El gran ejemplo actual es Messi, con el que nadie sabe a lo que atenerse. 'Una buena zurda es como una onza de oro'. La frase corresponde a Jimmy Greaves, delantero inglés que dejaba la pelota en la red con la misma suavidad con la que se cierra la puerta de un Rolls Royce. Greaves era un tipo especial en la Gran Bretaña de los años sesenta. Confesaba que su ídolo era Smirnoff, una popular marca de vodka.
A veces, hablaba de más, las consecuencias de su pernicioso estado etílico. Pero había una cosa que le hermanaba con la mayoría de la población mundial. Sentía adoración por los futbolistas que le pasaban la pelota con la pierna izquierda.
Entonces debía tener a punto el sexto sentido: iba a ocurrir algo diferente a lo que esperase el estadio entero. Los zurdos, en realidad, son así. Gente que hace del fútbol un negocio de enorme valor intelectual. De ellos se ha escrito en Suramérica que tienen una facilidad especial para conquistar a la pelota, para coserla a la bota y llevarla a la cama. La prueba ahora es Messi. Cada vez que tiene el balón, el defensa se enfrenta a lo desconocido.
Y ya se sabe que lo desconocido crea rechazo tanto en la vida como en el fútbol. Sólo así se justifica la corriente de violencia que padecieron los tobillos de Messi en el Barça-Madrid. A la media hora, los jugadores del Madrid ya le habían derribado cuatro veces. Pero Messi sabe que va a ser así casi toda la vida. A los 21 años, sus piernas archivan varias marcas o cicatrices que, en realidad, exaltan al futbolista. 'Los golpes ya no me descentran'.
Hay que prepararse para vivir así. A los 13 años, cuando fue a probar al Barça, ya lo intuía. O quizá lo sabía. Pero esto que vive ahora Messi fue algo que ya vivió Maradona, otra zurda de oro, en su época. En el Mundial de Italia 90, no hubo un solo partido que no jugase infiltrado por el dolor.
Y, si se trata de hacer memoria, Santisteban se acuerda de haber jugado en el Madrid con Puskas, Gento, Lesmes o Rial, maravillosos zurdos de la época, a los que seguramente les pasaría lo mismo. La diferencia es que antes no existían las infiltraciones y los dolores tardaban más en curar.
Eran los años del agua milagrosa. Pero, en cualquier caso, Santisteban no se olvida de aquellos zocatos misteriosos. 'Desconcertaban al rival con sólo aproximarse al balón. Entonces, no sabías el lado por el que tratarían de escapar'. Han pasado más de 40 años de aquellas imágenes en blanco y negro, pero la vida sigue igual. 'Los zurdos te suelen insinuar lo contrario de lo que hacen. Hay algo en ellos que les impide ser como los demás'.
Santisteban lleva años en la Federación con las categorías inferiores. Ha tratado con zurdos que lo apasionaron, 'como Silva, el del Valencia, o Riera, ahora en el Liverpool', con los que nunca sabía a qué atenerse en el césped. Pero nunca lo vio como un problema, 'la imaginación significa más alternativas con la pelota'.
Y, según él, los futbolistas zurdos tienen algo que, tal vez por instinto, los hace más generosos. 'Es verdad que no son egoístas', señala. 'Miran más al compañero que al gol'. Ahora se advierte con Messi. Hubo un día en el que Maradona le acusó de que 'sólo jugaba para él'. Pero Etoo, que es el delantero al que Lionel despeja el camino, no está de acuerdo: 'Messi es el mejor'.
Los zurdos son minoría en el fútbol, lo que es un reflejo de la sociedad. Sólo un diez por ciento de la población mundial es zurda. En la vida diaria, nunca ha sido una cualidad muy bien vista. La leyenda, incluso, es agresiva con ellos. Cuenta que, a mediados del siglo XX, todavía se obligaba a los niños zurdos a escribir con la mano derecha.
Incluso hasta se les ataba la izquierda para que no la moviesen. Pero tampoco es tan extraño. La sociedad está pensada para diestros. Se puede ver en el empleo de unas tijeras o del ratón de un ordenador. No están diseñados para los zurdos. En una serie tan didáctica como los Simpson, uno de sus personajes, Ned Flanders, pone en marcha una tienda de objetos, exclusivamente, para zurdos.
Sin embargo, la pelota es otra cosa. Con ella los futbolistas izquierdos adquieren otra categoría. A su lado, el talento se siente en paz. Era lo que se decía al juzgar los centros de Argote en el Atlhetic, campeón por dos veces en los ochenta. Su bota izquierda situaba el balón en el sitio necesario. La precisión era enorme.
En estos tiempos, se lleva el futbolista ambidiestro. Los entrenadores, rodeados de datos y pantallas, los preparan para eso. Cristiano Ronaldo es el ejemplo más directo. Maneja la derecha, pero una buena parte de sus goles los hace o los procura con la izquierda. En el caso de Messi, no. Es difícil recordar alguna jugada suya con la diestra. Comienza y finaliza con la izquierda, sea en una banda o en la otra.
A Santisteban no le extraña. 'Es más difícil que el zurdo se adapte a la pierna derecha que al revés'. Nada de eso quita que también haya zurdos como Martín Palermo, que jugó en el Villarreal y Betis, que saca enorme productividad a su derecha en el área. Hubo un entrenador que le convenció a principio de una temporada: 'Cuando termine el año, serás un futbolista más completo'. Y Palermo se lo tomó al pie de la letra. Hoy es casi un tipo ambidiestro, aunque nada brillante con ninguna. Si se le compara con Messi, es como el día y la noche.
Los movimientos de Palermo son sota, caballo y rey. El talento de Messi, sin embargo, roza el infinito para lo que la ciencia también ofrece su propia explicación. Los zurdos emplean más el hemisferio derecho del cerebro, que es el más imaginativo. Y eso no sólo explica que Messi sea un una estrella mundial. También nos hace recordar que Paul McCartney toca maravillosamente la guitarra con la zurda. Y, como su ejemplo, se nos podría ocurrir el de Jimmy Hendrix, Eric Clapton... O, simplemente, el de un zurdo que llegó a la Casa Blanca: Bill Clinton.
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