madrid
Dice Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) que se ha propuesto "volver terrorífica la violencia". Dice también que el veracruzano es un pueblo especialmente dotado para la invectiva, capaz de convertir en poesía la pura grosería. Dice, por último, que lo que más le interesa de la violencia es ese punto en el que no hay marcha atrás, ese instante previo a lo imprevisible en el que el horror resulta incontenible. Su nueva novela, Páradais (Literatura Random House, 2021), trata de acotar la violencia poniendo el foco en su carácter irrevocable, atendiendo al deseo y la ambición de sus hacedores, combustible habitual de un horror que se ensaña con la mujer.
Este 'paraíso' no tiene nada de celestial, ¿de dónde lo sacó?
La idea de Páradais nace un poco de estos conjuntos habitacionales de lujo que son tendencia en medio mundo. Lugares donde la gente con posibilidades se rodea de confort y seguridad, distanciándose de las comunidades en las que se implantan. Hablo de urbanizaciones con alberca, jardines, campos de golf, etc., rodeadas de comunidades en la miseria, cuyos habitantes viven de servir a las personas instaladas en estos enclaves. Me interesaba ver si un lugar así, que se protege del exterior, podía incubar la violencia en su interior.
Y sí se puede...
Se puede. Claro que se puede. Hay un componente innato en la violencia, nos fue dada como especie, nadie más que los seres humanos en la naturaleza somos crueles, hay un valor evolutivo en la violencia, gracias a ella hemos sobrevivido, pero ocurre que al vivir en sociedad hemos tenido que frenarla. Lo que me interesa es el momento en el que ese mecanismo deja de funcionar, qué ocurre en el alma de esa persona.
La marginalidad, el hambre, la opresión, puede que tengan algo que ver...
Sí, pero no sólo. Hay un componente personal que hace que cualquiera de nosotros, sin importar de dónde provengamos y de la educación recibida, podamos hacer cosas atroces. Más allá de la falta de recursos, lo que más empuja a la gente a la violencia es la falta de amor propio y eso no depende tanto de la clase social. Yo lo he vivido.
Ah, ¿sí?
Yo vengo de una familia disfuncional, me tocó desde muy joven percibir esa violencia, sobre todo psicológica, insultos, humillaciones, pero también física, una crece considerándolo la norma e incluso crece reproduciendo esa violencia. Cuesta mucho salir de ese círculo y esto es algo que puede pasar en cualquier hogar. Pero obviamente hay un componente de desigualdad que produce rencor y que está muy presente en la violencia.
Mismo resultado, diferentes aproximaciones...
Sí, creo que los dos protagonistas de Páradais reflejan un poco eso. Uno cree que puede tomarlo todo porque nunca ha tenido nada y el otro, que lo ha tenido todo, cree que por eso puede tomarlo todo.
Incluida una mujer...
Quería encarnar a través de estos personajes problemáticas existenciales que, creo, trascienden a la cultura. Pienso que en el fondo si el machismo ha tenido una preponderancia casi universal en la cultura humana es porque hay un miedo soterrado a la mujer. Hay un misterio que la mujer representa y que no acabamos de aclarar, puede ser por su capacidad para concebir o quizá por su importante papel en la vida familiar. El caso es que el odio a la mujer es, en esencia, miedo a la mujer.
Convierte en la novela a un adolescente pajero en un violador asesino. ¿Qué fue lo que falló?
Es un pregunta que numerosos criminólogos y psicopatólogos de todo el mundo se han hecho. He leído mucho sobre asesinos en serie y me he dado cuenta de que todo asesino en serie es, finalmente, un criminal sexual. Siempre hay un componente de placer y de satisfacción sexual en el asesinato. Se trata de un extremo de la violencia feminicida, un extremo que comienza con la misoginia, el insulto, el maltrato y una larga constante que culmina en el asesinato de una mujer para obtener placer sexual de ella.
¿En qué momento se decanta la balanza?, ¿cuándo una obsesión se materializa?
Esto es algo que todavía me interrogo. Me preocupa la violencia y pienso mucho en ese instante en el que alguien pasa de fantasear con los hechos a llevarlos a cabo. En el caso de los protagonistas del libro, son dos personas que refuerzan sus obsesiones en el otro, es como una folie à deux en la que uno instiga o proporciona combustible al fuego del otro. Creo también que pasar a la acción depende de una conjunción de casualidades y circunstancias que inducen a ello.
¿Existen patrones previos que permitan intuir que algo no anda bien?
Muchos criminales sexuales comienzan fisgoneando a mujeres, robando objetos personales o consumiendo pornografía de forma compulsiva. Es el caso de uno de los protagonistas, mientras que el otro tiene un comportamiento sumamente agresivo en su sexualidad, hasta tal punto de que sólo se estimula si piensa que está violando. Con esto no digo que toda la sexualidad masculina sea patológica, pero sí que creo que hay un componente de violencia en toda sexualidad, no exclusivamente en la masculina.
Cómo narrar la violencia en un mundo en el que la violencia se ha banalizado. ¿Sigue siendo posible cuando estamos anestesiados de violencia?
Vivimos una época rarísima, una época en la que podemos ver decapitaciones en línea pero no podemos ver un pezón en Facebook, es ridículo. Un mundo en el que se censuran fotos de madres amamantando a sus hijos pero podemos ver un vídeo donde un narco le corta la cabeza a otro. La violencia nos rodea y estamos habituados a ella, sobre todo en México, con los estragos de la guerra del narco, que ahora ha derivado en una guerra de baja intensidad, a la que ya nadie presta atención porque se ha convertido en parte de la normalidad... Llevo tres novelas en una década y creo que me he propuesto volver terrorífica la violencia, presentarla como el horror que es. No sólo el horror del victimario que hunde el cuchillo en la carne de su víctima, sino del que cree que sólo está haciendo lo que le ordenaron, la violencia del que se lava las manos porque no fue idea suya.
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