Cuando los republicanos, en uno de los momentos más delicados de la negociación, se enfrentaron a una rebelión interna de los nuevos miembros del Tea Party, uno de sus congresistas, el representante por California, Kevin McCarthy,
reunió a los 'rebeldes' y, en vez de echarles un discurso, les pasó un clip de la última película de Ben Affleck, The Town, una historia de gánsteres. En el clip, el personaje de Affleck, un ladrón de bancos, le dice a su amigo que necesita su ayuda. 'No puedo decirte para qué es, pero vamos a hacer daño a alguna gente'. En la escena siguiente, los dos hombres se ensañan con sus enemigos con barras de hiero y a uno le disparan en la pierna.
Es una muestra, anecdótica y absurda, del ambiente en el que se ha movido el Capitolio en estas semanas de negociación. Y más de uno va a salir con moratones de lo que ha sido un episodio escasamente glorioso de la historia legislativa del país, una tormenta perfecta de rivalidades políticas e ideológicas en un contexto de profunda recesión económica. Los republicanos han conseguido mucho en este acuerdo: poner al centro del debate político el tema del déficit, como único baremo para juzgar la acción del Gobierno; equiparar el aumento de la deuda a la reducción del déficit; y evitar hablar, de momento, de subir los impuestos.
El Tea Party ha salido reforzado. Aunque el compromiso final no es lo que les hubiera gustado, forzaron al presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner a posponer la presentación de su plan en la Cámara porque no tenía suficientes votos dentro de su propio partido.
La batalla interna casi acaba con el liderazgo de Boehner que tuvo que cortejar, presionar y amenazar a los 87 congresistas noveles y ultraconservadores salidos de las legislativas del pasado noviembre, para imponer la disciplina de partido. 'No me he arriesgado a enfrentarme con el presidente para que no me respalden', habría dicho Boehner en una de sus sesiones de forcejeo ideológico.
Cuando los republicanos elijan a su candidato para las presidenciales, deberán tener en cuenta el nuevo poder del Tea Party. Políticos moderados como John Huntsman o Mitt Romney, que en este momento lidera los sondeos conservadores, podrían verse suplantados por candidatos más radicales.
El Tea Party ganó en las pasadas elecciones quejándose de la ingobernabilidad de Washington ('Washington is broken'). Su rigidez ideológica ha agravado el problema. Desde el punto de vista de la opinión pública, el sentimiento antigubernamental que ya permeaba el debate político ha salido reforzado. Los estadounidenses, que registran una tasa de paro de larga duración nunca vista en varias generaciones, 14% de la masa laboral, los llamados '99ers', por las 99 semanas que llevan buscando trabajo, no alcanzan a entender cómo sus representantes sólo han podido alcanzar un compromiso al borde del abismo. Una
encuesta de la cadena ABC dice que el partido demócrata sólo tiene el 32% de aprobación ciudadana y los republicanos un 26%.
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