Entrevista a Marzenna Adamczyk"El arte fue un excelente vehículo para transmitir información política discrepante"
Luzes-Público
Dice Marzenna Adamczyk, que los embajadores viven con las maletas hechas, como los emigrantes. Y con el equipaje preparado, a dos meses de dejar España, conversamos con la aún embajadora en una de las salas del edificio que es Polonia en Madrid. Antes que embajada, fue la casa particular del dictador Trujillo, que la mandó construir imitando la Tara de 'Lo que el viento se llevó' para complacer a su mujer. Nos lo cuenta Marzenna entre otras muchas anécdotas. Se ríe mucho, y con cada carcajada consigue deshacer un prejuicio. No sería arriesgado afirmar que es la primera diplomática que se ha hecho famosa entre los jóvenes (la "embajadora pop", la llaman), y su personalidad parece refrescar la imagen de un país que está de actualidad por motivos no tan amables. Amiga de Kapucinski, profunda conocedora de la cultura hispánica, habló de muchos temas en un castellano perfecto, pero se mantuvo fiel a la equidistancia que la obliga su cargo.
¿Cuál es el secreto de su popularidad sobre todo entre los jóvenes?
La verdad es que no acabo de ver ninguna razón que justifique esta popularidad. Es cierto que queríamos llegar a los jóvenes y éramos conscientes de que un embajador, aun trabajando muy duro, no tienen posibilidad de llegar a esos grupos de veinteañeros. La vida de los jóvenes se aleja mucho de la de un embajador. Por propia definición, están fuera del establishment, de los círculos económicos, del poder, de los círculos culturales oficiales. Si hay una palabra que les define es transgresión. Francamente, no sabíamos cómo llegar a este grupo y nos vino de perlas la invitación que nos cursaron desde La Resistencia, un programa que llega precisamente a este grupo juvenil y que se ha convertido casi en un espacio de culto.
Pero antes salió en un programa en Telemadrid que tuvo mucho éxito.
Efectivamemnte, este fue el primer paso, en un programa titulado Madrid la ciudad de los 100 países y, por lo visto, la entrevista que me hicieron a mí funcionó porque por la calle me reconocía mucha gente "normal", sobre todo personas mayores. Debió verme alguien del programa de David Broncano. Tal vez, si lo hubiera pensado un poco, no habría aceptado la invitación (risas) porque un embajador, por muy bien que hable el idioma del país, tiene el riesgo de hacer el ridículo.
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Pero no lo hizo, y demostró un llamativo dominio del idioma.
Eso me han dicho, porque tengo que reconocer que yo no he visto este programa. Nunca veo los programas en los que salgo.
Creo que desde entonces le han llovido muchas ofertas de trabajo en televisión.
Sí y han sido propuestas serias. Cuando me negaba, me ofrecían más dinero por mi participación, subían mi caché, un caché que yo no pedía, ni hubiera cobrado jamás. Un embajador puede salir alguna vez en un programa, pero no creo que deba ser algo habitual.
Usted no es diplomática de carrera, sino profesora universitaria, especializada en estudios hispánicos ¿de dónde nace este aprecio por lo español?
Yo creo que la mayoría de las decisiones más importantes de la vida se toman por casualidad. Y así me ocurrió a mí. Cuando tenía 15 años, acudí al concierto de una coral catalana. Yo no sabia qué era Cataluña, así que volví a casa encantada y, como todavía no existían esos personajes a los que adoramos ("tío google" y "tía wikipedia"), me fui a consultar un tomo de la Enciclopedia Universal. Busqué Cataluña y, tras una breve descripción, llegué al "véase España", y seguí pasando páginas descubriendo España. Y, así, hasta ahora.
Su primer destino como embajadora fue Cuba ¿cómo resultó volver a vivir en un país comunista?
Cuando llegué a Cuba todavía vivía Fidel Castro. Lo conocí en el inicio de las sesiones del parlamento cubano. Fue algo excepcional ver a Castro ya muy enfermo pronunciando un discurso que recordaba al orador incansable que fue. Impactaba. Pero yo pequé de ingenua en La Habana. Pensé que como había pasado la mayor parte de mi vida en el "socialismo real", como lo llamábamos, no me iba a sorprender nada. Pero me equivoqué. Cuba es una isla, y eso la alejaba del acceso a la información. En la Polonia comunista había fronteras y esta situación, aunque parezca una paradoja, permitía acceder a lo que ocurría al otro lado. Además, y aunque a veces me regañan por decir esto, no podemos ignorar que la revolución cubana significó el ascenso social de muchísima gente. La Cuba de Batista no era un paraíso, no nos engañemos. Para muchas personas que vivían en condiciones de semiesclavitud, la revolución supuso el acceso a la educación, a la sanidad, a una vivienda, a un DNI, al estatus de ciudadano... La Cuba de Batista era más eficiente económicamente, pero con muchísimas desigualdades sociales. Un negro nunca habría podido tener una carrera universitaria, después de la revolución sí fue posible.
