Entrevista a Marina Garcés"Estamos en un momento contrarrevolucionario, de reacción del poder porque estaba ocurriendo algo"
Barcelona--Actualizado a
La filósofa Marina Garcés publica una nueva edición de Un mundo común, que aparece una década después de la obra original. A pesar de considerar que las problemáticas globales se han acentuado durante este tiempo, en la entrevista hace un llamamiento a la acción y a la necesidad de sublevarse para ensanchar los límites de lo que nos imponen como posible.
Diez años después de publicarse por primera vez, la filósofa Marina Garcés saca una edición actualizada de Un mundo común, que incluye un nuevo prólogo que, entre otras cuestiones, sirve para contextualizar el volumen una década más tarde. Además, por primera vez el libro aparece también en catalán [en Tigre de Paper; en castellano lo edita nuevamente Bellaterra].
En una larga conversación con Público, Garcés (Barcelona, 1973) no esconde que las problemáticas desgranadas en la obra del 2012 se han acentuado desde entonces, pero al mismo tiempo hace un llamamiento a la acción y a luchar para ensanchar los límites de lo que percibimos como posible y hacer el mundo lo más vivible posible.
Con el pensamiento crítico tan bien afilado como de costumbre, la autora de obras de referencia como Filosofía inacabada (2015) o Ciudad Princesa (2018), ambas en Galaxia Gutenberg, retrata la violencia del mundo surgido de la "utopía perversa de la globalización" y considera que vivimos una reacción de unos poderes que notaban cómo la visión única que habían impuesto cada vez estaba más cuestionada. A pesar de que podamos percibir que nos adentramos en unos tiempos oscuros, Garcés mantiene viva la llama de una revuelta –"no se puede vivir así ha sido siempre un argumento donde empieza la revuelta, donde empieza el cambio"- y apela a la necesidad de construir un mundo común, que subvierta el "repliegue del nosotros" que vivimos.
¿Qué le lleva a reeditar 'Un mundo común' una década después?
El libro no ha dejado de reimprimirse nunca, algo raro en el mundo editorial, se ha mantenido activo, vendiéndose y moviéndose. Lo que ocurre es que las décadas siempre hacen pensar y Bellaterra Edicions había cambiado de manos [se hizo cargo de ella la cooperativa Kult, que también es responsable del sello Tigre de Paper, entre otros proyectos] y estaban dando un impulso nuevo a los libros, con un nuevo diseño, etc. Fue como el momento de decir démosle una segunda vida al libro, entrando en el nuevo diseño de colección con Bellaterra, haciendo la edición en catalán, que no se había hecho, y haciendo una reflexión 10 años después sobre este libro.
El contexto, obviamente, ha cambiado. En 2012 estábamos inmersos en plena crisis financiera, que tenía un enorme impacto en las clases populares, y ahora venimos de la crisis sanitaria y entramos en una crisis energética y seguramente económica. Sin embargo, hace una década había cierta revuelta en las plazas y calles globales, y ahora este movimiento no se intuye. ¿Se ha desvanecido la movilización para dibujar nuevos horizontes?
Es muy paradójica la relación con este pasado inmediato, con este 2011 de pico de cierto tipo de contestaciones y revueltas, porque, por un lado, parece que haya cambiado todo y pasamos del blanco al negro, de la luz a la oscuridad, de los horizontes al no futuro, pero precisamente releyendo los escritos de ese momento, en realidad en términos de problemáticas de fondo, de conceptos y de movimientos que se estaban dando no están nada lejos de lo que estamos viviendo todavía ahora. Quizás el factor más novedoso es la pandemia como elemento en el que no habíamos pensado, todo lo demás ya estaba: el ecologismo, el feminismo, todos los movimientos en torno a la vivienda, los temas migratorios y de frontera... Todos los temas que hacían del mundo globalizado un mundo claramente violento y agotado a la vez ya éramos no sólo conscientes de ello, sino que había todo un instrumental de luchas, de conceptos y de lenguajes que estaban poniendo en práctica todo esto.
