Este artículo se publicó hace 11 años.
África pide revancha
Mo Farah, el atleta que Nike ha transformado corriendo en una cinta bajo el agua, acabó en los Juegos de 2012 con el dominio etíope en 10.000 y 5.000 que parecía para toda la vida
En la final de los 10.000 metros de esta tarde en el estadio Luhniki (16.55 horas en Teledeporte) habrá empujones, como siempre. Y cambios de ritmos. Y una última vuelta a 51 o 52 segundos. Pero sobre todo habrá un continente, África, encabezado por los hermanos Bekele, que pide la revancha de los Juegos de Londres. Entonces un hombre como el británico Mo Farah, que hasta los 27 años era un atleta del montón, acabó con su dominio. Y no sólo eso, sino que otro jovencito como el norteamericano Galen Rupp, que en 2011 ya había bajado de 27.00 minutos en 10.000, fue la plata. Un golpe para las tierras altas de Etiopía, donde las generaciones de Gebresselassie y Bekele les llevaron a sentirse invencibles. Pero entonces no se sabía que la marca Nike estaba creando un imperio, con toda la tecnología posible para el entrenamiento, en un territorio muy duro y lluvioso: Portland en el estado de Oregon, al noroeste de Estados Unidos.
Antes de alistarse a él, Mo Farah era un tipo de lo más corriente. Soñaba, como cualquiera de nosotros, que le tocase la lotería. Hoy, a los 30 años, ya le daría completamente igual, no lo necesita como no sea para ayudar a las clases más necesitadas. Desde hace tres años, desde los Europeos de Barcelona, Mo Farah dejó de ser un fondista más en el país de Sebastian Coe, dejó de ser ese hombre al que la prensa se refería como uno de esos "nacionalizados británicos de plástico". Porque no era garantía de medalla en los grandes campeonatos. Es más, en los Juegos de Pekín no se clasificó ni para la final y en los Mundiales (Osaka 2007, Berlín 2009) tampoco pasó del sexto puesto.
Mo Farah se ha convertido en un icono capaz de desafiar a Usain Bolt en una carrera de 600 metros para recaudar fondos benéficosSin embargo, ahora, a los 30 años, cuando otros atletas inician el ocaso, la biografía de Mo Farah puede competir en ventas con una de David Cameron en las librerías de Reino Unido. Él, que llegó a Londres siendo un niño, víctima de la inseguridad de Somalia, se ha convertido en un icono capaz de desafiar a Usain Bolt en una carrera de 600 metros para recaudar fondos benéficos. Y capaz, sobre todo, de lograr lo que se propone. Su última hazaña ha estado en los 1.500 metros donde acaba de rebajar los 3.29.77 de Sebastian Coe que parecían para toda la vida (3.28.77) sin ser esta su distancia. Pero el momento especial de su vida siempre estará en los Juegos de Londres, en el estadio Olímpico de Strafford, donde ganó el oro en los 5.000 y 10.000 metros. Un atrevimiento que demostró lo que se decía en Oregon: un atleta correctamente entrenado de cualquier parte del mundo no sólo puede competir con los africanos. También vencerlos en la larga distancia.
¿Cómo se puede cambiar tanto?En cualquier caso, ¿cómo es que cambió tanto Mo Farah? ¿Qué fue del atleta que, a los 25 años, a una edad ideal, fue un fracaso en los Juegos de Pekín? ¿Qué importancia ha tenido él o qué importancia han tenido los demás? "En la vida nunca es uno solo", explica Mo Farah, que se niega a ser sospechoso de nada. "Mi vida cambió el día que me cansé de perder. Me pregunté qué podía hacer para cambiar y encontré la ayuda que necesitaba. Yo no quería ser uno más, yo quería ser el mejor".
