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El Gobierno español claudica antes de que comience la gran partida europea. Renuncia a todos y cada uno de los proyectos de solidaridad entre socios, o mutualización de mecanismos que, como los eurobonos o el presupuesto común, se interpretan como las máximas expresiones de integración económico-monetaria en la jerga comunitaria; es decir, como la senda más directa para que los países-miembros de la zona monetaria europea den el salto hacia adelante y forjen de una vez los escudos protectores sobre la divisa que más ha puesto en jaque la hegemonía del dólar. O, para ser más precisos, el avance hacia la concreción de medidas consensuadas de armonización bancaria, fiscal y económicas que el credit-crunch de 2008 dejó en evidencia, y que estuvieron a punto de sepultar el que se considera, a pesar del duro decenio de austeridad y de la dureza de la crisis de la deuda europea, el mayor ejemplo de unión monetaria del mundo.
Pero España parece renunciar a cualquier atisbo de protagonismo en la agenda reformista “más urgente y ambiciosa” que necesita Europa. Es cierto que la retórica del Ejecutivo de Rajoy “se ha ido diluyendo como un azucarillo”, precisan voces empresariales hispanas con larga tradición de intereses en Europa. Igual que la de Emmanuelle Macron, que pasa de reclamar una “visión común” y “voluntad reformista” a sus socios para “refundar la UE” con “más soberanía europea” con la que combatir, como si se tratase de “una guerra civil”, a los cada vez más claros vestigios de “nacional-populismo” en países con pérdidas palpables de calidad democrática -en alusión a Polonia, Hungría y República Checa-, a aplicar paños calientes con los que -dice- “concretar el arte de los posible”, a la hora de perfilar el road-map del euro. Esencialmente, el plan inicial de Macron es ambicioso. Contempla la creación de un presupuesto del euro que sirva para afrontar choques financieros, y un titular de Finanzas común que contó desde su origen con el respaldo sin fisuras del entonces ministro de Economía y ahora vicepresidente del BCE, Luis de Guindos.
Sin embargo, los recelos de Alemania y de otros países del norte de Europa, han atenuado sus pretensiones […] “y las de España”, que en 2015, “en plena travesía por el desierto” -con dudas razonables sobre la sostenibilidad de un sistema financiero intervenido y rescatado- “proponía desde Moncloa, negro sobre blanco, del mismo puño y letra del ahora ministro Álvaro Nadal, la creación de un Tesoro europeo, con eurobonos, y cambios estatutarios en el BCE para añadir al control de la inflación, otros objetivos de política monetaria como el dinamismo económico o la creación de empleo”. A imagen de la Reserva Federal americana. Petición que siempre ha estado en la palestra, desde el inicio de la Unión Económica y Monetaria (UEM), cuando ya se arremetía contra el mandato “excesivamente germánico”, fruto de la “obsesión contra la hiperinflación que asoló a Alemania en el periodo de entreguerras”, y que heredó el Bundesbank, recuerdan un empresario que no desea revelar su identidad. Una pesada losa que no impidió, a su juicio, la instauración “de unos tipos de interés anormalmente bajos”, entre 2001 y 2004, con unos precios por encima del declarado objetivo del 2% para el conjunto de la zona del euro, con “el propósito único” de impulsar el frágil PIB germano y de sacar a la locomotora europea de la dura crisis en la que se sumió durante la caída bursátil de punto.com. Y un terreno abonado -baja financiación y burbuja inmobiliaria- para que emergiera, cinco años después, el tsunami español.