¿Qué recuerdos tiene usted del comunismo?
Mis recuerdos son recuerdos de juventud y están bajo el alegre filtro con que todos recordamos esos años de los primeros amores, de las primeras travesuras, de las primeras citas. Las adversidades quedan tamizadas. Pero nos dábamos cuenta de que no podíamos salir fuera de nuestra fronteras, de que existían otros mundos. De hecho, muchos polacos tenemos familiares en el extranjero porque Polonia ha sido un país emigrante. Además de la emigración que se produjo en el siglo XIX, cuando Polonia no existía en los mapas como nación, también hubo otra oleada después de la Segunda Guerra Mundial. Y, por muy férrea que fuera la censura, nos llegaban cartas, postales, y la gente soñaba con esa vida llena de colores.
¿Cómo se burlaba la censura?
Muchas veces el arte era un excelente vehículo para transmitir información política discrepante. Recuerdo una viñeta de Perich que decía: "Hay que aprender a escribir entre líneas para no vivir entre rejas" y eso era los que se practicaba en la Polonia comunista. El arte era un diálogo del artista con la sociedad lleno de alusiones, de metáforas políticas. El arte fue un excelente vehículo para transmitir información política discrepante. Cuando un polaco iba a una exposición, iba preparado para recibir un mensaje político subversivo. Incluso algo tan inocente como los belenes navideños que se exponían en las iglesias tenían significado político. La gente hacía malabarismos para que los libros llegaran, para recibir información, pero las cárceles existían y los valientes que se metían en política en aquellos tiempos pagaban un precio muy alto. Y sus familias también. Recuerdo que los hijos de los opositores no podían acceder a la Universidad.
Un español de su edad nos contaría casi lo mismo, pero con otros actores.
Sí, es cierto. Pero yo no compararía las dos situaciones. En Polonia hay otros factores que condicionan la vivencia de la dictadura. España nunca fue borrada del mapa de Europa como estado. Polonia sí. A finales del siglo XVIII desaparecimos como estado y solo después de muchas sublevaciones, en 1918, Polonia recuperó su independencia después de 120 años. Son muchas generaciones. Esa inexistencia como nación hizo que nuestra preocupación primordial fuese conservar el Estado. Pero solo duró 20 años. La Segunda Guerra Mundial nos costó seis millones de vidas y la destrucción del país. Polonia quedó con muchas heridas no cicatrizadas. Allí está Auschwitz para recordarlo.
Pasaron de una invasión a otra…
Muchos se resistieron a la dependencia de la Unión Soviética, ¡pero era una sociedad tan debilitada ante una potencia tan fuerte! Todo esto hace que no se pueda comparar nuestra situación con la española. Polonia tuvo una fuerza externa. La Guerra Civil y el franquismo ocurrieron en el marco del mismo país.
En España hay quien recuerda con cierta nostalgia los años de la dictadura franquista e, incluso, algunos sectores pretenden una relectura de la historia más favorable al franquismo. ¿Ocurre también en los países del Este?
Esa nostalgia por lo anterior también existe en Polonia, sobre todo por parte de las personas mayores que siempre dicen que se vivía mejor.
¿Y por qué creen que se vivía mejor?
Para algunos existían más garantías. En cualquier sistema policial, sales a la calle y te sientes más seguro. A no ser que te metas en política, claro, pero cualquier hijo de vecino percibe más seguridad. Además, no había excesivas desigualdades. Muchas personas mayores de Polonia repiten una frase "todos teníamos poco, pero todos teníamos algo". En Polonia no se hacía alarde de la riqueza, aunque existieran ricos muy ricos y siempre hubiera desigualdades a pesar de ser un régimen socialista. También se echa de menos el acceso gratuito a la educación y a la sanidad, porque era un sistema de educación bastante bueno, aunque con las lagunas propias de la censura.
Es inevitable una comparación. En Polonia existe un territorio llamado Galitzia ¿Conoce usted nuestra Galicia? ¿Tienen cosas en común además del nombre?
