El lugar de las mujeres en la machosfera

Por Nagua Alba
Una playa paradisíaca. El mar y las montañas de fondo. Un joven con la camisa abierta muestra su torso tostado por el sol. Está sentado en un taburete sobre la arena blanca. Su media melena se agita con la brisa. A su lado, un micrófono sujeto por un trípode. Una mano en el bolsillo. Con la otra señala a cámara: "Él te perseguirá a ti, si tú dejas de perseguirlo a él. Pero tú no te atreves a hacerlo por miedo a que te abandone. Sígueme, o te arrepentirás".
Este fue el primero de cientos de vídeos que durante días asaltaron mi teléfono móvil. Antes de escribir este texto decidí hacer una búsqueda superficial en redes para ver qué se cocía en la machoesfera. Como siempre, el aterrador algoritmo de TikTok sabía mucho mejor que yo lo que andaba buscando y tardó solo unos pocos segundos en ofrecérmelo. Me sumergí repentinamente en un mundo ignoto y completamente inesperado.
Había oído hablar de los gurús de la seducción para hombres, esos que daban charlas con asistencia masiva en las que enseñaban a "ser un macho alfa" para "seducir" a las mujeres a base de tratarlas fatal. Unas especies de Barney Stinson del mundo real. Los describe Laura Bates en Los hombres que odian a las mujeres: "Ofrecen instrucciones exhaustivas y específicas para todas las fases de un encuentro sexual […] El problema es que muchos de sus consejos son, en el mejor de los casos, profundamente misóginos y en el peor, pueden describirse como un manual de violencia sexual".
Pero lo que no esperaba encontrarme era a una nada desdeñable comunidad de hombres coach de la seducción que aconsejaban a las mujeres. Los vídeos se sucedían en mi feed: desde el que mira a cámara en un primerísimo primer plano y guiñando un ojo dice: "Si él tiene a otras mujeres haciéndole sonreír, cariño, sé especial, hazle llorar, mantente tóxica"; pasando por el que corta pepinillos en rodajas mientras explica que si un hombre no quiere verte a todas horas todos los días, significa que no está enamorado de ti; hasta llegar al que grita "si quieres enamorar a un hombre, ¡no-le-res-pon-das!", mientras se golpea la mano con una fusta (sí, una fusta, sí).
Los hay en todos los idiomas, en las más diversas localizaciones y de estilos variadísimos. Todos dan órdenes a las mujeres que conforman su audiencia: tienes que ser dura, pero no demasiado; espera al menos tres horas antes de responderle a un mensaje, que te vea conectada, que no piense que estás desesperada por él; si quieres saber lo que siente por ti, emborráchalo para preguntárselo, no tengáis conversaciones profundas o no volverá a llamarte; cuando no te haga caso, tontea con otros, pero no te acuestes con ellos o pensará que eres una cualquiera; tu valor está en parecer difícil e inaccesible, que sienta que es el único que podría conquistarte; antes de irte de su casa, echa un poco de colonia en la almohada sin que se entere, así no podrá dejar de pensar en ti. Sé única, pero alcanzable, inteligente, pero no le acomplejes, sexy, pero no una zorra. Para atrapar a tu hombre debes practicar el desapego, utilizar el refuerzo intermitente y generar inseguridad en él.
Los consejos se suceden y los hay de todo tipo, pero la conclusión de cada vídeo es clara: lo estás haciendo fatal. No sabes controlarte. Te dejas llevar por tus inseguridades. Eres una inútil. Dependiente. Eres débil. Si pasa de ti es porque no sabes cómo manipularlo. Un discurso que aparentemente busca empoderar a las mujeres para que tomen las riendas del cortejo y seduzcan a los hombres hasta ponerlos a sus pies, acaba produciendo mágicamente el efecto contrario, acentúa inseguridades y deja la autoestima a la altura del betún.
