Entrevista a Abderrahmane Sissako dedica 'Té negro' a las mujeres"Todas son valientes y no todas son víctimas"
Madrid-Actualizado a
El cineasta maliense, referente del cine africano para Occidente, despoja a su nueva película de buena parte de la carga política que define su filmografía y la cambia por una dosis mayor de humanismo.
"La gente pequeña, el panadero, el frutero, el peluquero…, suele entenderse cuando vive en el mismo barrio, poco importa que sean negros, blancos, amarillos, da igual que sean europeos o chinos, son vecinos". En la emigración, los conflictos con los otros son construcciones políticas, consecuencias de un miedo provocado artificialmente. Es la convicción del maliense Abderrahmane Sissako, cineasta africano de referencia para el mundo occidental, que defiende esta mirada en su nueva película, Té negro.
Estrenada en el Festival de Berlín, ésta es una historia ambientada en China, en una zona que reúne a parte de la comunicad africana que reside allí y que llega a los cines justo cuando el presidente chino, Xi Jinping, en reuniones con el presidente de la Comisión de la Unión Africana, Moussa Faki Mahamat, en la Cumbre 2024 del Foro de Cooperación China-África, intenta restablecer la buena convivencia entre ambas comunidades.
La relación de una mujer de Costa de Marfil con el dueño chino de una tienda de té sirve al director y guionista, afincado hoy en Francia, para insistir en una idea recurrente en su filmografía, la de la valentía de las mujeres y la de cierta ceguera masculina, al tiempo que habla de encuentros, emigración y de las puertas que abre la cultura. Todo ello en una película en la que ha rebajado el tono político habitual de su cine para llenar su historia de humanidad.
¿De dónde surge la idea de esta historia de encuentros? ¿Cuál es la necesidad que tiene por contar una historia como ésta?
Cualquier cosa es un encuentro, la humanidad entera depende de los encuentros. Si creas una familia es porque papá un día conoció a mamá, si no hubiera conocido a mamá, no hubiera habido familia. Los encuentros normalmente se notan más cuando el color es diferente, porque ahí a veces se provoca un rechazo. Pero no hay que olvidar que antes en España, hace años, un hombre de un pueblo se casaba con una mujer de un pueblo alejado 30 kilómetros y ella al llegar a vivir con él, allí era la extraña. Ella no era bienvenida, porque él no se casó con una de aquí. La realidad es que hay un movimiento constante en la humanidad, todos nos movemos todo el tiempo, aquí he escogido África y Asia, que son universos muy diferentes y muy interesantes, pero lo que realmente me interesa de esta película no es tanto eso como la mujer, la mujer en la sociedad. Todas mis películas giran en torno a la mujer.
¿La mujer africana?
Cuando se habla de la mujer africana se dice que es muy valiente, yo digo que todas las mujeres son valientes y que no todas las mujeres son víctimas. Y el personaje dice en un momento a otra mujer una gran verdad, que los hombres en África son igual que en China.
Esta película tiene menos carga política que otros trabajos anteriores suyos, pero el acento político que tiene lo pone en la inmigración. ¿Es una llamada de atención ante la situación hoy del mundo?
Sí. Hay que plantearse muy seriamente la inmigración. Está claro que Europa tiene miedo a esa migración, como tiene miedo al terrorismo. Se ha ido creando un miedo poco a poco y ahora "hay que protegerse de los invasores". Además, diría que África es víctima de sus riquezas. Si hubiera sido un continente pobre, no hubiera ocurrido lo que ocurre ahora. Se entienden mucho mejor las cosas cuando conoces un poco la historia. Tomamos, por ejemplo, el caso de Leopoldo II de Bélgica, dueño personal del antiguo Congo Belga, ahora República Democrática del Congo. Aquel hombre mutiló, cortó decenas de miles de manos, hubo tres generaciones que perdieron las manos allí, y el Congo nunca pudo superar eso. Y hoy tenemos que darnos cuenta de que nuestros líderes políticos son todavía cómplices de lo que ocurre, del saqueo de África. De pronto, la emigración es positiva cuando se necesita manos de obra, si no tienes máquinas para recoger los frutales y necesitas mano de obra. O podemos hablar de la primera y la segunda Guerra Mundial, de los millones de muertos que hubo en esas guerras, entre ellos, cientos de miles de africanos, que muchísimos fueron llevados a la fuerza, obligados a luchar en una guerra de occidentales. Nadie se acuerda de ellos. Nadie hoy en día se acuerda de que perdieron muchísimos la vida y los que sobrevivieron ni siquiera tuvieron pensiones después, cuando volvieron a su país.
