Los vaciles a Franco camuflados en películas y otros goles a la censura
El régimen prohibió algunos filmes y metió la tijera a otros. Sin embargo, estos lograron burlar a los censores y al dictador.
Madrid-Actualizado a
"El artisteo decía que los censores se ataban un lápiz rojo al pito y que, cuando este se ponía tieso, tachaban el guion con el lapiz rojo". Vicente Romero recuerda esta anécdota sobre la censura en el franquismo que refleja que el humor fue un arma y un escudo tanto dentro como fuera de la pantalla. "La omnipresente figura del caudillo era una tentación imposible para la ironía de los cineastas, mientras por calles y platós iban de boca en boca los chistes más crueles sobre él", escribe el periodista madrileño en Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió (Foca).
"La gente le apodaba el cerillita, su excremencia, Paco el rana, claudillo o, simplemente, le llamaba burlonamente por su nombre completo: Francisco Hermenegildo Teódulo", añade Romero en su libro, donde recuerda que "los más ingeniosos [directores] se divirtieron con veladas alusiones en algunas de sus películas". Más allá del puritanismo y la doble moral del régimen, el chascarrillo del lápiz rojo también muestra que las escenas eróticas, por muy sutiles que fueran, podían desviar la atención de los censores, más pendientes de un centímetro de carne descubierta que de un subtexto crítico con la dictadura.
En Esa pareja feliz (1951), la ópera prima de Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, un comisario de policía le hace un comentario al matrimonio protagonista, tras ser detenido, que supone un reproche a la ausencia de libertades: "¿En qué país creen que vivimos? No es suficiente ser feliz para andar por la calle. Hay obligaciones, hay que llevar la cédula, o la cartilla, o algo que sirva para ir tranquilo sin que le molesten a uno los guardias". Sin embargo, más allá del juicio a aquella España humilde que anhelaba el consumismo, los cineastas le metieron un gol al dictador y, antes, a la censura.
"Había un tenor de ópera que cantaba en una zarzuela e iba vestido de marino, de almirante", le contaba en una entrevista Luis García Berlanga a Vicente Romero. "Era un hombre rechoncho y bajito, y además el actor se llamaba Franco, lo que todavía daba más realidad a esa supuesta maquinación nuestra para hacer un pequeño ataque. Y la letra de la canción que cantaba era, más o menos, dicen que me voy, dicen que me voy, pero me quedo". Sorprende que le colasen semejante vacile al dictador, aunque su nombre fuese Francisco y el del intérprete, José. "Toda la industria y el público se dio cuenta, pero no se prohibió", explica Romero.
Jose Franco también figura en el elenco de Bienvenido, Míster Marshall (1953), donde el discurso del alcalde del pueblo, encarnado por Pepe Isbert, podría interpretarse como un caricatura del Generalísimo, como hicieron los censores. "Como tenían serias dudas, Franco la vio, pero no se dio por aludido, porque su concepto del cinismo era superior al que reflejaba la película. Además, como España había quedado al margen del Plan Marshall, al régimen le venía bien una burla a los americanos", comenta Vicente Romero, quien señala que los cambios en el guion fueron mínimos, como llamar delegado general al gobernador civil.
"Si la dictadura no estuviese escocida con Estados Unidos, sería impensable mostrar cómo una banderita americana es arrastrada hacia una cloaca", cree el autor de Los señores de las tijeras. Juan Antonio Bardem, coguionista de la cinta, le contaría que pasado el tiempo la película "sorprendió al régimen, en el sentido de que hubo una lectura posterior". En cambio, entonces, aquella "broma discretamente antiamericana sobre el Plan Marshall" le había parecido estupenda a ciertos sectores de Falange, según Bardem.
Sin embargo, "aquel espléndido atrevimiento", en palabras de Romero, los convirtió en "blancos favoritos de la censura, que examinó con el mayor rigor cada una de sus siguientes obras". En todo caso, y no sería la primera ni la última vez, el efecto de la tijera y del parche a veces jugaba a favor de los realizadores, como sucedió en Novio a la vista (1954). Los censores consideraron que la conversación entre unos generales retirados suponía una afrenta al Ejército y la alternativa propuesta, un diálogo entre las mujeres de los militares, resultó "doblemente risible", a juicio de Vicente Romero.