El avance y marcha atrás de Madrid
La preocupación por el viraje reformista español del euro desde las instancias empresariales está “más que justificado”. Porque ya existen algunos precedentes. Básicamente, dos, recalcan estos actores. En primer lugar, porque Alemania se salió con la suya, en los inicios de la UEM, al instalar el BCE en Fráncfort, para constatar que la influencia monetaria del Bundesbank estaba a salvo, al encarrilar a dos presidentes del banco adeptos a su causa (Wim Dusienberg y Jean Claude Trichet, que nunca hubieran puesto en marcha el mecanismo de compra de deuda de Mario Draghi) y al oponerse con rotundidad a la creación de un Tesoro europeo que, a buen seguro, “hubiera minimizado los espectaculares saltos en la prima de riesgo de los países que tuvieron que ser rescatados” y que precipitaron su debacle en los mercados. Y, en segundo lugar, porque a España “no le va bien la táctica de estar en misa y repicando”. En Europa -cuenta esta fuente- “todavía retumban las quejas contra la afrenta de Aznar de poner los pies sobre la mesa del entonces canciller alemán, el socialdemócrata Gerhard Schröder”, exigiéndole -y logrando- más fondos de cohesión para el primer septenio presupuestario en el que España superaba la renta media de la Unión, y sobre la de su amigo George Bush, en una cumbre del G-8 a la que asistió como presidente de la UE, en la que “llamó a la puerta” del club más rico del planeta sólo porque el PIB español superó al de Canadá.
Ahora que parece que “la tormenta ha pasado” España no debería claudicar
“A Berlín se le convence con razones de peso, y París necesita aliados fiables, capaces de caminar hasta el final por una buena causa; sobre todo, en momentos como los actuales, con una Italia sin mucho peso específico por el tambaleante sistema financiero -sin duda el más vulnerable en la actualidad- y con dificultades serias para formar gobierno estable tras los últimos comicios”, afirma este empresario, entusiasta de la diplomacia económica y firme creyente de la UE. Ahora que parece que “la tormenta ha pasado”, cuando la economía crece por encima de la americana en la zona del euro y su desempleo es el más bajo desde 2009, o la confianza de empresarios y de consumidores toca techo, la rentabilidad de los bonos europeos no ceja y el drama griego ha bajado el telón, España no debería claudicar. “Ni siquiera si se prolonga, como parece, el envío de fondos estructurales a España” en las siguientes perspectivas financieras, a costa de reducir la entrega de recursos a los socios del Este, aduciendo “incumplimientos” de los principios de la Unión de respeto a la ley y a los valores democráticos. O con membrete de nuevos destinos para países que, como España, tienen un marcado déficit estructural de empleo.
“Rajoy debería aprender del mal paso que dio Aznar: no se pueden pedir ayudas europeas al desarrollo y abanderar proyectos de integración de máximos sacando pecho sólo por ser una de las cuatro grandes economías del euro”. Más bien al contrario. “Le convendría recordar a Merkel la estabilidad política de su primera legislatura, su fidelidad con las recetas de austeridad y, de paso, hacer suyas las declaraciones de la canciller durante la campaña electoral germana del pasado verano, en la que no dudó en proclamar que la crisis del euro, primero, el Brexit, después y, casi sin razón de continuidad, el distanciamiento transatlántico propiciado por Donald Trump y sus recurrentes críticas a Europa por su abultado superávit comercial con EEUU y su escaso cheque financiero a la OTAN, habían abocado a la UE “a la fractura más profunda” de su historia. “Nos enfrentamos al futuro de la UE […] a un destino de consecuencias imprevisibles, en el que los ciudadanos europeos tendrán que decidir si es posible prosperar unidos”, llegó a reconocer. Antes de proclamar que “los socios que queremos el progreso de la Unión debemos tener el coraje de propiciar más Europa, aunque no todos quieran ir en el mismo barco. Es imperioso avanzar a distintas velocidades; de otra forma, probablemente nos atascaremos sin remedio”.
En tiempos de bonanza como la actual, aunque sea relativa para España, porque no ha traído consigo la suficiente prosperidad social, es cuando deben ponerse en marcha grandes cambios. “Es lo que, en el mundo multilateral, se denominan reformas anticíclicas”, esenciales para tratar de amortiguar los daños de futuras crisis. “Este es el argumentario con el que el Gobierno tendría que acudir, primero, a París y Berlín y, luego a la trascendental cita europea de junio”. Porque la coyuntura económica es oscilante, el PIB europeo ha perdido fuelle de forma tan sorprendente como el dinamismo que experimentó en 2017, y ya hay voces de mercado que alertan sobre una nueva crisis. A medio e, incluso, a corto plazo.
