Este artículo se publicó hace 13 años.
El último minuto
El novelista Alfredo Bryce Echenique aprendió parte de su técnica narrativa de niño
Luis García Montero
El novelista Alfredo Bryce Echenique reconoció en una entrevista que parte de su técnica narrativa la había aprendido de niño, oyendo en la radio las retransmisiones de los partidos de la selección peruana de fútbol. ¡Avanza Perú, avanza Perú, goool de Brasil! Es evidente que el fútbol, como espectáculo de masas, ha sido utilizado con frecuencia por los poderes innobles para distraer a los ciudadanos de sus reivindicaciones políticas y crear consensos en torno a banderas dudosas. Eso ha generado hacia este deporte un previsible estribillo de desprecio cultural e ideológico.
Pero también es verdad que el fútbol, pese a todas las críticas, ha sido inseparable de la literatura desde sus orígenes. Un fenómeno que mueve tantos sentimientos, que salta de la memoria a la ilusión, del miedo a la alegría, de la tragedia a la euforia, de la victoria a la pérdida, es inseparable de la materia literaria. Fútbol y creación poética participan de ese territorio flexible que será siempre la realidad mientras quede una mirada humana para interpretarla. A la hora del penalti, las rayas de área son tan movedizas como los dos objetos unidos por una metáfora.
Y como todo lo que necesita un planteamiento, un nudo y un desenlace, el fútbol y la literatura son una negociación con el tiempo. Por eso el protagonista de un relato o de un partido es muy a menudo el último minuto. La elegía y el himno exigen formas íntimas de compensación. El orgullo de los vencedores sería inaguantable si nunca sintiese el miedo de un empate imprevisto. La tristeza de los derrotados cultiva la esperanza de un gol posible en el último minuto. Hablamos, pues, de la condición humana, el argumento principal de los grandes relatos literarios.
Conviene también hacer una aclaración: los que somos aficionados al fútbol no necesitamos argumentos literarios para defenderlo. Nos basta con las jugadas de Messi, Zidane, Iniesta o Dani Benítez y con la posibilidad de compartir una emoción radical en el campo. "Inflamado en amor por los balones", escribió Miguel Hernández en un poema dedicado al portero del equipo de su pueblo. Pues eso.
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