El cambio que sufrió la escena final de Viridiana (1961) fue un gol en propia puerta. El director general de Cinematografía y Teatro, José Muñoz Fontán, le pidió a Luis Buñuel que lo modificara porque lo consideraba "inmoral", pues terminaba con la novicia Viridiana encamada con Jorge, justo después de que el sobrino de don Jaime echase del cuarto a la criada Ramona. El coproductor de la película Ricardo Muñoz Suay recordaba así el momento en el que Fontán le comenta que ese desenlace "inmoral" no superaría la censura:
- ¿Y qué solución le damos? ¿Quiere usted que jueguen a las cartas? —preguntó Buñuel.
- Pues bien, me parece muy bien que jueguen a las cartas.
El resultado fue un ménage à trois, con los tres personajes en torno a una baraja, como sugiere Jorge: "No me lo va a creer, pero la primera vez que la vi me dije: Mi prima Viridiana terminará por jugar al tute conmigo". En este caso, para evitar una relación extramarital, la censura brindó una conclusión todavía mejor, aunque en otros destrozaron el filme.
Si en Viridiana no llegó a consumarse una relación entre un tío y su sobrina —aunque sí la prevé entre primos—, en Mogambo los señores de la tijera convirtieron un adulterio en un incesto. Una modificación de los diálogos, posible con el doblaje al español, y la eliminación de la escena de un dormitorio con una sola cama, evitaron que una esposa le pusiese los cuernos a su marido, transformado en su hermano. Vicente Romero afirma en su libro que "aquel cambio de parentesco no fue idea de los censores, sino de la distribuidora de la película, con la intención de que fuera autorizada para todos los públicos".
Blasfema para el Vaticano y proscrita tras ganar la Palma de Oro en Cannes, tras ver la película en El Pardo, Franco se limitó a comentar: "En verdad, estos extranjeros se asustan de todo, porque esta película en realidad son chistes baturros". Sin embargo, Muñoz Fontán, encargado de recoger el premio en el festival, fue destituido al regresar a España como director general de Cinematografía. El dictador también dijo que Ana y los lobos (1973) "no le parecía peligrosa porque no entendía nada", según su director, Carlos Saura.
Hay más casos que rozan el absurdo, pero nos desviaríamos del asunto: la crítica a Franco y a la dictadura implícita en las películas que lograron burlar, al menos parcialmente, la censura. Así, Juan Antonio Bardem, pese a algunas concesiones, logró sacar adelante Muerte de un ciclista (1955) y Calle Mayor (1956), que encierran críticas desde distintas perspectivas: la represión policial en un contexto de lucha universitaria, la doble moral burguesa, la opresión moral ejercida por el Estado y por una sociedad ensimismada, etcétera.
Y parecía que José Antonio Nieves Conde se había salido con la suya al estrenar el El inquilino (1957), que ya entonces planteaba los desahucios y las dificultades para encontrar un hogar. Sin embargo, una vez estrenada con el permiso del Ministerio de Información, el ministro de Vivienda prohibió la exhibición de la película porque la entendió como "una denuncia contra su labor". La comedia negra pudo volver a las salas de cine con un nuevo final, en este caso feliz, y un texto previo que eximía de responsabilidades al régimen respecto al problema de la escasez de vivienda.
Otros cineastas, como Marco Ferreri, también supieron retratar en clave de humor aquella España en filmes como El pisito (1958) y El cochecito (1960), aunque los guiones también pasaron por la tijera. Lo mismo le sucedió a El verdugo (1963) de Berlanga, un alegato contra la pena de muerte. Y Carlos Saura vio cómo acortaron el título de La caza (1966), aunque su productor, Elías Querejeta, siempre agradeció que el censor viese con desagrado el original La caza del conejo.
En algunos de esos filmes, Franco tan solo era una sombra. En La rana verde (1957) fue algo más, como le relataba a Vicente Romero su director, Josep Maria Forn: "Me divertí mucho rodando con el actor Félix Fernández. Esto no lo sabía nadie más que él y yo. Le dije: Oye, Félix, tú aquí serás como Franco. Él hacía el papel de alcalde del pueblo y le dije: Tú me vas a hacer siempre de Franco, ¿eh? Cuando la censura vio la película, me llamó su responsable, Muñoz Alonso: Bueno, yo creo que no ha sido intención de usted el hacer determinadas similitudes, pero gente de mente retorcida podría pensar que el alcalde puede tener algunos puntos de contacto con nuestro don Paco".
A Josep Maria Forn no lo sorprendió tanto que el camisa vieja de Falange —y futuro director general de Prensa y, posteriormente, rector de la Universidad Complutense de Madrid— se percatara del parecido, como de su forma de dirigirse al Generalísimo: "De aquel nuestro don Paco sí que me acuerdo, porque me quedó muy grabado que un funcionario hablase con tan poco respeto del jefe del Estado".
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