Una rebaja substancial de propuestas
En esencia, el replanteamiento español, ha sido obra del sucesor de Guindos. Román Escolano “se ha precipitado” al decantarse por un “pragmatismo mal entendido” que, en realidad, “no es otra cosa que la histórica distancia de premisas esenciales” del eje franco-alemán a la hora de impulsar las grandes reformas. El nuevo documento de Economía apoya la unión bancaria, como “no podía ser de otra manera”, y que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede), ejerza el rol de gendarme bancario, de apagafuegos en caso de rescate de instituciones financieras, a través de una suerte de sistema de garantía de depósitos. En esta ocasión, eso sí, mutualizado. En línea con la tesis alemana de minimizar los riesgos antes de esperar cualquier concesión de Berlín a más altas (y exigentes) proyectos de integración. Del mismo modo, la vena práctica de Escolano, que viene del Banco Europeo de Inversiones (BEI), una suerte de entidad de ayuda al desarrollo a la europea, se consuela con apoyar una integración económica bajo dos premisas esenciales: de un lado, la jurisdicción financiera única, con bancos saneados, sin activos tóxicos, y propensos a fusiones paneuropeas (sobre todo, una vez el Deutsche Bank supere su largo lustro bajo riesgo de quiebra) y sin desequilibrios macroeconómicos entre sus socios monetarios. Pero sin el más mínimo atisbo de impulso a la armonización tributaria o a la homogeneización de las normas que rigen los mercados laborales nacionales, aspectos que facilitan enormemente las decisiones sobre política monetaria de la Fed en EEUU. Tan sólo con la creación del fondo anticrisis, uno de los sempiternos postulados del FMI y con la conversión futura del Mede en un Fondo Monetario Europeo.
En consecuencia, el plan Escolano resulta, a todas luces, insuficiente, si lo que el ministro de Economía pretende es que España contribuya a culminar una auténtica integración del euro y reducir, con las reformas, los riesgos asimétricos de una divisa que suele evolucionar con fuerza en los mercados cuando demuestran bonanza, pero que se debilita con la misma fogosidad por la frágil convergencia de las economías de sus socios bajo los shocks financieros globales. Pero, sobre todo, es criticable por ser contradictoria. Incluso irónica, por tratarse de uno de los países que más ha sufrido los daños colaterales del crash de 2008, con rescate bancario, desplome del empleo sin precedentes, incumplimientos sucesivos de la estabilidad presupuestaria y un salto rampante de la deuda (superior al 100% del PIB) que condiciona sobremanera que, en el futuro, y a largo plazo, el Tesoro español deba acudir a los mercados internacionales para cubrir sus necesidades de financiación. Después de un ciclo de negocios débil, con escasa generación de puestos de trabajo estables y adecuadamente retribuidos, que ha ensanchado la desigualdad de rentas entre ricos y pobres y que, lejos de proclamar la recuperación, “lleva ocho años dando tumbos”. Con agujeros de calado en las cuentas públicas (como acaba de recalcar Bruselas) porque se adolece de ingresos fiscales sostenibles debido a la precarización del empleo, a recortes tributarios electoralistas (enfocados siempre al IRPF) que, en realidad, se compensan con repuntes sobre la imposición directa -y, en ocasiones, camuflada, como la que señala el próximo presupuesto a los carburantes, en especial, el diésel- y que ponen en riesgo, incluso, el pago de partidas protegidas constitucionalmente como las pensiones futuras.
Escaso colchón para futuras crisis
Por si fuera poco, el propio informe presupuestario que ha desvelado la Comisión Europea esta semana, al dibujar el escenario español hasta 2021, a partir de las pretensiones del Ejecutivo de Rajoy, dejan un escaso margen de maniobra fiscal, en caso de que se desencadene una nueva turbulencia financiera. Al menos, por el lado de los gastos sociales, que se reduce enormemente. Desde significar un 48% del PIB en 2012, cuando Rajoy toma las riendas del Gobierno, al 38,2% en 2019. Casi diez puntos menos. Con rebajas de dos décimas en Sanidad (hasta el 5,8%) o en Educación, que pasará a ser del 3,8%.