La pregunta 10 años después es, si todo esto se ha agravado, porque más que un gran cambio lo que hay es una acentuación de estas problemáticas, ¿qué ha ocurrido que ahora tengamos la sensación de que no nos estamos movilizando? Hay tres factores. Uno es que en estos 10 años ha habido mucha represión sobre todos los movimientos. La Ley Mordaza, que es posterior a las plazas, ha hecho su trabajo. La represión desmoviliza, fragmenta y agota. El segundo es que dos años de pandemia y de haber retirado a todos a su casa suponen no sólo haber perdido la calle, sino haber perdido muchos vínculos. Los movimientos sociales, los colectivos, se sostienen en la proximidad, en el roce, y por muchas redes [sociales] que tengamos no sirven para articular, ni para realizar acción y pensamiento colectivos. Tiene que haber una recuperación de esta enfermedad, porque la hayamos pasado o no, la Covid la hemos sufrido todos.
El tercer es que las problemáticas ya existentes se han agravado y la pandemia no ha servido para esa fantasía de "aprender algo", sino que más bien estamos ante abismos muy grandes y la impotencia también crece. Estos tres factores están multiplicándose unos a otros. Al mismo tiempo es verdad que están movilizándose sectores y colectivos más tradicionales: tenemos maestros y transportistas en la calle, tenemos el país parado, tenemos huelgas... A ver cuáles serán las primeras voces que empezarán a moverse. Creo que entraremos en una cacofonía de contestaciones que puede ser muy interesante y, al mismo tiempo, muy complicada.
En el nuevo prólogo escribe que "frenar y reparar la destrucción parece hoy el único compromiso posible. Pero cuando éste es el único compromiso posible, la vida colectiva comienza a parecerse a una planta de enfermos terminales" y reivindica la necesidad que desear e imaginar. ¿Es imperativo imaginar otros mundos posibles?
Sí. Me preocupa bastante y cada vez más ese imaginario enfermizo, de fin de mundo, apocalíptico en el que nos estamos instalando. Describimos cualquier problema de presente como un indicio más de que el mundo se acaba, lo que significa que describimos la realidad en la que vivimos como imposible e invivible. Es evidente que no puede vivirse así. Pero no se puede vivir así ha sido siempre un argumento donde empieza la revuelta, donde empieza el cambio y si no se puede vivir así es porque sabemos desear vivir de otra forma. Agarrémonos aquí, pero no para hacer utopismo barato, fantasías de mundos bonitos, sino porque precisamente esto es lo que nos muestra los límites de la civilización y de las relaciones sociales con las que vivimos. Agarrémoslo como límite y digamos "hasta aquí" y aquí empieza la tarea de la imaginación política y del deseo como motor de transformación.
Deja muy claro que la idea de "mundo común" no es una realidad acabada, sino algo que se va construyendo y que no sabemos adónde nos lleva. Y, sobre todo, que es un mundo que no conocemos.
Debemos distinguir mundo común de mundo único. El mundo único es la utopía perversa de la globalización, esa idea que se instaló en los años 90 del fin de la historia, que ya no había dos bloques y entrábamos en una especie de paraíso final en el que la comunicación y la movilidad uniría a la humanidad en un planeta redondo, evidentemente desde el capitalismo. Esto es lo contrario de un mundo común, que la mejor manera de definirlo es precisamente aquel mundo que no es nunca sólo nuestro, por eso es común, es de otras personas, de otros colectivos, de otras sociedades, otros en el pasado, otros en el futuro y otros seres no humanos. Por tanto, es un mundo de disenso, de disparidad, donde lo que no es sólo nuestro también forma parte del mundo y, por tanto, es una exigencia también de comprensión, de interlocución, de construir con los demás.
Lo que expone supone alejarse de las grandes recetas del pasado y de ciertas grandes respuestas cerradas. ¿Toca ir hacia otros modelos?
