Este artículo se publicó hace 2 años.
Pelé se deletrea D-I-O-S
Ganó tres mundiales y es uno de los mejores futbolistas de la historia, pero se plegó a la dictadura brasileña, que blanqueó con su figura la represión. Fue su gran mácula: no haberse posicionado políticamente.
Madrid--Actualizado a
Mundial de México 1970. Malcolm Allison, asistente del entrenador del Manchester City, pregunta durante una retransmisión de la cadena británica ITV cómo se deletrea Pelé. Pat Crerand, jugador del United, le responde: "Es fácil: D-I-O-S".
Treinta años atrás, Edson Arantes do Nascimento había nacido en Três Corações, en el estado de Minas Gerais, donde su padre, Dondinho, llegó a debutar en el Atlético Mineiro. Un futbolista prometedor que se lesionó en el primer partido con los blanquinegros, por lo que tuvo que buscarse la vida en un equipo menor, el Vasco de São Lourenço.
Fue bautizado Edson en homenaje a Thomas Edison, el inventor de la bombilla, porque su nacimiento coincidió con la llegada de la electricidad a su pueblo. Sin embargo, todo el mundo lo llamaría Pelé después de que se pasase los partidos del Vasco animando a su portero, Bilé.
Quería ser guardameta y de tanto gritar "¡Párala, Bilé!" se le quedó Pelé, que era lo que entendían sus amigos. Cuando su padre recaló en el Bauru, un club del interior del estado de Sao Paulo, el crío comenzó a destacar como delantero en las categorías inferiores.
Como los ingresos de Dondinho no eran suficientes, Pelé trabajó de niño como limpiabotas para ayudar en casa, hasta que lo fichó el Santos y la familia se trasladó al litoral paulista. Debutó con quince años en el primer equipo, al que convertiría en uno de los grandes del fútbol brasileño.
Pelé, quien en realidad era seguidor del Vasco da Gama, uno de los clásicos de Río de Janeiro, fue convocado por la Canarinha para el Mundial de Suecia de 1958. Gracias a sus seis goles —dos de ellos en la final, ante la selección anfitriona—, su país conquistó el primer Mundial de su historia.
Pudo resarcirse del Maracanazo, cuando en 1950 Uruguay humilló a Brasil en su propia casa. Y, de paso, cumplir a los diecisiete años —el campeón más joven de la historia— la promesa que le había hecho a su padre tras aquella bochornosa derrota: "Ganaré un Mundial para ti".
Pelé nunca había salido de su país y, nada más deslumbrar en Suecia, ya era una estrella planetaria. Durante aquellas semanas en Europa, se preguntaba por qué las niñas no paraban de tocarle la cara y luego miraban sus manos para ver si se habían manchado: "Nunca antes habían visto a un negro".
La Verdeamarela volvió a ganar en Chile en 1962, aunque una lesión solo le permitió jugar los dos primeros partidos. Cuatro años después, en el Mundial de Inglaterra, tropieza con la realidad: la dureza desplaza al jogo bonito, Pelé es sometido a un marcaje riguroso, los defensas rivales lo fríen a faltas y disputa el segundo partido a duras penas.
Abatido y lesionado, Brasil naufraga en la fase de grupos y él jura que no jugará el Mundial de México en 1970 y, pese a su juventud, incluso se plantea dejar el fútbol. "Tenía dudas. Sentía preocupación y nostalgia. Solo quería ser recordado", confiesa en el documental Pelé, dirigido por David Tryhorn y Ben Nicholas.
La forja de un mito discurre en paralelo al de la fragua de una identidad nacional. "Pelé surge en un momento en el que Brasil también florece como un país moderno", explica en el filme Fernando Henrique Cardoso, quien décadas después nombraría a la Perla Negra ministro de Deportes (1995-98).
Sin embargo, en 1964 la sombra de Estados Unidos había comenzado a planear sobre Brasil. Los militares dan un golpe de Estado y destituyen al presidente João Goulart con la excusa de evitar la expansión del comunismo. Pelé es un icono, amplificado por el auge de la televisión, y el régimen lo tienta para que se meta en política.