“La postura de España parece la de un socio acreedor, en lugar de una de las víctimas de la crisis"
De ahí que los empresarios aseveren que “la postura del Gobierno español parezca la de un socio acreedor, en lugar de la posición de uno de las víctimas de la crisis de la deuda del euro”. Dicho de otra forma, la de un contribuyente neto del presupuesto europeo, en vez de la economía con el déficit más alto -más de 36.233 millones de euros, el 3,1% del PIB, justo en el límite concedido por Bruselas- y con más suspensos anuales acumulados en consolidación fiscal”. Esas mismas voces aseguran también que el brusco volantazo del nuevo equipo económico de Rajoy, a pesar de la revisión al alza -de tres décimas- de la Comisión al crecimiento de España este año (2,9%) y el siguiente (2,4%), demuestran que “el tan cacareado despegue no sólo ha sido lento a la hora de tomar altura, sino que ha sufrido constantes turbulencias y ya está en línea descendente”. Para más inri -apuntan- la rebaja en las pretensiones del sucesor de Luis de Guindos llega en un momento en el que “el endeudamiento de las familias vuelve a aflorar y en la antesala de un cambio de la política monetaria del BCE, con el final de la era Draghi y, por ende, de los estímulos monetarios de compra de deuda soberana y corporativa”. De ahí que -dicen- la cumbre de junio sea, quizás, “la última gran oportunidad de apuntalar el unión económica y monetaria del euro en el horizonte cercano”.
Pareciera como si Rajoy y su equipo “hubieran olvidado, de un plumazo, los difíciles meses que antecedieron al rescate”. Como si “se hubieran creído a pies juntillas su propia versión de que España nunca pidió ayuda para su sistema financiero”. O como si, de repente, “las palabras de la vicepresidenta Soraya Sainz de Santamaría diciendo en una de sus primeras ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros que lo mismo que no hablaba nunca de la prima de riesgo cuando descendía, tampoco lo hacía cuando marcaba registros históricos en relación al bund de Alemania, nunca las hubiera pronunciado”. Sin tener en cuenta la realidad: que el euro se salvó, en 2012, in extremis por un fondo de rescate de medio billón de euros, con su, por entonces, rudimentaria e incipiente, unión bancaria y la posterior insistencia de Draghi, contra los deseos de Berlín, de instaurar su millonario plan de compra de bonos para proteger la moneda común. Todos ellos, emblemas de mutualización de la crisis que, ahora, con Escolano, parecen haber caído en saco roto.
El planteamiento de Escolano se alinea con la exigencia de reducción de riesgos sistémicos de los socios monetarios y de la austeridad
El viraje del nuevo titular de Economía revela una apuesta por las tesis germanas que defienden la reducción de riesgos sistémicos de los socios monetarios y de la austeridad antes de concretar cualquier medida de solidaridad compartida. Es decir, de saneamiento de las cuentas nacionales que eludan recursos comunitarios de emergencia, de un férreo rigor en los balances bancarios para fomentar fusiones paneuropeas y de concretar mecanismos de última instancia como el Fondo Monetario Europeo, de fácil puesta en marcha tras los avances en la unión bancaria desde el Mede, nacido del tsunami bursátil de hace una década. Escolano vende “pragmatismo” donde debería admitir “pleitesía”. Porque su plan es “mucho menos ambicioso” que el de Guindos de hace apenas un año y, sobre todo, del de su colega en el Consejo de Ministros, Álvaro Nadal, cuando ostentaba la dirección de la Oficina Económica de Moncloa. Y demuestra “la necesidad de que un Gobierno español, en el futuro, unifique los criterios diplomáticos” sobre la UE. Por ejemplo, con la creación de un Ministerio de Europa, como tienen Francia o Reino Unido desde hace décadas, en el que “también tenga cabida un área de internacionalización, con una acción exterior marcadamente económica, a partir de la concepción europea”. Es lo que, en opinión de esta fuente, demandan los actores empresariales. “Si Europa es una institución supranacional, con una creciente reivindicación de mayor soberanía, España debería concederle un ministerio propio, del que salgan geo-estrategias para hacer negocios que impulsen y consoliden al sector exterior, base de la prosperidad alemana, japonesa o estadounidense e integre el departamento económico del Ministerio de Asuntos Exteriores con el área internacional de Economía, que no siempre están en la misma longitud de onda”, señalan.
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