Demócratas y republicanos habrían llegado aparentemente a un acuerdo tentativo para subir el techo de la deuda estadounidense y reducir el déficit.
Sin embargo, los detalles siguen siendo muy esquemáticos y renegociables, pero el compromiso incluía: subir el tope de la deuda, que el pasado mayo alcanzó su máximo legal de 14,3 billones de dólares, en 2,8 billones hasta finales de 2012; aprobar una serie de recortes por un monto equivalente, unos tres billones, para la próxima década, que se aprobarían en dos tandas, un billón ahora y dos billones luego, que una comisión especial se dedicaría a detallar. En principio no estaba incluida ninguna subida de impuestos.
El primer billón se ahorraría simplemente recortando gastos rutinarios. La comisión bipartidista presentaría sus conclusiones sobre cómo recortar los otros dos billones el próximo noviembre y ahí estarían incluidos los programas sociales.
Una vez más, el diablo está en los detalles, y los dos partidos siguen negociando a marchas forzadas. Los republicanos querían incluir una cláusula para obligar al Gobierno a presentar presupuestos equilibrados, una de las grandes exigencias del Tea Party. Los demócratas, a cambio de elevar el techo de la deuda hasta después de las elecciones presidenciales de 2012, habrían accedido a votar la ampliación en tres tandas. Pero no se vería repetido el debate de estas semanas porque el Congreso necesitaría una mayoría de dos tercios para rechazar la petición del Gobierno.
Los demócratas han hecho en esta ocasión más concesiones con el principio de acuerdo. La Casa Blanca quería un gran compromiso que incluyera recortes por cuatro billones de dólares, una reforma del sistema fiscal y un aumento de los impuestos, especialmente a los más adinerados. No lo ha conseguido.
Barack Obama, al proponer enormes recortes, especialmente en los programas sociales, en las pensiones y en las coberturas médicas de los mayores (Medicare) y los más desfavorecidos (Medicaid), ha enfurecido a buena parte de su base y alterado considerablemente su programa de grandes gastos públicos destinados a salir de la recesión.
Muchos de los que votaron por Obama en 2008 “van a sentirse decepcionados por la economía” y por las recientes concesiones “y no se movilizarán tanto” en las elecciones del año próximo, decía a The New York Times Robert Borosage, codirector del grupo progresista Campaign for America’s Future.
Fuera de Washington, tres factores contribuyeron a impulsar un acuerdo. Primero la inminencia de la apertura de los mercados, que, si bien mantuvieron la calma a lo largo de la semana, amenazaban con castigar a Wall Street.
Segundo, la presión de los banqueros. El pasado viernes se reunieron con el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, para transmitirle su preocupación. Unos días antes habían mandado un carta a Obama y al Congreso para pedir un acuerdo, advirtiendo de que la economía seguía siendo frágil.
Y por último, el entorno económico. El Gobierno reconoció el pasado viernes que el crecimiento ha sido muy inferior al esperado (tan sólo 0,4% para el primer trimestre de este año). Esta semana se darán a conocer nuevos resultados, hoy el de la industria manufacturera; el viernes, mucho más crucial, el del empleo, que el mes pasado subió hasta el 9,2% y no da señales de mejora. Un fracaso de las negociaciones hubiera sin duda confirmado la amenaza de las agencias de rating de recalificar la deuda a la baja.
¿Podían haberse evitado estas semanas de negociación? No es la primera vez que Washington da el espectáculo. Y paradójicamente han sido los mercados los que, al guardar la calma y la confianza en un compromiso, han dado margen de maniobra a las rencillas políticas. “El Congreso es un órgano reactivo más que proactivo”, comentaba este fin de semana, Tobias Levkovich, analista de Citigroup. “Si el índice Dow hubiera caído 500 puntos, hubiera asustado” a los congresistas.
El 29 de septiembre de 2008, cuando estalló la crisis financiera, el Congreso no consiguió reunir bastante votos para aprobar el plan de ayuda a los bancos (el famoso TARP) tras el colapso de Lehman Brothers. El Dow cayó ese día 778 puntos. Era lunes y la catástrofe parecía inminente. Unos días más tarde, el 3 de octubre, el Senado y la Cámara de Representantes aprobaron el mayor rescate financiero de la historia.
Incluso con un plan ambicioso para reducir el déficit, el panorama es bastante negro, asegura Sebastian Mallaby, director del Centro Greenberg de Estudios Geoeconómicos. “Después de la alegría del acuerdo, cuando la gente tome un poco de distancia, nos daremos cuenta de que la situación no ha mejorado mucho”, dice. “Los recortes van a inaugurar una nueva etapa de austeridad, lo que será malo para el consumo y para el crecimiento. El dólar se reforzará frente al euro. Las perspectivas son bastante deprimentes. El alivio del acuerdo no durará mucho”, concluye este experto.
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