Edson Arantes do Nascimento se pliega a la dictadura, que blanquea con su figura la represión, agravada en 1968 con una ley que suspende las garantías constitucionales y aplaca a la disidencia con las torturas y los asesinatos. Si el fútbol era la válvula de escape del pueblo sometido y Pelé, un instrumento de propaganda del régimen, el general Médici se deja ver en los estadios con una radio pegada a la oreja para suavizar su imagen.
O Rei sabía lo que estaba pasando en su país, aunque él asegura que entonces no podría haberle torcido la cara a los militares. Así, en 1969, tras marcar con el Santos su tanto número 1.000 ante el Vasco da Gama, el gol del siglo, es recibido en Brasilia por el dictador. Es la gran mácula del astro del balón: no haberse posicionado políticamente.
"Su comportamiento fue como el de un esclavo", explica el futbolista Paulo Cézar Lima, Caju, en el documental producido por Netflix. "El de un negro sumiso que acepta todo sin rechistar, sin cuestionar ni juzgar. Porque cualquier cosa que hubiera dicho habría tenido un gran impacto". El músico Gilberto Gil se muestra, en cambio, benévolo: "Era una estrella que brillaba en el oscuro cielo de la vida brasileña" y "el símbolo de la emancipación" del país.
Pelé es, de facto, el mejor embajador de Brasil y la dictadura lo presiona para que juegue el Mundial de México, que se convierte en una cuestión de Estado para los militares, empotrados en el cuadro técnico de la selección. La dictadura difunde eslóganes fascistas en clave patriótica: "Nadie puede con este país". En un cartel, bajo la foto de un campesino enfundado en la camiseta amarilla con el 10 de Pelé, un lema impreso: "Comienza creyendo en ti. Semana de la Patria". El mensaje es claro: "Brasil: ámalo o lárgate".
La Perla Negra regresa con la Canarinha. Sin embargo, durante la preparación para la Copa del Mundo, el entrenador, João Saldanha, lo hace jugar más adelantado, de delantero centro, una posición que no satisfacía a Pelé. Militante del Partido Comunista do Brasil, el técnico aprovecha una visita a México, durante el sorteo de grupos, para entregar a diversas autoridades internacionales un dosier con los nombres de miles de presos políticos y centenares de asesinados y torturados por la dictadura.
También se niega a incluir en la lista de seleccionados a Dadá Maravilha, del Atlético Mineiro, por imposición del general Médici: "Yo no elijo a sus ministros ni él a mis jugadores". Esa bofetada y su militancia izquierdista llevaron al dictador, quien compartía origen y equipo con Saldanha —gaúcho y gremista— a exigir su destitución: no podía permitir que un comunista, apodado Juan Sin Miedo, ganase el Mundial.
Lo sustituye, dos meses antes de su comienzo, Mário Zagallo —compañero de Pelé en 1958 y 1962—, quien finalmente convoca a Dadá Maravilha, pero no le concede ni un minuto sobre el césped. Saldanha llegaría a comentar que Pelé no estaba capacitado para jugar porque tenía miopía, lo que le impediría ver la pelota en un partido nocturno, y un problema de cadera. En realidad, seguía siendo a sus treinta años un jugador con visión y cintura.
Sin embargo, la prensa deportiva de su país no daba un duro por el jugador más popular del planeta, sometido a un acoso y derribo dentro y fuera del campo, pues llegó a ser amenazado de secuestro y hasta de muerte. "En ese momento, yo no quería ser Pelé. No me gustaba. Y suplicaba: Dios, ayúdame. Este es mi último Mundial", confiesa en el citado documental.
Comienza a rodar el balón y Pelé, con el 10 a la espalda, se desata. Muestra su inteligencia y picardía en el campo. Regala goles a sus compañeros, se venga de Uruguay en semifinales y abre el marcador de cabeza contra Italia, derrotada en la final por 4-1. En el vestuario, a sus treinta años, grita: "¡Yo no me he muerto!".
Brasil ha ganado todos los partidos y Pelé sigue siendo el mejor futbolista del universo, aunque cinco años después dejaría su equipo de siempre para fichar por el Cosmos, pese a las ofertas del Real Madrid y de la Juventus. Con el Santos lo ha ganado todo: seis campeonatos nacionales, diez estatales, dos Copas Libertadores y varios títulos intercontinentales, además de realizar varias giras por todo el mundo.