Yo misma transité por varias fases tras unas cuantas horas de visionado. La primera fue horrorizarme y preguntarme quién consumiría semejante basura, cómo podían tener aquellos tipejos tantos millones de likes y visionados. Pero, poco a poco, las dudas sobre mi forma de relacionarme con los hombres me fueron asaltando, y la posibilidad de probar algunas de las estrategias que me ofrecían y comprobar si eran realmente tan infalibles me fue pareciendo cada vez más admisible.
Años de feminismo, de entrenamiento para construir las relaciones más sanas, de conversaciones sinceras y de trabajo cotidiano para cultivar la responsabilidad afectiva se diluían con cada "hola chicas" espetado a cámara por un hombre descamisado. En un mundo tan incierto como es el de la seducción, en el que las normas son cada día más difusas, se me ofrecía la posibilidad de ajustarme a un protocolo de actuación definido y claro. No tenía que tomar decisiones angustiosas porque me estaban dando órdenes explícitas sobre cómo comportarme, y eso es muy tranquilizador.
Describe Tamara Tenenbaum en El fin del amor, citando a Eva Illouz, cómo a partir de los años 60 hemos vivido un proceso de desritualización del amor que ha llenado de incertidumbre todos nuestros encuentros eróticos. Mientras en el siglo XVIII "los ritos estandarizados evitaban también los malentendidos —una visita, un regalo, dos bailes seguidos: cada uno de esos eventos tenía un significado claro y socialmente compartido—", hoy día podemos invertir horas intentando descifrar los códigos de un lenguaje del amor cada vez menos estandarizado. Una copa en la barra de un bar puede significarlo todo o nada de nada, ni siquiera acostarse con alguien tiene por qué ser síntoma de ningún tipo de vinculación más allá de la del momento en sí. Todo es confuso y eso genera mucho estrés, especialmente en las mujeres, que como explica Tenenbaum, viven acechadas por el horizonte de la maternidad.
Dice Liv Strömquist en No siento nada (citando también a Illouz) que "la coyuntura actual deja a las mujeres en una situación de desventaja estructural: cuando ellas operan bajo la restricción normativa del embarazo (principalmente en el marco de una pareja heterosexual) y bajo la percepción de que los tiempos biológicos no son eternos, conciben la selección de pareja como un proceso que se organiza en un marco temporal limitado. [...] suele generar una sensación de que las opciones son más reducidas, lo que a su vez puede causar una mayor predisposición a comprometerse más rápido con algún hombre". Vamos, que nosotras tenemos prisa, y la cosa está complicada.
Y es que en un mundo en el que parece la norma que los hombres practiquen el desapego mientras las mujeres viven en un estado constante de ansiedad y pánico al abandono, los coach del amor ofrecen esas tan ansiadas certezas en forma de tácticas infalibles. Normas que además nos acercan a comportamientos que socialmente tienen un estatus más alto. Strömquist explica que "los hombres pueden respetar el imperativo de la autonomía de modo más estable y durante un lapso más largo de su vida, con lo cual pueden también ejercer la dominación emocional sobre el deseo femenino de apego, obligando a las mujeres a acallar ese deseo y a imitar el desapego masculino y la búsqueda de autonomía propios de los hombres". Esto era exactamente lo que los influencers del amor me proponían. ¿Y si podía olvidarme de la ansiedad propia del juego de la seducción, arrojarme en brazos de las normas de estos coach, cazar a un hombre guapo y tener una relación extraordinariamente tóxica, pero estable y repleta de certezas, durante el resto de mi vida? Entonces el algoritmo decidió que ya estaba preparada para la siguiente fase: las trad wifes.
Las trad wifes
Una mujer rubia de ondas perfectas, maquillaje impoluto y sonrisa deslumbrante mira a cámara mientras explica las cuatro condiciones básicas para ser trad wife: 1) encontrar al hombre adecuado, 2) aprender a limpiar y cocinar, 3) adquirir alguna habilidad artística como pintar o tocar un instrumento y 4) estar siempre presentable.
