de ocho partidos que ejecutará un pacto para echar del poder a Benjamín Netanyahu después de doce años, si bien la coalición no tiene demasiadas garantías de mantenerse unida durante mucho tiempo.
La transición se caracteriza por una cruda hostilidad, una toxicidad que carece de precedentes desde el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995, un crimen que cambió el curso de la historia y que vuelve a planear con fuerza sobre los políticos de la alianza, incluidos algunos de sus líderes más visibles, como el primer ministro in péctore Naftalí Bennett.
Los malos presagios vienen de lejos. La polarización se percibe sobre todo en las redes sociales, donde el tono ha subido a niveles desconocidos, con descalificaciones y amenazas extremas en una sociedad en gran parte fanatizada, especialmente en el entorno de la derecha más nacionalista, donde se pueden poner como ejemplo los agresivos exabruptos de Yair Netanyahu, hijo del todavía primer ministro.
Una de las descalificaciones más utilizadas es la de boguéd (traidor), que se aplica especialmente contra los políticos de dos partidos de la extrema derecha, Yamina y Nueva Esperanza, que han pactado con lo poco que queda de centro izquierda la futura coalición de Gobierno.
La acusación de traidor ya se aplicó a Yitzhak Rabin en los meses que precedieron a su asesinato en noviembre de 1995. De hecho, numerosos analistas israelíes señalan que el clima actual se parece a aquél de manera alarmante y no descartan que otra tragedia esté a la vuelta de la esquina.
El jefe del Shin Bet, los servicios secretos, Nadav Argaman, ha formulado esta semana una advertencia pública y extraordinaria contra el omnipresente y rutinario discurso que incita a la violencia y el odio, agudizado desde el anuncio de la nueva coalición.
La joven diputada Tamar Zanberg, del partido liberal Meretz, ha tenido que abandonar su domicilio debido a las amenazas que ha recibido
Los servicios secretos han tenido que reforzar la seguridad de varios líderes como Naftalí Bennet y otros responsables políticos de los partidos que lo respaldan. La joven diputada Tamar Zanberg, del partido liberal Meretz, ha tenido que abandonar su domicilio debido a las amenazas que ha recibido, y también su hija pequeña, amenazas que se ha tomado en serio. Los domicilios de otros diputados están siendo vigilados permanentemente por las fuerzas de seguridad, y delante de algunos de ellos los seguidores de Netanyahu se manifiestan a diario llamando a los residentes "traidores".
Uno de los rabinos más prominentes, Haim Druckman, que preside una de las escuelas rabínicas más radicales de los territorios ocupados, dirigió con claridad su voz contra los políticos traidores. En 1995 Druckman ya dijo que había que "hacer todo" lo posible para frenar a Rabin, y poco después el líder laborista fue asesinado.
Naftalí Bennet no se toma a broma estas amenazas y ha hablado de "días de veneno", además de advertir a sus hijos pequeños que su padre se ha convertido en la persona más odiada del país. Y todo indica que las presiones que el inminente primer ministro recibe no se detendrán después de la investidura del domingo.
En Estados Unidos y en Europa han preferido ignorar durante años una situación de la que no puede esperarse nada bueno
El nacionalismo y el religionismo están detrás de este ambiente irrespirable. Las amenazas y el odio no han surgido de la noche a la mañana, sino que llevan décadas de cocción a fuego lento. En Estados Unidos y en Europa han preferido ignorar durante años una situación de la que no puede esperarse nada bueno.
En el dramático escenario de 1995 fue precisamente un joven nacionalista y religionista, Yigal Amir, quien apretó el gatillo contra Rabin. Amir sigue cumpliendo su condena en la cárcel pero no hay que descartar que haya otros jóvenes dispuestos a sacrificarlo todo e imitar a Amir para salvar al Gran Israel.
El hecho de que Netanyahu haya denunciado las últimas elecciones por "fraude", una circunstancia que ha recordado a lo ocurrido en Estados Unidos con Donald Trump, ha creado una mayor tensión. Pero a diferencia de Trump, Netanyahu no argumenta que el fraude sucedió en el recuento de votos sino en las alianzas que han surgido después de las elecciones.
El fondo de la cuestión es justamente el mismo que existía en tiempos de Rabin, hace 26 años, cuando en el ambiente flotaba la idea de la necesidad de llegar a la paz con los palestinos. En este sentido, Netanyahu advirtió hace una semana que Bennett no será capaz de resistir la presión de Estados Unidos en esa dirección.
Sin embargo, es muy difícil, o seguramente imposible, que el nuevo gobierno vaya a avanzar hacia la paz con los palestinos. En la coalición hay partidos, como el de Bennett, radicalmente opuestos a cualquier acuerdo de paz y en la Kneset existe una holgada mayoría que no le permitiría avanzar en esa línea bajo ninguna circunstancia, aunque Bennett quisiera dar ese paso, que no es el caso.
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