La colonización ha marcado la forma en que nos relacionamos con los inmigrantes en Europa, diferente de la que usted muestra entre chinos y africanos en su película. ¿Qué cree que los europeos podemos aprender de Té negro en este sentido?
Cualquier cineasta lo que desea cuando hace una película es, efectivamente, que se capte lo que él ha querido dar a entender. Es verdad que en esta película he puesto el acento en la búsqueda de la humanidad, en el humanismo, y en la gente pequeña, es decir, el panadero, el vecino…. La gente pequeña suele entenderse si vive en el mismo barrio, poco importa que sean negros, blancos, amarillos, da igual que sean europeos o chinos, son vecinos. El problema está en los políticos que quieren a toda costa mantener sus puestos, y soy consciente de que no se puede generalizar tampoco con esto. El ser humano depende de la empatía, está dispuesto al intercambio, está lleno de curiosidad, eso es algo que digo porque lo he vivido, he viajado mucho y es así. Pero cuando la gente pequeña ve cómo se pone difícil su vida, inmediatamente culpa al extranjero. Pero no nos olvidemos de que no hace mucho en Francia los extranjeros eran los españoles, los italianos…
Hubo unos años en que se denunció el racismo que existía en China hacia los africanos. Luego llegó una crisis de convivencia tras la pandemia entre ambas comunidades. ¿Cuál es la situación real hoy?
Los prejuicios generalmente nacen por un desconocimiento del otro, y eso es lo que ocurrió. Cuando el otro se instala en tu país y empiezas a conocerle, el racismo disminuye, aunque nunca desaparece del todo. De hecho, el racismo no ha desaparecido en Europa donde la emigración lleva ya mucho tiempo. Es verdad que, por ejemplo, en China un africano no puede abrir una tienda, mientras que un chino no tiene ningún problema en hacerlo en África. Pero a mí lo que me interesaba realmente era mostrar a la mujer en su lucha cotidiana, en su día a día.
Hablemos de la mujer. El hombre con el que se encuentra la mujer de esta película, un tipo tóxico, es también el que la introduce en los exquisitos rituales del té. ¿Es su manera de decir que la cultura abre las puertas a compartir, que ayuda a la transformación?
Sí, creo que sí. Porque la cultura te permite viajar sin tomar el tren, sin subir en un coche. La cultura es curiosidad, básicamente, y lo que hace es que te permite saltar las barreras y, una vez que has saltado la primera barrera, abres los brazos. Pero hay que ir más allá de la lectura de que la cultura es la música, el teatro, la literatura… también está dentro de la cultura la noción del valor, valor en el sentido de saber qué es lo que realmente vale más.
Y hoy ¿qué es lo que vale más?
Ahora mismo en el centro de nuestras preocupaciones está el medio ambiente. Y esto abre puertas, claro, pero también podría permitirnos proyectarnos en el futuro, porque si conseguimos inculcar a todos la noción, por ejemplo, de que el agua es un bien fundamental para todos, entonces todo el mundo puede empezar a luchar en colectivo. Y si es una lucha común, el éxito está mucho más cerca.
¿Qué otras preocupaciones le asaltan a usted?
La economía armamentística. En el continente africano, incluso en Oriente Medio, no se fabrica ni una pistola, ni un misil, ni un fusil, nada. Se fabrican balas en otros continentes para que caigan en estos sitios. Habría que plantearse y preguntarse muy seriamente a dónde nos lleva la economía armamentística actual.
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