Viaje de una joven hacia ningún lugar: cuando viajar no es una prioridad
Por Marta Cava
-Actualizado a
Hubo un tiempo en que la pregunta “¿Y a dónde viajas estas vacaciones?” me daba auténtico terror. Nunca sabía qué contestar. Dijese lo que dijese, sabía lo que venía a continuación: toda una amalgama de propuestas que siempre consistían en coger el coche e ir a algún lugar, más cerca, o más lejos. La propuesta era siempre la misma: vete a algún sitio.
¿Por qué me daba pánico responder? Porque nunca sé cómo hacerlo por diferentes motivos. En primer lugar —y no me avergüenzo de ello, ¡faltaría más!— por una cuestión económica: he sido precaria durante muchos años; en segundo lugar, no me entusiasma viajar en avión. De hecho, el low cost, lejos de animarme, siempre ha provocado en mí la reacción casi contraria. Tampoco me entusiasman los barcos. Me gusta, eso sí, el tren; pero el precio de los billetes no suele ser apto para todos los bolsillos.
Luego está toda la cuestión del cambio climático y el impacto que deja cualquier turista en cualquier ciudad. No hay ninguna necesidad de autoconvencerse de que uno no es turista, sino viajero: queridos mochileros, las pintadas tourist go home también van dirigidas a vosotros.
Por último, no me apetece sumarme a la campaña gratuita que le hacemos a la industria turística, con nuestros publirreportajes gratuitos en redes sociales. El filósofo Eudald Espluga siempre menciona un meme de la usuaria de Instagram @lapicarajustina en el que aparece la frase: “Estoy de vacaciones, pero sigo trabajando para Instagram”. Creo, francamente, que resume muy bien este tema.
Mi último viaje
La última vez que viajé por placer fue en 2019, a una ciudad italiana. Fue uno de esos viajes en los que no te dicen el destino hasta el último momento. La ciudad en cuestión era bonita, sí, tranquila, sí, con algunos turistas, sí, pero sin aglomeraciones ni precios abusivos. Aún así, un día me di cuenta de que no quería estar allí. No quería andar por las calles de esa ciudad tan bonita, ni sentarme a tomar café y leer, no quería visitar ninguno de sus enclaves más emblemáticos. En realidad fue peor que eso: no es que no quisiese estar allí; simplemente me di cuenta de que todo eso que estaba haciendo también lo podía hacer en casa y sin la necesidad de molestar a nadie ni acumular fotos en el móvil que luego caen en el olvido.
En 2020 llegó la pandemia y paró el mundo; también se frenaron de golpe los viajes. Luego nos recuperamos y todo empezó a volver a la normalidad. Pues ni con esas se me despertó a mí ningún entusiasmo por el viaje. Fue entonces cuando no solo decidí no volver a viajar, sino plantarme ante la temida pregunta que abre este texto. “No, no voy a ningún sitio. Me apetece quedarme en casa y descansar”.
Y así ha sido mi vida desde entonces. Ni tengo remordimientos, ni me escondo; tampoco pretendo sentar cátedra, ni proponer la abolición del turismo. ¡Faltaría más! Es cierto que a veces pienso en viajes que me gustaría hacer algún día: una ruta por Irlanda o por Escocia, ir a conocer la Nápoles de una de mis autoras preferidas, Elena Ferrante. ¡Hay días que incluso me apetecería subirme a bordo del Transiberiano!, sin embargo hay algo que tengo claro: no quiero emplear mis vacaciones en viajar. Me importan un comino los puentes y las ofertas de Ryanair. Quiero descansar, vivir tranquila, disfrutar de aquello que me gusta y poderlo hacer sin que se me tache de aburrida o de precaria. Porque la mía es una decisión firme y tomada a conciencia; no un hecho circunstancial.
Experiencias únicas que no lo son
La sociedad actual nos ha impuesto que todo tiene que ser una experiencia única, irrepetible, que todo lo que vivamos se puede inmortalizar en una bonita foto para Instagram. Tenemos poco tiempo y hay que aprovecharlo al máximo, cada minuto, cada segundo cuenta. Hay muchas cosas que ver, escuchar, vivir y sentir. Como escribe la periodista Anna Pacheco en su último libro, Estuve aquí y me acordé de nosotros: una historia sobre turismo, trabajo y clase (Anagrama, 2024), hacer un viaje se entiende como “un taller largo y caro de sanación personal”. Yo me planto: no necesito irme a la otra punta del mundo ni a la capital europea más bonita para encontrarme conmigo misma, ni para desconectar. Quiero que todo el tiempo que tengo libre del trabajo y del ritmo que nos marca el sistema capitalista lo pueda dedicar a estar tranquila, a vivir sin prisa. Me gustan las agendas vacías de compromisos. Quiero vivir sin estar pendiente del reloj, quiero aburrirme, quiero tener tiempo para perderlo, quiero dejar de producir, quiero mirar al techo, quiero no hacer ni pensar en nada. Pero también quiero tener tiempo para nadar en la piscina hasta que me duelan los brazos, quiero leer un libro durante horas hasta que se me sequen los ojos, quiero dejar de preparar tuppers para la semana laboral; quiero poder ir a dar largos paseos por la playa, quiero dejar de apresurarme en el supermercado a tres minutos del cierre, quiero poder quedar con mis amigas y que nos den las tantas. En resumen, quiero que mis vacaciones me dejen hacer todo lo que no puedo hacer mientras trabajo.
Hay una tira cómica de Mafalda que me gusta especialmente. No aparece ni una sola palabra, pero se ve a todos los protagonistas, menos uno, disfrutando de las vacaciones: ese uno es Manolito, que no se puede ir de viaje. Aparece dibujado bañándose en el patio de su casa, dentro de una palangana, con el rostro muy triste. Esa es la imagen que se tiene cuando alguien nos dice que “no se va a ningún sitio”. La gente cree que los que no viajamos nos aburrimos, estamos tristes, no tenemos nada que hacer. ¡Como si no pudieras aprovechar esos días para ir a ese restaurante del que tanto te han hablado pero nunca encuentras tiempo para ir; encerrarte en una sala de cine, con su aire acondicionado a tope; leer ese libro que está en tus pendientes desde hace meses; coger el tren y hacer una excursión a ese sitio tan bonito y volver a casa para la cena; volver a ver esa serie que tanto te gustó hace unos años! La infinidad de cosas que se pueden hacer es larguísima y hay que empezar a desterrar la idea de que quedarse en casa durante las vacaciones es aburrido, como también hay que empezar a comprender que viajar no te hace ni mejor persona, ni más interesante: simplemente, te convierte en una persona que viaja.
Llevamos un ritmo de vida aceleradísimo. Para más inri, el sistema capitalista quiere que durante las vacaciones no levantemos el pie del el acelerador: viaja, consume, vive experiencias. Quizás haya llegado el momento de empezar a plantarse. Porque también se puede disfrutar de la vida no haciendo nada.
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