Verde Prato, la fan de Kortatu que baila reguetón y canta gregoriano en Euskera
La artista vasca mezcla sonidos de varias generaciones y se sorprende de la precariedad en la industria musical.
Jose Carmona
Madrid--Actualizado a
"Las canciones son un refugio frente a la inestabilidad o la precariedad", alega una compositora al otro lado de una mesa. Música para evadir el malestar, para sacudir la tristeza generalizada o recrearse en una experiencia de la que extraer lecciones. Así entiende Verde Prato su oficio, como una trinchera. Una trinchera que el 19 de abril, en el Café Berlín de Madrid, se defenderá con todo.
Ana Arsuaga (Tolosa, 1994) es la compositora y mujer al mando de Verde Prato, proyecto musical que publica su segundo álbum, Aldoretua, con el que aspira a consagrarse dentro del circuito nacional. "Cada decisión es una posición política y que yo sea una chica que sale sola al escenario, componga sus canciones y cante en euskera es una posición con la que no hace falta añadir nada más", explica con rotundidad.
Cantado mayoritariamente en euskera, el disco intercala secuencias electrónicas, baterías y percusión propia de bases raperas, con un discurso calmado y una voz que traslada a paisajes oníricos. Un sonido optimista que emerge desde lugares más oscuros, cuando en su álbum debut, Kondaira Eder Hura, se percibían aires más tenebrosos. Sonidos lóbregos que a ratos se dejaban influenciar por letras veraniegas y desenfadas. "Papi, papi, tienes algo que no tiene nadie". Entonado como si fuera una misa, con el eco de un coro eclesiástico y la sonoridad de una canción popular, pero con un verso más propio de Bad Gyal o Rosalía.
"Me suelen decir que mi voz recuerda a cantos gregorianos —reconoce la música —, pero simplemente intento llevar mi timbre a sus límites. Llevar los graves a lo más grave y los agudos a lo más agudo. Y en esas, hago coros que pueden recordar a cantos litúrgicos o gregorianos", asegura a Público.
Esa es la esencia de Verde Prato: mezclar estilos para diseñar uno propio
Pianista de formación, Arsuaga estudió Bellas Artes en Bilbao y compagina su faceta musical con las artes plásticas. "Son mundos distintos, veo la pintura como algo más instrospectivo. Para dibujar, me empiezo a obsesionar con un tema, un objeto o una persona y me centro en eso completamente. La música es un ocio más social, te la puedes encontrar en cualquier lado", reconoce.
Verde Prato escribe, fundamentalmente, en euskera: "No está tan reglado. Es más plástico y puedo escurrirme más, me da más libertad que el castellano y me sale más natural", confiensa. Entre sus producciones, destaca una sorprendente versión de Zu atrapatu arte, de Kortatu: "Es música que he escuchado mucho de joven. Son influencias vitales y llevarlas a mi terreno me es bonito, es homenajearles pero a la vez es una cosa nueva". Cualquier parecido sonoro entre la original y la recién publicada es pura coincidencia.
Y esa es la esencia de Verde Prato: mezclar estilos para construir uno tan propio y auténtico que ella misma se sorprende de sonar diferente: "Se repite mucho al abordar mis música, dar una vuelta a lo que me gusta y coger algo. Y lo que no, lo desecho", asevera. De ahí ejemplos como Neskaren Kanta, donde reguetón y canción popular se dan la mano: "El tema tiene influencias de melodía tradicional y quería darle una vuelta a lo que conocemos como el cliché del regetón. Quería mantener el erotismo pero de otra forma respecto al mainstream", relata con naturalidad ante una mescolanza musical desconocida para el mercado español.
— ¿Cuál ha sido tu mayor sopresa al entrar en la industria musical?
— Es un oficio bastante poco digno, vivir de esto es casi ingenuo. Se me hace hostil. Es un mundo tan precario y es tan difícil salir de la precariedad... Me dedico a la música y a la pintura, claramente no he elegido bien [Risas].
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