Este artículo se publicó hace 6 años.
La agricultura periurbana lucha por la supervivencia
Por El Quinze
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A sólo 20 minutos en coche del centro de Barcelona es posible hallar otra realidad, la de un mundo rural que lucha por sobrevivir al enjambre de cemento y asfalto, los bloques de pisos y las calles abarrotadas de turistas de la capital catalana. En el Parc Agrari del Baix Llobregat y en su homónimo de Sabadell, los payeses de siempre tratan de mantener su estilo de vida, acechados ahora por autovías, aeropuertos y una presión urbanística que, si bien es cierto que se ha reducido en los últimos años, planea aún sobre los cultivos, a la espera de eventuales recalificaciones de terrenos.
El principal reto al que deben hacer frente estos dos parques agrarios, que ejercen también de cinturones verdes, es el del envejecimiento de los payeses y la falta de relevo generacional: sus descendientes no quieren quedarse a trabajar en el campo. La cercanía de Barcelona y la posibilidad de ocuparse en el sector terciario –en principio, más amable y menos sacrificado que trabajar la tierra– es el principal motivo por el cual la mayoría de los jóvenes ya no se plantean dedicarse a la agricultura. La citada presión urbanística, la falta de incentivos, las pocas medidas de protección del producto local o la fragmentación de las tierras son también obstáculos para la supervivencia de estos parques agrarios.
Pere Muñoz es ingeniero agrónomo y trabaja en el Ayuntamiento de Sabadell como técnico del Parc Agrari, que ocupa una superficie de 586 hectáreas, de las cuales el 22% son públicas. "Nuestro objetivo es mantener la actividad agrícola en la zona y fomentar el relevo generacional", afirma, si bien reconoce que los payeses "están envejeciendo". "Es una prioridad para nosotros incorporar nuevos agricultores. Por eso, siempre que sacamos parcelas a concurso, valoramos positivamente la juventud. Queremos incorporar a jóvenes agricultores profesionales", asegura. En la misma línea se posiciona Josep Espluga, director de la diplomatura de posgrado de Dinamización Local Agroecológica de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y colaborador del Grupo de Investigación sobre Agricultura, Ganadería y Alimentación en la Globalización (ARAG-UAB). Espluga insiste en que, si lo que se quiere es que la agricultura periurbana tenga recorrido, es "fundamental incorporar a gente joven y dar más ayudas a la producción".
Ciscu, payés desde hace más de dos décadas, tiene una pequeña parcela en Santa Coloma de Cervelló, en el Parc Agrari del Baix Llobregat. Vende sus productos en Mercabarna y en su casa, en Sant Boi, donde suelen comprarle los vecinos del barrio. "Las tierras son de mi tía y, cuando yo me jubile, me imagino que las heredará mi sobrino. Pero dudo mucho que quiera trabajarlas", aclara Ciscu, para luego quejarse de lo mal que le han ido los calçots y las cebollas este año. "No sé qué ha pasado con los calçots, quizás la semilla fuese mala. Y lo de las cebollas... Bueno, han ido mal porque las planté fuera de tiempo y me cogió el frío", lamenta.
Joan Casals, profesor de la Escola Superior d’Agricultura de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) e investigador de la Fundació Miquel Agustí –un equipo especializado en variedades agrícolas tradicionales catalanas y que también promueve los productos autóctonos, como la mongeta del ganxet o el tomàquet del Benach–, asegura que la Administración podría hacer más para que el trabajo agrícola fuese más atractivo. "Las zonas de grandes cultivos de cereales y frutales obtienen subvenciones de la Unión Europa, pero los payeses que se dedican a la producción hortícola en zona periurbana no reciben ni un duro de ese dinero", explica.
El hecho de que tanto el Parc Agrari de Sabadell como el del Baix Llobregat estén trabajados por pequeños agricultores no ayuda a la competitividad. "En la agricultura periurbana, el suelo está muy fragmentado. Los payeses suelen tener entre una y cinco hectáreas. Son pequeñas empresas que, como mucho, emplean a cinco trabajadores. La búsqueda de I+D es casi imposible", mantiene Casals, para quien la gran amenaza de este tipo de agricultura es la competencia que llega de fuera y que hace bajar los precios. "Hay que proteger los productos de la zona, poner más aranceles y potenciar las denominaciones de origen de las variedades locales para que la actividad agrícola sea rentable y resulte atractiva", añade.
Ciscu, que a sus 62 años está cansado de una tierra que le resulta ingrata, no recurre a tecnicismos. "Para hacer dinero en el campo necesitas producir mucho. Y ni así. Si tienes mucha producción de un producto y ese año falla, te quedas a cero. Si diversificas, nunca te sale a cuenta. Súmale los sulfatos, el abono, los impuestos, las plagas, la inestabilidad climática... Y, si tienes que contratar a alguien, mejor que te vayas a casa", lamenta.
