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El talento pierde el pasaporte

En un partido muy temperamental, Atlético y Valencia fueron incapaces de saltarse el empate a cero

ALFREDO VARONA

No fue el día del fútbol. Fue un partido de amor propio, en el que el talento perdió el pasaporte. No se perdonó ni un centímetro. Una ocasión fue un monumento. Dos seguidas, imposible. Pero donde hay temperamento pasan estas cosas tan simples. La noche se convirtió en una cárcel repleta de duelos personales y de victorias para los defensas, que resolvieron el peligro. Jugaron con exquisita puntualidad y no descartaron nada, ni empujones siquiera. Triunfó gente como Mathieu, que fue un héroe en su banda. Diego se exilió allí por un tiempo. Buscó la tierra prometida, pero salió apenado. En la segunda parte apenas volvió. Ante defensas como Mathieu, el hombre que necesita tiempo para pensar tiene las de perder. La única opción es rebasarlo por velocidad y por eso Juanfran fue el único que le produjo algún mal rato.

A última hora, pasó Falcao a la derecha. Y no fue una idea inoportuna. En realidad, Falcao fue siempre un futbolista ejemplar. Ante la ingratitud de la noche, bajó a su campo a defender. También expuso las posibilidades de su cintura en defensa y ataque. Descubrió por el suelo ideas animadas y, a la carrera, encontró la gran ocasión del Atlético en la segunda parte. Pero la pelota se portó mal con su esfuerzo, que fue supremo. No quedaba otra en un partido que se pudo jugar en cualquier industria japonesa. Nacieron hombres por todas partes en medio campo. Sin perder los nervios, nadie dio con la tecla. El que menos Diego, al que sólo respaldó su impecable voluntad. Tiago tuvo paciencia para aguantar en pie, pero no para resolver. Gabi no subió de categoría. Y Turan no encontró la paz por ninguna parte.

Fue una noche de amor propio en la que no se perdonó un centímetro

En un partido como este, Albelda podría durar toda la vida. Tiene la picaresca de la patada. Y sus protestas le hacen parecer más importante de lo que es. Es natural que oposite a un cargo vitalicio que, en el caso de Tino Costa, ni se concibe. Tiene otra idea del oficio. Vio que la noche pedía desplazamientos largos y lo hizo. Ofreció una situación de gol a Soldado. Pero el delantero vivió obtuso, sin velocidad de reacción. El Valencia se quitó un peso de encima con su marcha. Salió Aduriz, que parece Clint Eastwood, un especialista total. Y se rodeó de gente como Jonas, que subió de precio la noche. En silencio, como es él, le ofreció el gol del partido a Jordi Alba, al que no asustó el encargo. Jugó con clase, pero sin la influencia total sobre la pelota. Un par de centímetros, tal vez.

En el último cuarto de hora la sensación de peligro fue constante

El partido esperó al último cuarto de hora. Entonces vivió con una sensación de peligro constante. La pelota llegó al área pequeña, sobre todo a la del Valencia. Toda heroicidad quedó reservada para los puños de Diego Alves. La verdadera ocasión fue de Adrián que, tras regatear a toda la familia, tiró como un infantil. Era casi el minuto noventa. Fue el momento que aprovechó Simeone para alzar la bandera del temperamento. Llamó a la grada y Filipe Luis volvió a tirar hacia adelante con un carácter que le honra. Su noche fue de una implicación severa. Hace tiempo se dudaba de él. Anoche, no. A su lado, Pablo Hernández se sintió un piojo, incapaz de contestar a un hombre así.

Fue, en realidad, un partido digno del 0-0. Un combate total que también respalda a gente como Miranda que hasta no hace mucho parecía más frágil que el cristal. Entre él y Domínguez, el sustituto del heroico Godín, se expusieron a todo para proteger su portería. Y todo eso fue lo que justificó un empate duro como la noche. Hubo ocasiones, sí, pero tampoco de gran pedigrí. Y, en todo caso, se repartieron democráticamente.







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