Somos una cultura de modelos únicos. El mundo de la empresa lo ha entendido muy bien y si tienes un modelo, una receta, una fórmula o una patente quizás te hagas rico. La vida social, la vida política, la vida cultural no funcionan desde la unidad de la fórmula, de la receta, de la patente, no podemos patentar una sociedad, no podemos crear un modelo a aplicar en todas partes. Y éste ha sido uno de los males de la civilización moderna occidental, pensar que se podía colonizar el mundo aplicando modelos y patrones de comportamiento, y todavía hoy se sigue reproduciendo.
A mí sí que me interesa el pasado, pero no como aquella historia lineal que debe ser continuada y que siempre encontrará obstáculos pero continuará su lucha hasta la salvación final, que es un esquema muy teológico, sino el pasado como colección viva de experiencias, de aprendizajes. La historia de la humanidad es un repertorio amplísimo de prácticas, de ideas, de historias, de nociones y de experiencia colectiva que si lo escucháramos de otro modo ya contiene todas las respuestas posibles. El mundo nuevo no necesariamente es nuevo en el sentido que nos dice el mercado de nacido, de innovador, es nuevo en el sentido de que debemos seguir viviéndolo siempre. Pienso que muchas veces nos quedamos sin futuro, porque también nos quedamos sin pasado común. Y el pasado común es muy rico. Es un poco el sentido de [Walter] Benjamin: "en el pasado existen las posibilidades no cumplidas del futuro". Pienso que es el sentido del pasado que deberíamos recuperar frente a todas estas retroutopías reaccionarias que se están imponiendo, sobre proyectos ideales en mundos pasados que lo que hacen, precisamente, es clausurarlos.
También comenta que en estos 10 años, el mundo se ha hecho dramáticamente unificado, todos estamos en las mismas redes, consumimos las mismas plataformas, sufrimos la aceleración del cambio climático y de la escasez de recursos naturales energéticos. Pero aunque estas problemáticas son comunes, han generado una reacción de cierre, de apelar a un nosotros restringido, a cierto cierre grupal.
En comparación con finales del siglo XX, donde toda la tensión estaba entre el individuo y la sociedad, y entonces se hablaba mucho del problema del individualismo y de cómo deshacer toda esta sociedad construida sólo sobre la unidad individuo, ahora parece que hay un regreso del grupo como lugar de protección y combate por los privilegios. Lo que hay en el mundo hoy es una disputa por la escasez o por lo que percibimos como escasez de privilegios, sean privilegios materiales -económicos, recursos, ...-, o privilegios políticos, como los derechos individuales o colectivos. Aquí el individuo ya puede jugar muy poco y retorna el grupo como factor de resignificación de lo que somos nosotros en este mundo donde todo el mundo puede perder. El grupo está fuerte y a lo que estamos asistiendo es a un repliegue no sólo identitario, sino de todo tipo, también de clase, étnico... e incluso desde valores que habían sido muy cuestionados. Lo estamos viendo con Ucrania, de repente Europa y los europeos vuelven a tomar un sentido, pero ¿cuándo habíamos integrado nunca a los ucranianos como un elemento europeo? Desde la amenaza se reconstruyen sentidos de lo colectivo que estaban totalmente en cuestión. Si este es el único sentido del nosotros que nos queda hoy, … Es un nosotros defensivo-ofensivo, un nosotros de guerra.
Este cierre del nosotros no sé si podemos vincularlo con el crecimiento que ha experimentado en buena parte de Europa la extrema derecha, que se basa mucho en la idea de proteger determinados privilegios.
Sí, de hecho la gracia de la derecha o de la extrema derecha, que muchas veces son lo mismo, es que ya tiene la fórmula para eso, no ha tenido que inventarla. Su lógica interna funciona con un esquema muy simple: proteger a los míos contra cualquier amenaza, sea invasión migrante, ideología de género, ... Cualquier amenaza refuerza el grupo y esto es la base de una psicología colectiva muy fácil de activar. Sólo ha faltado que el miedo sea el elemento principal que articula hoy las relaciones sociales para que lo que reconocemos como grupos o partidos de extrema derecha crezca como lo está haciendo.