La presión urbanística representó durante décadas y hasta hace poco una amenaza real para estos espacios agrícolas. Pero con los nuevos planes urbanísticos, que delimitan con más precisión que antes los terrenos urbanizables, el miedo a ser engullidos por los bloques de pisos ha disminuido; aunque no ha desaparecido del todo. En las zonas catalogadas como suelo rústico-agrícola los payeses pueden respirar tranquilos: quien quiera hacer uso de esas tierras sabe que está sujeto a las normas establecidas por ley.
"No notamos la presión urbanística, porque los terrenos agrícolas están protegidos por el Plan Urbanístico del Parc Agrari, aprobado por mayoría en 2010. El plan elimina la posibilidad de cualquier construcción en la zona", explica, tranquilo, el ingeniero Pere Muñoz, refiriéndose al Parc Agrari de Sabadell. Aunque añade: "Sí que miramos de reojo la construcción del Cuarto Cinturón, la carretera radial que va de Martorell a Granollers. Hay un tramo que, de llegarse a construir, podría afectar algunas parcelas".
Para Josep Espluga, en cambio, la presión urbanística, al menos en la zona del Llobregat, sigue siendo una amenaza: "En el área metropolitana se están cultivando entre 4.000 y 5.000 hectáreas, y hay entre 4.000 y 5.000 hectáreas más que se podrían cultivar, pero que en estos momentos están totalmente abandonadas, porque algunos propietarios quieren que se recalifiquen para poder vender y construir urbanizaciones".
Más producto de kilómetro cero
Para que el campo no desaparezca también es importante que la población se conciencie de la importancia y los beneficios de consumir más producto local, de kilómetro cero, explica Pere Muñoz, del Ayuntamiento de Sabadell, quien apuesta por una soberanía alimentaria de facto. El Consistorio vallesano fomenta la producción ecológica, ofreciendo facilidades a aquellos agricultores que apuesten por la agricultura ecológica y formación que facilite la transición. "La cesta ecológica y el consumo de productos de proximidad han aumentado en los últimos años, pero aún hay que dar más información al consumidor sobre la procedencia de los productos", apunta Joan Casals.
Casals pone también sobre la mesa la poca importancia que históricamente se le ha otorgado al espacio agrícola, en contraposición al natural o el urbano. "El Plan Territorial de Catalunya del año 1995 no hizo un planeamiento de los espacios agrarios: entonces tenía que haberse identificado el suelo agrícola y protegerlo, dinamizarlo y conservarlo. Y eso no se ha hecho porque el foco siempre se ha puesto en los espacios naturales y urbanos", insiste. "Los espacios naturales generan mucha más sensibilidad que los agrarios. Y eso es fruto de la comunicación que hace la Administración. Se hubiese tenido que hacer más por protegerlos", dice.
Ley de espacios agrarios y Pacto de Milán
Las Administraciones, cada vez más conscientes del peligro que representa el cambio climático y la importancia de fomentar una vida más sostenible en todos los ámbitos, trabajan diferentes iniciativas. A finales de octubre de 2018, tras haber sufrido un frenazo importante a causa de la crisis económica global, el Parlament aprobó la tramitación de la ley de espacios agrarios de Catalunya, que tiene como principal objetivo asegurar la capacidad productiva agrícola del territorio, fomentar la ocupación en el sector y dar más protección jurídica a los agricultores. "La creciente ocupación del suelo, derivada del crecimiento urbano y la expansión de la superficie forestal, comporta no tan sólo la intrusión en el medio agrario, sino que también genera cuotas importantes de inseguridad jurídica y pérdida de la competitividad de las explotaciones", se lee en el texto.
Otra iniciativa para dar un impuso a la agricultura periurbana e incentivar la sostenibilidad fue la puesta en marcha, en octubre de 2015, del Pacto de Política Alimentaria Urbana, con más de 180 ciudades de todo el mundo adheridas –entre ellas 20 españolas, como Barcelona–. El acuerdo, también conocido como Pacto de Milán, formula recomendaciones a las ciudades para promocionar políticas alimentarias locales entre la población de las zonas urbanas.
LOS HUERTOS RECREATIVOS
La proliferación de huertos ilegales también preocupa. "Poco a poco hemos ido eliminándolos. Les llamamos ilegales, pero en realidad son recreativos. Luchamos por convertirlos en huertos estandarizados. Es prioritario que horticultores profesionales usen esos terrenos y les saquen partido", dice Pere Muñoz, técnico del Parc Agrari de Sabadell. En este sentido, Joan Casals, de la UPC, admite que no es fácil gestionar la convivencia entre la agricultura profesional y la recreativa, ya que esta última "no debería disponer de un suelo destinado a la producción". De todas maneras, añade que "se trata tan solo de encontrar el encaje, ya que es positivo que los ciudadanos se interesen por la agricultura".