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Actualizado:No es el primer "saco de basura" al que pone voz sobre las tablas. En su dilatado periplo dramático, Juan Echanove ha tenido la posibilidad de encarnar a más de un indeseable (memorable y perturbador aquel depredador sexual que representó en Plataforma), personajes cuya vileza el actor reconstruye poniendo el foco en lo cotidiano. Ahora y tras un parón de seis meses, regresa ataviado como el dictador Rafael Trujillo, encabezando el reparto de La fiesta del chivo, obra del premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, adaptada para esta ocasión por Natalio Grueso, bajo la dirección de Carlos Saura.
¿Cómo le ha sentado a Trujillo el parón del confinamiento?
Algo sucede, y no me preguntes el motivo, en la mente de un actor, que mientras el espectáculo sigue en cartel, mantiene latentes todos los procesos relacionados con la construcción del personaje y la memorización. Como el confinamiento fue un paréntesis, el regreso ha sido fácil, en los primeros ensayos nos dimos cuenta que teníamos dominada la función.
¿Qué impronta está dejando en la obra lo que ha ocurrido?
El hecho de que tal día como hoy pero hace seis meses tuviéramos que bajar el telón, le da a este momento una significación especial. Es una emoción que trasciende el oficio, como si fuera más difícil gestionarla como persona que como actor. Además, no podemos olvidar que es todo un reto que los teatros vuelvan a abrir, ha hecho falta mucha voluntad y mucha responsabilidad por parte del público y de los profesionales del oficio para levantar de nuevo el telón.
Deja a un lado a la clase política...
Es que parece que siguen instalados en un escenario anterior a la pandemia, uno que consiste en representar la misma puta función toda la vida. La clase política de este país se empeña en representar ante los ciudadanos lo peor de sí mismos. Ni siquiera con una pandemia como la que afrontamos se han visto brotes verdes de entendimiento para que ninguna actividad quede excluida.
No puede ser que el juego político se haga a costa de las espaldas de los ciudadanos, los ciudadanos estamos soportando una tensión enorme en esa puta mierda de representación que hacen, siempre con los mismos putos actores y el mismo repertorio. Ya va siendo hora de que cambien, si siguen igual conseguirán provocar en la gente una situación de frustración difícil de manejar.
Qué opina de ese mantra que dice que de esta salimos todos unidos...
Ese jingle suena ya muy viejo. ¿Pero cómo que de esta salimos unidos?, que no somos tontos, oiga. Para salir unidos necesitamos que hayan criterios de unidad y no maltratar a determinados sectores. En las artes escénicas, así como en la música en vivo, han habido cero rebrotes, y esto es algo que deberían tener en cuenta nuestros gobernantes. No tiene sentido que en la aviación comercial no haya límites de aforo, pero sí en los patios de butacas.
¿Qué puede hacer el teatro en tiempos de pandemia?
Mucho. Yo practico un arte que consiste en tomar de la sociedad las cosas que le ocurren para elaborarlas y convertirlas en dramaturgia sobre el escenario. El objetivo no es otro que el espectador vea reflejado lo que siente o añora. Para hacer eso no se puede mentir, esa es mi única máxima; para mí el teatro es absolutamente antitético a la mentira.
Pero un cierto grado de hipocresía siempre es menester para vivir en sociedad, ¿no cree?
Cierto. Pero hay gente que lo que hace es no significarse, ponerse de perfil. Yo no voy a esquivar temas, no voy a eludir respuestas en función de si me benefician o no. Si algo te aporta este oficio es la certeza de que teatro y movimientos sociales van de la mano. Hay una cosa básica para el actor; saber escuchar a la gente, saber qué es lo que gente piensa y siente. De lo contrario, no podrás nunca ponerte en la piel del otro.
¿Cómo se trabaja a un dictador?, ¿qué resortes activa un intérprete para que emerja el genocida que lleva dentro?
El resorte de lo cotidiano. Lo que une a todos los genocidas, lo que tienen en común todo esos sacos de basura, y yo he interpretado a más de uno, es el día a día, lo íntimo. Afortunadamente, yo cuento con la prosa de Vargas Llosa y con toda esa adjetivación tan sugerente, con semejante fondo de armario puedo construir un personaje de estas características. Todo eso ayuda.
Nadie que haya forjado su personalidad en base a la humillación de los otros se plantea por qué lo hace. Sencillamente lo hace. Esa crueldad es su oxígeno. Quizá por ello la clave no está tanto subrayar esa característica de su personalidad, sino en ir a los pequeños detalles para que el espectador sea el que tenga la última palabra.
¿Intuye algún Trujillo en el horizonte?
Las situaciones críticas como la que estamos viviendo hacen aflorar los peores extremismos y los peores populismos, tanto de derechas como de izquierdas. Y ahí se esconde siempre la dictadura, el racismo, el maltrato o la desigualdad. De ahí surgen los líderes mesiánicos que acaban cargándose a la mitad de la población.
¿Cree usted que saldremos mejor de esta, tal y como apuntan los opinadores más animosos?
Yo creo que la tendencia siempre es a peor. El que es un hijo de puta hoy, lo será mañana. No se convierte uno en un buen tío de un día para otro, quizá pueda hacer como el virus; quedarse ahí agazapado durante un tiempo, pero el hijo de puta siempre termina aflorando.
¿Tiene ahora como actor más responsabilidad que antes?
Yo creo que sí. Siento además que formo parte de un colectivo que se necesita y que tenemos que dar la cara. Para mí es una obligación moral dar la cara, soy un privilegiado, he trabajado en la tele, en el cine y en el teatro, soy un actor de éxito y hablo teniendo colmadas en mi vida muchas de las cosas que reclamo. No llego ni al 0,1% de la población actoral de este país, la mayoría no tienen las posibilidades que tengo yo, lo sé bien porque convivo con ellos.
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