Para romper con ese escenario oscuro, apela a subvertirlo aprendiendo a decir nosotros más allá del reconocimiento y de la defensa de los nuestros. Y habla de colaboración, cooperación, apoyo mutuo, resistencias, hospitalidad, aprendizaje... ¿Hacia dónde deberíamos virar para construir un nosotros que nos llevara a avanzar hacia un mundo común y más justo?
Pienso que las lógicas defensivas, como las que estamos describiendo, pueden tener mucha fuerza, autoritaria, física o bélica, pero a la larga son perdedoras. Cualquier cosa que se aguante sólo por la fuerza, de alguna manera ya ha perdido. Por tanto, el largo recorrido siempre es de lo que crece, de lo que generas, de lo que desplaza los límites, no de lo que defiende los límites. No es que sólo por razones éticas o de buenas intenciones debamos hacerlo, sino que este mundo amenazado, en tensión y agotado en el que estamos no tiene garantías de durar demasiado sólo desde la fuerza y desde la imposición de determinadas fronteras y determinados grupos sociales. Esto puede salvar algún abismo, pero el siguiente ya no, entonces nos podemos estrellar todos o podemos mirar a estos abismos desde otro lugar que sea precisamente el de andarlos colectivamente con respuestas que hagan de este común no un deseo, sino una condición para avanzar, para vivir básicamente.
De hecho, en el libro también expone esta idea si quiere de esperanza, cuando dice que "a pesar de la violencia del sistema y los mercados, el triunfo de la violencia capitalista sobre nuestras vidas nunca es total. (...) El sistema no funciona, triunfa porque se impone". Pero alguien puede pensar que llevamos muchas décadas donde este sistema sí se impone y cada vez lo hace con más violencia y más exclusión.
Más que desde una narración lineal, este triunfo actual de la fuerza y de la imposición viene de una dinámica más bien de reflujo. Diría que estamos en un momento contrarrevolucionario, por tanto, de reacción de todas estas fuerzas económicas, políticas, morales, que se mueven para recuperar un terreno que percibían como perdido. Determinados grupos sociales sentían que estaban perdiendo el poder, y lo que hay ahora es lo que dijo Warren Buffett: "la guerra de clases ha continuado y la estamos ganando los ricos". Los ricos significan muchas cosas, significa los ricos en el sentido literal, pero también aquellos que históricamente perciben que el poder es de ellos, el país es de ellos o que los valores morales son suyos. Estamos en una ofensiva de determinados tipos de poderes para intentar acumular riqueza y recuperar un tipo de legitimidad. Si lo situamos así en el tiempo, no es que vayan siempre ganando, sino que están reaccionando. ¿Qué estaba pasando para que reaccionaran? Es ahí donde hemos perdido la pista. ¿Qué estaba cambiando demasiado, qué se estaba abriendo o qué se estaba cuestionando demasiado en ese momento de aparente triunfo del capitalismo global como para que haya habido esta reacción tan fuerte en las primeras dos décadas del siglo XXI? Quizás algún tipo de revolución estaba teniendo lugar.
¿Seguramente el sentido común había virado y la hegemonía cultural ya había cambiado?
Totalmente, se estaban abriendo unas voces y unas formas de desentender la globalización como único destino posible de la humanidad que no se ha tolerado. Aquí ha habido un puñetazo sobre la mesa, que tiene muchas caras, local, internacional, ... Estamos viviendo los efectos de un "hasta aquí" del poder y es porque estaba pasando algo.
Con el juego de espejos que supongo que ha hecho al releer los textos de hace una década y que puede hacer también el lector actual, precisamente si ahora estamos en un momento contrarrevolucionario, en 2011 destacaba la reaparición de la idea de revolución “como una posibilidad que nos obliga a pensar contra los posibles que conocemos, contra los posibles de los que disponemos y que nos encarcelan". ¿Necesitamos ensanchar los actuales posibles?
