Este artículo se publicó hace 13 años.
VOLCADA - Esto es insostenible
El Atlético, muy ingrato, olvida la puntería y desprecia la última oportunidad de Manzano
No hacía falta leer la mano a Manzano para saber que esta aventura iba a ser difícil. Lo ha sido aún más. Ha sido imposible, perversa, una marea de pulgas en la reputación del entrenador. Sale sin máscara y sin un producto que vender. En su última recepción, sus decisiones no le pertenecieron a ningún aficionado. Sacó del campo de un tirón a Diego y a Turan, y eso fue como entregar el cargo. Salió entonces Reyes, que no se sabe si es un proscrito suyo o del club. Pero Reyes, que es un pianista con aspecto de poeta, no tuvo ni pinta ni ganas. Para entonces, el fútbol del Atlético estaba pelado de recursos. Casto no era un portero, sino un porterazo. Y la suerte permanecía en números rojos, incapaz de ponerse una blusa blanca.
A estas horas, Manzano estará fastidiado, con el corazón hecho papilla. Los árboles no le han dejado ver el bosque. Ni siquiera ayer en el segundo tiempo, cuando arruinó su calidad de vida. Aguantó de pie en la banda, en contra de la opinión del estadio, que prefería que estuviese en una playa de la República Dominicana. Nunca ha arreglado nada Manzano, que ha sido un hombre extraño, con diablo y sin cerebro para convencer a su gente. Ayer, ya era demasiado tarde, a pesar de que la hinchada le entregó una última oportunidad.
La suerte, en números rojos, abandonó a un Atlético mejor
La primera parte consintió en eso. Y, entre sus brazos, nació un ligero optimismo, que desacreditó a los pitos. Hubo, en efecto, gotas de sudor, intentos con porvenir y futbolistas sin guillotina. Juanfran fue una noticia como lateral derecho. Diego jugó con el corazón alegre. Falcao se enfrentó sin miedo a la puntería. También Turan, que cada día se expone a lo que sea. Sin conversación, el Betis no agitó a nadie. Pero tenía a Casto, con madera de héroe. Al final, fue verdad y resultó un problemón. Nadie aceptó la solución.
El drama apareció en la segunda parte sin pedir perdón. El Atlético perdió el juicio. La histeria se apoderó de Godin y Domínguez, esa magnífica pareja de centrales. Pozuelo, con sangre fría, agradeció tanta ignorancia. El estadio sintió horror y, a su alrededor, sólo encontró una lista de impostores en el campo, en el banquilllo y hasta en el césped. Adrián salió con prisa a defenderlos a todos. Pero sus remates desaparecieron ante Casto, que clasificó lo imposible.
La mañana moría y el Atlético se quedó sin amistades en el cielo. El Betis acabó con uno menos y no pasó nada. La suerte fue toda suya. Jugó con un orden empresarial y entre sus inquietudes no figuró la pelota. Reyes tampoco se lo reprochó. En plena tempestad, perdió el balón que originó el segundo gol. Todo un detallazo por su parte. Y, ya puestos, nadie le echó una mano. Al revés. Sus defensas arrasaron con la última esperanza y convirtieron la cabeza de Manzano en una calabaza.
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