Fue entonces cuando conoció a Alberto Salazar, que ya era un prestigioso entrenador en Estados Unidos y que para los aficionados al maratón es una especie de Clint Eastwood. Un rebelde con causa que llegó a ganar tres veces en Nueva York en los ochenta. Siempre reconoció que entrenaba como una bestia, hasta 45 kilómetros diarios, pero quizá por eso caducó pronto. "El problema no es entrenar, sino organizar bien los entrenamientos", explica ahora Salazar, que recuerda su caso. "Cometí demasiados errores que arruinaron mi carrera".
Cuando Mo Farah le conoció, Alberto Salazar vivía en Portland, en la costa del Pacífico, aunque con muy pocos días de sol. "El clima es frío, los cielos son muchas veces grises, hay millones de árboles y una población peculiar", le dijo. "También es la ciudad con mayor índice de homeless [vagabundos] del país, y el estado con mayor índice de suicidio. Pero si quieres triunfar en el atletismo -añade Salazar- aquí tenemos la mejor tecnología del mundo aplicada al entrenamiento". Salazar le enseñó las instalaciones y Mo Farah se sintió en el paraíso: "¡Había pistas ocultas en mitad de bosques e instalaciones que uno no se podía imaginar!". El motivo obedecía a la marca deportiva Nike, obsesionada con recuperar la competitividad que Estados Unidos tuvo en otro tiempo en las pruebas de larga distancia. De ahí ese enorme desembolso. "El programa se llama Nike Oregon Project y en 2001 me llamó Tom Clarke, que entonces era el presidente de la marca, para dirigirlo", explicó Salazar. "Desde entonces, hemos aprendido mucho".
Correr en el agua para no lesionarseLa realidad es que Mo Farah se trasladó a Oregon con su familia. Se incorporó a la factoría de Alberto Salazar, donde no hay quien se separe de esta idea: "Si está entrenado correctamente, un buen atleta de cualquier parte del mundo puede competir con los africanos". La prueba más directa fue en el 10.000 de los Juegos de Londres, donde no sólo Mo Farah sino también Galen Rupp, monopolizaron las dos primeras plazas. Los dos pertenecían a la factoría de Oregon. "Nos ha llevado diez años llegar al punto en el que estamos ahora, pero lo importante es que aún seguimos aprendiendo", le explicaba Alberto Salazar a Jerónimo Bravo, uno de los entrenadores de nuestro atletismo que transcribió esa conversación en la revista Planeta running. "La salud psicológica, la nutrición para la recuperación, el entrenamiento de la fuerza, la correcta biomecánica, son aspectos sobre los que sabemos mucho más ahora, y esto permite que los atletas puedan entrenar más duro", añadió. "Son cosas que en mi época, hace treinta años, no se sabían".
Pero es que entonces Salazar entrenaba solo. "Ahora, hemos descubierto que los atletas que entrenan por sí mismos no suelen ser tan exitosos". Entonces tampoco existía una cinta de correr bajo el agua (HydroWorx) que agiliza la recuperación del atleta, tras los entrenamientos duros, y que a Mo Farah le ha venido de maravilla. La prueba es que, a los 30 años, corre como nunca lo hizo cuando era más joven. Ha alcanzado una gloria en Inglaterra que ni soñaba a los diez años cuando llegó a Londres, herido por la inseguridad de Somalia, su país. Hoy, sólo son rastros de una biografía que esta tarde, a partir de las 16.55 horas, tiene otro desafío en el estadio Olímpico de Luzhniki. Los hermanos Bekele, como si fuesen los hermanos Dalton, le esperan en la final de 10.000 para recuperar lo que perdieron el verano pasado. Y esta vez es un Bekele, el mítico Kenenisa, el que empieza con la mejor marca del año: 27:12.08, precisamente en Oregon, en la Prefontaine Classic, pero ahora, ya no está claro que sean los mejores; ahora, existe la factoría de Alberto Salazar que lidera Mo Farah, el hombre que se atrevió a pelear con lo que parecía imposible. Un ejemplo, tal vez.
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