Este artículo se publicó hace 6 años.
Nuevos masoveros sin azada ni rastrillo
Por El Quinze
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Cuando en febrero del año pasado se presentó en Barcelona el Observatori Metropolità de l’Habitatge, su presidenta, Carme Trilla, ya avisó de que unas 300.000 personas se encontraban en riesgo de pobreza a raíz del alto precio de la vivienda en el área metropolitana de Barcelona. Seis meses más tarde, otro estudio realizado por el mismo ente corroboraba que el alquiler fuera de la de la capital catalana había dejado de ser una alternativa real. En el periodo de un año, el alquiler en el área metropolitana se había encarecido un 18%, en gran parte, según el Observatori, por culpa de la revalorización de los pisos en Barcelona, que expulsaba a las vecinas y provocaba la subida de la demanda de viviendas en las poblaciones de la periferia.
Ante esta situación límite han aparecido alternativas que quieren ser más asequibles y más sostenibles. En algunos casos estos modelos se han inspirado en fórmulas muy antiguas, como la masovería, una práctica muy habitual desde hace siglos en zonas rurales de toda la geografía catalana, y que antaño consistía en que los propietarios de las masías cedían parte de estas a masoveros a cambio de que ellos trabajasen las tierras y se encargasen del mantenimiento. Ahora este sistema empieza a darse en otro escenario: las ciudades.
Brahim, Fátima y sus dos hijas viven en el barrio de Torre-Romeu, en Sabadell, en un piso con cuatro habitaciones, una cocina bastante amplia, un baño y un jardín comunitario. Son las siete de la tarde y en la mesa del comedor comen galletas y toman el té antes de que se enfríe. El Ayuntamiento les cedió hace aproximadamente un año las llaves de una de las antiguas Casas de los Maestros, unos pisos que el Ministerio de la Vivienda construyó en época franquista para alojar a los profesores de la escuela que hay justo al lado de la vivienda, pared con pared.
Con la intención de mejorar el parque de vivienda de la ciudad, muy degradado, y para promover alternativas de habitabilidad, el Consistorio abrió un concurso público para que las familias que quisiesen pudieran optar a vivir allí a cambio de encargarse de su cuidado. "Las casas estaban abandonadas, hacía más de 10 años que allí no vivía nadie. Después de varios actos vandálicos, decidimos tapiarlas", explica Jordi Núñez, gerente de Vimusa, la empresa que se encarga de la gestión de las viviendas municipales en Sabadell.
Una vez hecha la selección de los futuros masoveros, Vimusa dio seis meses a la familia de Brahim –albañil de profesión– y a dos familias más para que hiciesen las reformas necesarias para conseguir, primero de todo, la cédula de habitabilidad. El contrato firmado también garantiza que las tres familias podrán vivir allí sin tener que pagar alquiler durante los tres primeros años. Luego se les aplicará un alquiler social adaptado a su renta, que no superará, en ningún caso, el 30% de sus in-gresos, según la concejal de vivienda en funciones del Ayuntamiento, Glòria Rubio.
Así es como Brahim y su familia se convirtieron en los masoveros de la casa, responsabilizándose del estado de la vivienda a cambio de poder residir en ella. Son, eso sí, unos masoveros peculiares, sin azada ni rastrillo, como los de antes, pero con paleta y plomada. "Todo fue muy fácil. Firmamos el contrato y, a partir de ahí, tuvimos libertad absoluta para restaurar la casa de la manera que nos gustase más. Si quería poner parqué, lo instalaba; que queríamos mármol en la cocina, también. Ahora estoy pensando en cambiar las ventanas y me planteo hacer algún retoque en el jardín", explica Brahim, que es feliz desde que entró por la puerta por primera vez, y así lo hace saber. Reconoce que los inicios fueron un poco duros, ya que tuvo que combinar su día a día en la obra con los trabajos para acondicionar rápido la casa. "El resultado lo ha compensado todo. Nos sentimos en casa desde el primer día", admite.
Vimusa también hace una valoración positiva del proyecto. "Que nosotros no intervengamos en la toma de decisiones de la familia hace que se sientan como en casa, que la cuiden y le den valor. Al fin y al cabo, la han levantado ellos; cuando entraron, el interior estaba en ruinas", recuerda Núñez. "Ahora falta expandirlo. Deberían abrir la puerta de todas las casas vacías para que la gente pueda entrar a vivir en ellas", opina Brahim. Esta sería la intención del Ayuntamiento, que apunta que la siguiente fase del proyecto era adaptar este funcionamiento a unas casas del cuartel de la Guardia Civil. Ahora, sin embargo, la incógnita es saber si, tras las últimas elecciones municipales, el plan continuará.
POMARET: MASOVERÍA URBANA EN PLENO SARRIÀ
En Barcelona, donde los precios del alquiler se han disparado hasta el 40% en los últimos cinco años –según cifras de la Secretaria d’Habitatge de la Generalitat–, también existe alguna ventana abierta a la esperanza, en forma de alternativas al modelo de vivienda tradicional. En pleno barrio de Sarrià se desarrolló, entre 2012 y 2019, el proyecto Pomaret, también de masovería urbana. Durante seis años, un grupo de compañeras provenientes del movimiento okupa, feminista y LGTBI acabaron pactando con los propietarios de una torre abandonada en la calle homónima para vivir allí a cambio de reformarla.
Durante los tres primeros años, los propietarios renunciaron a cobrarles alquiler a cambio de que llevasen a cabo la remodelación del edificio. Luego se les aplicó un alquiler blando, teniendo en cuenta la situación y las características de la finca. "Arreglamos los baños y la cocina, reforzamos el tejado y levantamos de nuevo la valla del jardín", explica Gràcia, una de las inquilinas que hasta hace un par de meses residían en la torre. "Llegamos a ser 14 masoveras, aunque, por diferentes motivos, terminamos siendo 11", recuerda.
El proyecto de Pomaret estuvo apadrinado por la cooperativa Sostre Cívic, un espacio colaborativo que promueve un modelo alternativo de acceso a la vivienda. "Les ayudamos sobre todo en el ámbito jurídico, pero también los guiamos a la hora de elaborar un plan de obras, así como para hacer las reclamaciones necesarias", explica Yabel Pérez, el técnico que Sostre Cívic asignó al proyecto de Sarrià. "La masovería urbana es una gran alternativa para aquellas personas que no quieren vivir sujetas a las normas que impone el sistema capitalista, o que simplemente no desean trabajar para tener que pagar una vivienda donde dormir", resume Pérez.
En los últimos años, la relación entre los inquilinos y los propietarios de la finca, que había cambiado de manos, empeoró. Estos últimos intentaron finalizar el contrato antes de tiempo. "Creo que el hecho de que viniésemos del movimiento okupa los puso nerviosos", opina Gràcia. "La falta de seguridad jurídica es el obstáculo principal para este tipo de proyectos", sostiene Pérez, quien cree que la Administración debería desempeñar un papel más importante. "Ahora mismo, para llegar a un acuerdo se debe hacer a través de un contrato de arrendamiento, como si se tratase de un alquiler normal. Pero, ¿qué pasa cuando, por decirlo de alguna manera, deciden pagar la vivienda con especies, en vez de dinero?", se pregunta.
A principios de 2019, las inquilinas que tras seis años continuaban viviendo en la torre de Pomaret terminaron abandonando el edificio. "El momento más duro fue entender que debíamos irnos de aquel lugar en el que habíamos sido tan felices; allí donde, de la nada, habíamos creado nuestro hogar y donde habíamos establecido unos lazos tan bonitos y tan fuertes con el resto de compañeras", recuerda Gràcia.