Celoso de su tesoro, el FIB guardó hasta ayer por la noche la actuación de Gorillaz, el grupo más prestigioso y esperado de todos los que han pasado por Benicàssim en los últimos cuatro días. Y el más caro: desde el festival confirmaron que es 'probablemente el caché más alto que se ha pagado en Benicàssim'. Se rumoreaba que 400.000 euros, pero fuentes del FIB respondieron que 'bastante más', aunque la cifra era confidencial.
A las cinco de la tarde, mientras los barceloneses Standstill probaban sonido, entre bambalinas ya colgaban las letras gigantes de Gorillaz, presagiando un espectáculo musical y visual de altura. Si de un partido de fútbol se tratara, Gorillaz le ganaría a Standstill por 60 a seis: son los músicos que cada uno emplea en escena. La tropa de Damon Albarn aumenta hasta los 80 con el equipo técnico. Además, se esperaban invitados de lujo como De La Soul, Bobby Womack e incluso alguien hablaba entre dientes de Lou Reed. Basta decir que tardaron en descargar su equipo desde las cinco de la madrugada hasta las doce del mediodía para percatarse de la envergadura de la propuesta.
El escenario, antes del concierto, era una mezcla de taller y laboratorio
Y con sus instrumentos (que deben valer una millonada) tapados por plásticos a sus espaldas, Standstillprobaba sonido a las seis de la tarde bajo un sol sofocante. 'Tocamos 45 minutos. Si nos pasamos se enfada Gorillaz', bromeaba Enric Montefusco, su cantante. Standstill vivió ayer una pequeña consagración en el escenario grande del FIB, en la que fue su primera actuación en el festival. El grupo se ha hecho grande en la escena independiente nacional: de su último disco, el triple Adelante Bonaparte, se ha agotado una primera edición artesanal de 5.000 copias, una cifra bastante abultada para los tiempos que corren.
Poco antes de subir a probar, los miembros del grupo al completo dormitaban en la zona vip, tumbados en hamacas bajo un aspersor de agua y con la piscina de la zona vip a tiro de piedra. 'No siempre las esperas son tan placenteras, esto es una relajación total', decía el bajista, Ricky Faulkner. A Standstill, curtido en todos los festivales de la Península y algunos extranjeros, no le asusta Benicàssim. 'Te pones más nervioso cuando tocas en tu ciudad, con la gente que te conoce, que aquí, donde puede verte mucha gente nueva. ¿Ingleses? Quizás alguno que ande despistado viene a vernos', contaba el cantante.
En 45 minutos tenían que probar sonido, con algunos fans atrevidos (ocho en concreto) ya frente al escenario. En realidad, un escenario que son dos: lo que se ve desde el público y lo que no se ve, que es un espacio más grande todavía. Allí se apelotonaban, listos para tocar, todos los instrumentos de los músicos que iban a actuar anoche: The Courteneers, Ellie Goulding (sustituyendo la cancelación de Lily Allen), Dizzee Rascal, Gorillaz y Letfield.
El de Gorillaz es, probablemente, el caché más alto que se ha pagado en Benicàssim
Entre bambalinas, un ejército de técnicos iba de aquí para allá con rapidez y sin descanso. De repente, uno sacaba una especie de minisoplete para aplicar a una guitarra, mientras otros se pasaban un juego de llaves para afinar un bajo. Más que en un escenario, era una mezcla entre un taller mecánico y un laboratorio químico. Standstill afinaba, conectaba sus instrumentos y probaba sonido de forma fulgurante. El que parecía un poco más tranquilo era el cantante, Eric, que vigilaba la mecánica coreografía de sus compañeros desde un lado del escenario mientras confesaba la que parece ser una ley no escrita del directo: 'Los técnicos del festival instalan el backline, pero el material del grupo sólo lo tocamos nosotros'.
Mientras David, manager de gira de Standstill, rellenaba seis folios a rotulador negro con el repertorio del concierto (lo lleva en la memoria del móvil), el grupo se retiraba a los camerinos para cambiarse a toda velocidad. El batería, Ricky Lavado, no encontraba la bolsa donde guardaba las zapatillas y se miraba las chanclas de playa con gesto preocupado. Miguel, que toca el trombón, hizo un ademán de dejarle sus zapatos, pero finalmente, a cinco minutos del comienzo, alguien dio con la extraviada mochila.
Los seis miembros de Standstillllegaron a la rampa de acceso del escenario y su manager los esperaba con una bolsa de hielo, varias coca-colas, agua y una botella de whisky. Se chocaron las manos, se dieron palmaditas en el brazo (alguno más que palmadita, un puñetazo). Comienza el concierto y desde la parte posterior se perciben detalles imposibles de apreciar si estás entre el público, como por ejemplo que Enric Montefusco mueve los pies como si bailara una salsa en la canción ¿Por qué me llamas a estas horas?. Cuando acaba el concierto, su manager se dirige a ellos: 'Digáis lo que digáis, habéis estado muy bien'. Ellos, quizás por una vez, están de acuerdo.
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