El origen del nombre es diferente y la coincidencia, pura casualidad. Galitizia era una zona pobre y ese nombre se utilizaba con cierto matiz despectivo. Pero los propios habitantes de aquella Galitzia, convirtieron en motivo de orgullo ser originarios de esa tierra. Ser de Galitzia era pertenecer a un sitio diferente. Cuando se dividió Polonia, Galitzia cayó en manos del Imperio Astrohúngaro, y se empaparon de las ceremonias imperiales… Y de una repostería exquisita. En Galitzia nacieron muchos artistas, escritores. Allí comenzó el movimiento modernista polaco, por ejemplo.
Hace unos años (2015) su antecesor firmó un acuerdo de colaboración (Dos Galicias una Europa) donde se incide en el turismo religioso y cultural. De hecho, los polacos son unos de los principales ciudadanos europeos que recorren el Camino de Santiago.
Cuando Polonia entró en la Unión Europea, las celebraciones principales se hicieron en Compostela. En Fonseca presenté una exposición que tuvo mucho éxito, que se titulaba Galitzia en Galicia y recogía la obra de artistas polacos desde la Edad Media hasta la actualidad. Y he conseguido incluso que en el Palacio Arzobispal se hiciera una exposición de iconos tradicionales y de iconos "escritos" (la palabra correcta en polaco es escribir icono, no pintar) en la actualidad.
El camino de Santiago no se ha librado de la desacralización que parece afectar a casi todo Europa, sin embargo, en Polonia, la religión católica es un pilar importante. ¿Es, como dicen un país ultracatólico?
Esa religiosidad de la que muchos polacos hacen alarde, creo que tiene que ver con la historia de Polonia. Surgió precisamente en la etapa en que Polonia no existía como estado, se prohibió el polaco, no se podía hablar ni enseñar, ni escribir en polaco. La gente se refugiaba en las iglesias porque allí no podía acceder la policía. La iglesia se convirtió en el último baluarte de la polonidad. Allí se rezaba en polaco y se cantaba en polaco. La iglesia polaca siempre estuvo al lado del pueblo, nunca al lado del poder. Tuvo una actividad auténticamente patriótica. El mismo papel jugó durante la Segunda Guerra Mundial, y especialmente durante la época comunista. Defendía a los perseguidos, estableció contactos con la oposición democrática, dentro y fuera de Polonia. Si uno quería escuchar las ultimas noticias, tenías que ir a la iglesia y atender a la homilía del sacerdote. Por eso hay tantas iglesias, por eso tanto apego a la religión. Pero supongo que la desacralización de la vida es algo, a mi juicio, inevitable, pero ahora somos el país más católico de Europa y por eso el Camino es muy popular en Polonia. Aunque no todos acudan movidos por la fe. Creo que los gallegos habéis sabido convertir el camino en un elemento aglutinador no solo para los creyentes. Se ha europeizado.
¿Cómo se siente cuando se acusa a Polonia de ser un país ultraconservador y ultratradicionalista?
Siempre me veo en la necesidad de justificar estos adjetivos a mi juicio demasiado duros. Por supuesto, en los países que han sufrido dictaduras de derechas, siempre se imponen las izquierdas. Y al revés. Los gobiernos polacos son gobiernos elegidos democráticamente y la izquierda está pagando el precio de muchos años de comunismo, sea o no culpable de lo que ha pasado. Lo de ultraconservador, ultranacionalista… Yo no creo que se deban utilizar términos tan extremos. Si una país ha luchado tanto por recuperar la independencia ¿estaría dispuesto a ceder parte de esa independencia a una institución? Eso es lo que yo pido para Polonia: que entiendan que, por razones históricas, tenemos diferente sensibilidad.
¿Pero se imagina un gobierno de izquierdas en el futuro?
La población polaca no es uniforme. Hay crispación, hay conservadores, izquierdistas, pero mientras que todo se desarrolle en un marco democrático, ¿qué importa? Lo importante es que hablen los votantes. Puede que dentro de unos años gane la izquierda. Todo puedo ocurrir. Todo puede cambiar. Lo único que puede preocupar en muchos países europeos es la abstención. Yo tengo la sensación de que con la abstención se pretende castigar a los políticos, pero creo que al final es un autocastigo. Creo que votar es un privilegio, pero también un deber.
¿Qué opina de las recientes leyes de Hungría polémicas por su homofobia?
No quiero ni debo opinar. Hungría es un estado independiente, con el que Polonia tiene relaciones muy buenas y no soy quien para opinar sobre este tema. De nuevo, si todo se desarrolla dentro de un marco democrático, puede gustarme más o menos, pero prefiero no opinar.
¿Conocemos suficientemente Polonia?
No, pero la culpa es de los polacos que tenemos siempre pendiente la tarea de sabernos vender.
Este artículo se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes. Ahora Público lo reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público.
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