Este artículo se publicó hace 7 años.
"Los tiros no me dan miedo, me da miedo perder las piernas"
El reportero canadiense Louie Palu pone al espectador en primera línea del conflicto con la película ‘Diarios de Kandahar’, construida con sus diarios escritos y grabados durante cinco años en Afganistán y con la que certifica el doloroso sinsentido de la guerra.
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MADRID.- “21 de mayo de 2010. Tengo más de cien años. He envejecido más y más en cinco años que en toda una vida”. Son palabras del fotoperiodista canadiense Louie Palu recogidas en un diario que escribió durante el tiempo que estuvo en la Guerra de Afganistán, entre 2006 y 2010. “¡Joder, he visto muchos disparates!”. El reportero, que no logró su objetivo de entender la guerra, sí ha querido compartir su firme convicción de lo absurdo de esa desenfrenada orgía de sangre y violencia y poner al espectador en la primera línea del conflicto con la película Diarios de Kandahar (El Documental del Mes).
Codirigido junto a Devin Gallagher, el filme se nutre de los diarios escritos y grabados de Palu mientras acompañaba a las tropas canadienses, de EE.UU. o afganas en los distritos de Zhari y de Panjwar en inspecciones de carreteras, campos y pueblos, en operaciones contra los talibanes o con los servicios médicos de los hospitales de campaña. “Cuando más lo conoces, menos lo comprendes”. Es la asoladora confesión de un hombre que decidió fotografiar la guerra para comprenderla, que quiso dar sentido a lo que sus padres, hijos de emigrantes italianos, le contaron de la II Guerra Mundial, y que no lo consiguió. “Llevo un año aquí y no he visto ningún talibán”, dice un soldado, mientras un anciano de un pueblo se lamenta, “en siete años no he visto una flor”.
Amnistía Internacional cifra el número de bajas de esta guerra en 150.000 civiles y militares en Pakistán y Afganistán entre 2001 a 2014. Calcula que hay más de 162.000 heridos y 1,2 millones de desplazados. Los talibanes e insurgentes capturados o muertos son más de 38.000. Víctimas de un primer movimiento del gobierno americano que solo un mes después de los atentados del 11-S, junto a las tropas británicas, decidió lanzarse a la invasión de aquel país. Sacaron a los talibanes del gobierno, pero los insurgentes se reagruparon y se hicieron fuertes de nuevo a partir de 2006.
“Lo más difícil de un conflicto armado no es empezarlo, es finalizarlo”. Hoy, los ataques continúan, talibanes y soldados de Daesh son enemigos y luchan también unos contra otros. La población civil sigue sufriendo. Los periodistas se juegan allí cada día la vida. El peligro crece y la guerra continúa. ¿Qué se ha conseguido desde que se inició? Una pregunta que Louie Palu tampoco sabe contestar a pesar de haber sido testigo directo de lo que ocurría en ese país.
“23 de septiembre de 2010, otro día en Kandahar. Ahora debo concentrarme, piensa en el encuadre. Mantén la calma bajo el fuego, concentra tu mente, reconoce el peligro y trabaja. Todo pasa tan rápido (...) No te dejes dominar por la situación”. Es el inicio de ‘Diarios de Kandahar’, un viaje por el infierno afgano, en el que el periodista va revelando gota a gota la atrocidad del conflicto, con imágenes dantescas de heridos, muertos, mutilados…
“Los tiros no me dan miedo, me da miedo perder las piernas”, leyó Palu en la inauguración de la exposición de sus fotografía, en Canadá en noviembre de 2011. Entonces ya sabía que lo que sus ojos veían en los informativos no era la realidad de una guerra. Sobrepasado por el espanto, el fotoperiodista se pregunta: “¿Cómo plasmas esa realidad en imágenes y palabras?”
“Cuando llegas en avión es precioso, fascinante. Cuando aterrizas parece que estás en la luna. Hay cráteres, edificios bombardeados, ruinas… Se nota la tensión”. Y unas poderosas imágenes en blanco y negro van pasando ante los ojos del espectador, al que el periodista explica con un simple mapa dibujado con un lápiz el porqué de la obsesión por el dominio de Kandahar, no solo de las tropas en conflicto, sino también de países del otro lado de las fronteras de Afganistán. Y las consecuencias de ello.
Diarios de Kandahar no es solo un recorrido por el peligro y la constante amenaza de un ataque, es mucho más. Es el doloroso viaje emocional de este hombre, la tristeza y la miseria de los civiles, la angustia y el pavor de los heridos, la espeluznante visión de los muertos y también el pánico, el espanto de los capturados. Un hombre llora durante horas, con las manos atadas a la espalda, una venda negra sobre los ojos, de rodillas de cara a una pared. Es un supuesto colaborador de los talibanes al que han ‘pillado’ con una lista de alimentos para comprar. Palu mantiene la imagen en él. El hombre cada vez más encogido. La imagen produce una tristeza infinita.
“Si tienes que alimentar a tu familia, puedes hacer cosas extremas. Al principio siempre creo que los civiles son de fiar, pero tienen mucho miedo o tienen familia entre los talibanes o… Están entre la espada y la pared”, dice a la cámara el sargento canadiense Matt Snoddon, que reconoce el sinsentido de esta guerra y lo difícil que es explicar la situación. “Aquí no hay líneas de batalla, no hay zonas amigas o enemigas. Nunca sabes si va a haber problemas o si no los va a haber. Es la parte más difícil de esta guerra. Estoy aquí desde hace un año y no he visto ningún talibán. Estamos codo con codo con el enemigo más de lo que creemos”.
La película, dedicada a los periodistas Abdul Oodus, Jawed ‘Jojo’ Ahmad, James P. Hunter y Michelle Lang, asesinados en la guerra, se cierra con imágenes en blanco y negro. Soldados comiendo uvas recogidas mientras hacían una inspección, fotografías de personas tullidas, de heridos, de metralletas acechantes, de hombres maniatados, de soldados en tensión, de mujeres completamente tapadas con la burka… y de la mano de alguien en el preciso y tristísimo momento en que cierra los ojos a un hombre herido que acaba de morir.
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