Sí. Antes lo decíamos, la combinación de miedo, represión e impotencia configura un estado anímico y mental en el que vemos más lo que hemos perdido que lo que podríamos hacer, pensar o vivir. Es una cuestión de percepciones también, la realidad nunca está terminada en sí misma. Claro que hay unas condiciones materiales que ponen límites a lo posible a imaginar, pero precisamente percibir que ya están cerrados ha sido una de las victorias ideológicas de esta contrarrevolución del presente. Por eso la industria cultural se dedica producir distopías a paletadas, estamos consumiendo apocalipsis cada día, precisamente como una forma de aceptar que ya está. Y que ya está significa que aproveches el tiempo que queda, es una lógica de muerte. La primera condición para ensanchar o reactivar posibles es entrar en la guerra cultural y en el combate ideológico contra este dogma apocalíptico que nos hace percibir nuestro presente como el presente de un mundo terminado. En estos momentos, el pensamiento crítico debe servir para desmontar esto.
Siguiendo con la idea de revolución, comenta que "es una idea que se impone como necesaria cuando se entreabre su mera posibilidad". ¿Necesitamos poco para creer que podemos cambiar las cosas?
Pienso que sí. La vida humana, entendida como todo lo que construimos entre nosotros para llamarlo mundo, siempre es un lugar de tensiones, de antagonismos, de luchas de poder, pero también de disputas en torno al deseo de vivir. Si olvidamos esto no sé en qué podemos convertirnos. Estas disputas en torno al deseo de vivir pueden ser sangrientas, como lo es la historia de la humanidad, pero también son creativas, movilizan todo un tipo de valores y de maneras de entender qué significa vivir juntos que no sé cómo alguien puede creerse que se han terminado y porque nos dejemos convencer de esto. Aparte, me parece incluso de una soberbia extrema pensar que con nosotros se acaba el mundo. Vale la pena recuperar la humildad y decir que nada empezó con nosotros y nada se acabará con nosotros, por tanto, situémonos en este sitio y hagamos la construcción de un espacio que deje paso.
Hacia el final del libro escribe que "nuestro mundo es hoy un mundo en guerra, un sistema en crisis y un planeta al borde de la destrucción", y es evidente que en 10 años esto no ha mejorado. Pero, al mismo tiempo, que "es aquí donde es necesario aprender a estar sin claudicar, donde hay que hundirse y aprender de nuevo a respirar". Por tanto, ¿debemos actuar sí o sí?
Sí, es que pensar que porque hemos luchado no hemos salvado al mundo me parece un error de visión muy grande. En vez de hundirnos en la impotencia debemos situarnos en la necesidad de seguir luchando y ya está. Y si no se puede, dejar paso, que también forma parte del aprendizaje de la colectividad. Cada presente de lo mejor que se puede ocupar es de dejar paso, en el sentido de acoger a nuevas generaciones, cuando estamos precisamente en lo contrario, no dejando imaginar nada que no sea lo que nosotros creíamos que teníamos que hacer. La cuestión es cómo sostener hoy esas formas de vida, esas luchas y esos imaginarios que no acabaremos nosotros. Esto es el mundo para mí.
Supongo que es muy difícil de prever, pero si dentro de 10 años hiciera una nueva reedición de 'Un mundo común', ¿cree que tendremos un mundo más oscuro o, por el contrario, se habrán ensanchado lo posible?
Creo que todo será bastante igual, repetimos demasiado que vivimos en un mundo que no sabemos cómo será. Creo que tendremos los mismos ejes y estaremos en este cruce entre la cuestión ambiental y la cuestión de la fragmentación social y, por tanto, del conflicto entre mundos, en lugar de un mundo común. Pueden pasar dos cosas, que es un poco la disyuntiva en la que estamos siempre: que se acentúe la cara más conflictiva de este escenario, que vayamos a una creciente conflictividad social, en el sentido de guerra de todos contra todos; o que este conflicto sea el motor de una relación más activa con esos límites que ahora parece que sólo nos caen encima como una especie de maldición y que los hagamos nosotros, que digamos vamos a batallarlos, y vamos a hacer de este imposible vivir un mundo posible.
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