Foro de Lobos
Por Alana S. Portero
Escritora
En su vídeo de 2018 sobre los incels, la divulgadora de filosofía, Natalie Wynn, conocida como Contrapoints, aborda en su canal de Youtube el nacimiento y desarrollo de este grupo de odio desde una altura ética y una piedad abrumadoras. Estoy tentada de dejar en sus manos el propósito de este texto e invitar a lectores y lectoras a disfrutar de la inteligencia y claridad de pensamiento de Natalie sobre este y otros temas. Soporta muy bien en su trabajo la tensión entre entendimiento y fetichización, sin caer jamás en la última, entre comprensión personal y exposición del problema.
Mi punto de vista es menos empático y más reactivo, probablemente menos inteligente, pero surge como oposición a una tendencia argumentativa, que no veo en Contrapoints, que tiende a confundir el análisis con una suerte de acogida a estos hombres gracias a la espectacularización de una situación de violencia muy grave.
La aproximación que sitúa a la comunidad incel como un grupo de muchachos abandonados o mal tratados por la sociedad que, incapaces de superar sus problemas de adaptación, se encierran en sus habitaciones y hacen piña virtual con otros para practicar el autodesprecio, cultivar el odio y glorificar el asesinato, culpando así a un entorno que no ha sabido incluir a unos pobres chicos ahogados por sus complejos, explica una parte pero no lo explica todo.
También pasa por alto dos cosas: que el movimiento incel alimenta a estas alturas una estructura económica importante, aprovechada por creadores de contenido masculino que se lucran alimentando la misoginia y la dismorfia sin escrúpulos, y que los pobres chicos desatendidos llevan más de cincuenta muertos en su cuenta desde 2013 y provocan, cada día, miles de situaciones de acoso físico y virtual a las mujeres con bastante impunidad. Entender un mapa de comportamiento no puede nunca devenir en justificación y se tiende a minimizar una violencia que casi cualquier mujer con una presencia activa en redes sociales ha padecido en mayor o menor medida.
“La violencia machista y misógina se filtra casi por cualquier resquicio de la debilidad masculina, pero recurrir a ella es una elección, quizá fácil, pero una elección, al fin y al cabo”
La cuestión es que la violencia machista y misógina se filtra casi por cualquier resquicio de la debilidad masculina, pero recurrir a ella es una elección, quizá fácil y con un sistema sociocultural detrás que lo pone en bandeja, pero una elección, al fin y al cabo. Ejemplos de desadaptación hay a patadas, cuántas personas que estén leyendo este artículo habrán vivido como expulsadas y menospreciadas una parte o toda su vida y no están confabulando en foros mohosos cómo vengarse del mundo con un fusil de asalto en sus planes. Los caminos de la violencia son complejos y deben ser estudiados y desentrañados para evitarse, pero la sensación de que a todos los tontos les da por lo mismo es fuerte y da miedo cuánto esfuerzo se pone en trazar una justificación para ello. Ese buceo en las causas, que entiendo fundamental para solucionar el problema, suele quedarse en una descripción mórbida del asunto que da bien en cámara o llena libros y artículos, pero que resulta poco propositiva más allá de mandar al niño apagar el ordenador y a terapia.
Que un chico acomplejado de Tallahasse esté convencido de que existe un cupo de mujeres a disposición de cada hombre por mandato histórico o natural al que él no tiene acceso por tener la frente lisa, la mandíbula estrecha y las muñecas finas, es una fantasía supremacista de dominación en la que los hombres se ven a sí mismos como kúrganes del cuarto milenio antes de Cristo, un infantilismo patético no sólo achacable a una educación fallida o a los nuevos predicadores sentados en sillas de gamer, sino a lo sencillo que es considerar bienes de consumo, intercambio y mercancía a las mujeres y cómo esto soporta cualquier escenario en el que los hombres lo planteen. Da igual si lo situamos en un barrio, bajo las coordenadas en las que nos es más familiar la violencia machista, o en una reinterpretación chusca y tecnológica de Conan el Bárbaro, el fin es el mismo, un mediocre furioso que se lía a tiros con las mujeres de su entorno y después se suicida, incapaz de afrontar las consecuencias de su supuesta venganza —muy poco kurgan esto—.
La caricatura del pajero de sótano gritando a la pantalla como un Gremlin forma parte de esa estrategia de espectacularización, la misma que la del "lobo solitario" o el radicalizado por arte de magia. O son seres que se organizan en foros y crean una comunidad, o lobos amargados que van por su cuenta y un día despiertan a su pueblo con una mascletá de plomo y odio, pero las dos cosas a la vez no pueden ser. La comunidad incel es la violencia patriarcal de toda la vida adaptada a un presente en el que las formas de comunicarse son diferentes y la influencia tiene otras vías, pero el fin es el mismo, mujeres sometidas, asustadas o muertas. Es interesante y útil conocer la especificidad de las violencias, pero sin que esto suponga crear categorías más o menos exonerables de sus actos en función del relato espectacular o caricaturesco que puedan darnos.