Sin embargo, necesitaba recuperar el dinero perdido en algunas inversiones desastrosas y optó por el equipo de Nueva York, lo que avivó el interés por el soccer en Estados Unidos. Más que un futbolista, era un mito. Las marcas se lo rifaban para publicitar sus productos y los compromisos internacionales, que trascendían el césped, minaron su matrimonio con Rosemeri dos Reis Cholbi.
Tampoco ayudaron sus infidelidades, aunque volvería a casarse dos veces, amén de sus relaciones con Xuxa y un par de misses. Con su primera esposa tuvo tres hijos y con la segunda, unos gemelos, si bien ha reconocido a otros dos. A sus facetas de futbolista y empresario, habría que sumar las de playboy y actor, pues participó en varias producciones televisivas y cinematográficas. La película más reseñable es Evasión o victoria, dirigida por John Huston en 1981.
Tras el partido de su retirada, que enfrentó al Cosmos y al Santos en 1977, el periodista Alfredo Relaño escribió en El País: "Físicamente superdotado, era jugador de rapidez, dribling, salto de cabeza y toque y disparo con las dos piernas inimitables. Cuando se inspiraba no había freno para él". Ni espacial ni temporal porque, como le dijo una vez Andy Warhol, Pelé no gozaría de quince minutos de fama, sino de quince siglos.
Marcó 1.283 tantos en 1.367 partidos y fue el máximo goleador de la selección brasileña hasta que Neymar, en el presente Mundial de Catar, igualó su marca de 77 goles. La Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) sostiene, en cambio, que anotó 95 goles y que su récord sigue vigente, pues cuenta varios partidos amistosos frente a equipos europeos, como el Inter y el Atlético, y ante combinados locales y mexicanos.
Ganó tres mundiales, él único jugador del mundo que atesora tal marca. Y sigue instalado, junto a Maradona, Cruyff o Messi, en el olimpo de los dioses del balompié. "El mejor futbolista de la historia fue Di Stefano", sentenció Puskas. "Me niego a clasificar a Pelé como futbolista. Él fue más que eso".
Incluido un buen consejero. En 1979, durante un encuentro con el Pelusa en Río de Janeiro, le dio varias recomendaciones: "Nunca hagas caso cuando te digan que eres el mejor. El día que te sientas el mejor dejarás de serlo para siempre". Palabras huecas, porque también le advirtió de que cuidase su físico, pero Maradona, quien entonces tenía dieciocho años, obviamente no tuvo en cuenta sus sugerencias.
Pelé pensaba que un jugador podía disfrutar de su vida privada, aunque sin pasarse. En una entrevista a El Periódico, Quique Setién recordaba que una madrugada vio en una discoteca a la Perla Negra. No eran horas, si bien el jugador del Atleti estaba sancionado y había aprovechado para apurar la noche madrileña. "Cogí un posavasos, un bolígrafo y me acerqué donde él y le dije: ¿Le importaría firmarme un autógrafo? Es que yo también juego al fútbol. Y Pelé me respondió: Si juegas al fútbol, ¿qué haces a estas horas en la discoteca?".
La pluma de Jorge Valdano también lo perfilaba en El País en 2021: "Un cuerpo dibujado para jugar al fútbol con fiereza y elegancia, una mirada que envolvía toda la cancha, una técnica exacta y armoniosa, una cabeza competitiva que tenía un mago adentro, un coraje y una astucia barrial, la belleza del conjunto. Se parecía a la perfección porque era imposible imaginarse a alguien que jugara mejor. Algunas cuestiones las ventilaba de memoria, otras requerían de un ingenio de trilero, otras de la inventiva de un genio".
En 1977 se retiró del fútbol durante un partido entre el Santos y el Cosmos, aunque siguió ligado a la empresa propietaria del equipo neoyorquino, Warner Communications. Aquel mismo año se había alzado con su único título en la North American Soccer League y ese día, a los 36 años, marcó su último gol cósmico.
"Ver jugar a Pelé era instalarse en el asombro porque repentizaba [improvisaba con rapidez] el juego a una velocidad que era el reflejo del reflejo", dejó escrito Jorge Valdano, "porque inventaba soluciones originales a problemas complejos, porque emocionaba como solo la belleza sabe hacerlo". Porque lo hacía todo como D10S.
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