Las trad wifes o esposas tradicionales son un movimiento de mujeres (blancas y de clase media o media alta) que abogan por recuperar la forma de vida de la década de los 50 y dedicarse a cuidar de su hogar y sus maridos. Son profundamente antifeministas (y racistas, aunque esto lo niegan) y defienden los roles de género "tradicionales" y la subordinación de la mujer al marido. Me sumergí en vídeos en los que alababan las bondades del matrimonio y la vida familiar mientras criticaban duramente "el lavado de cerebro feminista": "¿De verdad es mejor dejarse utilizar sexualmente por hombres a los que no les importas que dedicarte para siempre a una única relación con aquél que sí te respeta?", "¿Qué sentido tiene que esté socialmente aceptado sacrificarlo todo por un trabajo, pero no por tu familia?".
Al igual que me había pasado con los coach de la seducción, estas mujeres sonrientes que me hablaban mientras desarrollaban tareas domésticas y sus vidas ordenadas y luminosas, empezaron a resultarme cada vez más atractivas. Las esposas tradicionales tenían para mí una identidad definida, un plan, un horizonte. Ofrecían una escapatoria a una vida llena de inseguridades, incertidumbre, de tener que disputar un espacio en el mundo que nos es sistemáticamente negado, de hacer equilibrios para compaginar una carrera profesional con el trabajo de cuidados. Una vida libre de las contradicciones cotidianas a las que nos arroja el feminismo, que nos obliga a combatir con una estructura de pensamiento, con unos deseos, tan enraizados como impuestos por un sistema patriarcal que nos ha adoctrinado desde niñas.
Comprendí a Julia Ebner cuando narra su experiencia como infiltrada en un foro de trad wifes en la obra La vida secreta de los extremistas: "Acabo de salir de una ruptura dolorosa, así que empiezo a cuestionarme a mí misma, mi manera de enfocar las relaciones y mi rol como mujer. [...] a medida que me paso horas, días y semanas en el foro, voy notando cómo todo se convierte en algo más que un experimento como infiltrada. Por primera vez, no tengo que fingir ser vulnerable: las inseguridades sobre las que escribo son reales y los miedos de los que hablo, auténticos." Ebner explica a continuación que las dinámicas de esta comunidad son un gran ejemplo de aquellas que rigen cualquier tipo de grupo extremista.
Dice la socióloga Miren Olasagasti que "la no adecuación de los formatos tradicionales, monógamos y para toda la vida de las relaciones en las experiencias de las personas generan una serie de conflictos que parecen difíciles de solventar. Los miedos al compromiso, a no abandonar la libertad individual, las visiones diferentes de cómo ser y estar en una relación según el género, el auge de las aplicaciones de contacto y las lógicas acumulativas y de rapidez quiebran el modo en el que nos reconocíamos a la hora de ligar, buscar pareja y establecerse en ella". Y es a esto a lo que la machoesfera da una respuesta tanto para los hombres que necesitan reubicarse en términos de poder, como para las mujeres sedientas de certezas: volver al pasado.
El anhelo de lugares seguros y certeros es legítimo cuando sentimos que el suelo se quiebra bajo nuestros pies, y hay que empatizar con él. También es natural la tendencia a añorar e idealizar un pasado no vivido que ya es fijo e inamovible, que es seguro por intocable. Pero resulta indispensable hacer frente a las respuestas que a estos impulsos se den desde lugares que devuelven a las mujeres a posiciones de subordinación que aún estamos camino de superar y que además tienen siempre como consecuencia la frustración, el control, el maltrato y la violencia.
No hay que bucear mucho entre las trad wifes para encontrar ejemplos de todo esto. Y es que los horizontes esperanzadores no están en el pasado, están por construir, desde el feminismo, abrazando contradicciones, asumiendo que en el amor siempre hay que arriesgar un poco y haciéndolo desde el cuidado. Y, sobre todo, entender que las certezas no vienen de tener toda una vida programada y unas normas explícitas e inquebrantables, la certidumbre está en el afecto, en la libertad de poder elegir quiénes ser y qué hacer con nuestras vidas en cada momento. No hay nada más certero que un vínculo sano, íntimo, consensuado y construido con cariño y cotidianidad.
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