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Los ochenta se acabaron el 22 de septiembre de 1991. Esa noche, Tino Casal fallecía en un accidente de coche cerca del Puente de los Franceses, en Madrid. Tenía 41 años y con él, el timbre de los teclados dejó de vibrar y los agudos del pop español fueron enterrados entre toneladas de indie y pop comercial. José Celestino Casal, además de un compositor de éxitos, fue uno de los últimos iconos de la música española nacido en la clase obrera que alcanzó el estrellato sin que Operación Triunfo mediara en el proceso.
Sombrero de ala corta, sombra de ojos y mirada de hielo. Tino Casal, nacido en Tudela Veguín, en Asturias, cerca de una cementera y de la cuenca minera de Nalón, creció en una población de menos de 2.000 personas y coloreó los ochenta con su música importada de Londres. Lo más parecido a David Bowie que tuvo España. Durante su carrera acumuló cinco números uno y un par de singles que retumbaron en las discotecas más desinhibidas y fueron bailados por los que ya pintan canas.
Julián Ruiz, uno de los productores más importantes del pop español, trabajó mano a mano con Tino Casal, al que consideraba su mejor amigo: "Lo echo mucho de menos. Era una extraordinaria persona. Era muy gracioso, yo me moría de la risa. Mi mujer y yo nos moríamos de risa con él. Venía mucho a casa porque nos tirábamos toda la noche viendo videoclips y escuchando música. Le gustaba la noche por encima de todo", confiesa. La noche, tan ideal para Tino y su música, tanto para su versión desembarazada como para su cara más introspectiva.
En su haber quedaron cinco discos en solitario, aunque ya desde joven se agrupó en diferentes bandas en busca del sonido que le terminara de definir. Pronto se vio su carácter pionero, puesto que en Lamento de gaitas, de su etapa en Los Archiduques, se mezclaron gaitas con guitarras eléctricas, inédito hasta la fecha, 1967, prueba de que cuando le llegó el éxito en los ochenta ya tenía miles de kilómetros de carretera.
Su influencia y sus influencias
Un viaje a Londres en los setenta le abrió los ojos a las ropas de colores, a lo estrambótico, a lo rupturista. Cuando aterrizó de vuelta en la Península había nacido Tino Casal, que aún no sabía dónde tenía su hueco, tal vez porque en esa España tuvo que rasgar las costuras posfranquistas para hacerse un traje a medida, uno que luego se compraría la juventud. Ahora, las reminiscencias de Casal suenan en Love of Lesbian e Iván Ferreiro.
Igor Paskual, músico aliado de Loquillo y gran conocedor de la vida y obra de Tino Casal, considera que la influencia del compositor asturiano no es tanto en estilo: "Su influencia es de carácter conceptual. Más que algo suene a Tino Casal, consiguió hacer algo que nadie había hecho en España: ser moderno y sonar bien. A finales de los 70 y principios de los 80, los buenos estaban anclados y los modernos tenían buenas ideas pero no sabían materializarlas e incluso presumían de no tener técnica. Lo que hace Tino Casal es juntar dos mundos", asegura.
Julián Ruiz: "En una entrevista que hice a Bowie le puse una versión de Tino y dijo: es maravilloso, pero no entiendo lo que dice"
Su mirada, en cambio, estaba puesta en David Bowie. ¿Quién no le miraba en los setenta? Su idea glam y sus sonidos fueron percursores de lo que más tarde acabaría haciendo Casal, que incluso grabó versiones de Bowie: "Hicimos Life on Mars de Bowie en Neocasal [álbum de 1981], porque le gustaban mucho. Siempre fue el gran admirador. A veces me metía con Bowie solo para provocarle y me decía que no fuera injusto [Risas]. En una entrevista que hice a Bowie le puse esa versión y me dijo: Es maravilloso, pero no entiendo lo que dice [Risas]. Es verdad que el inglés de Tino no era muy bueno", sostiene con nostalgia Julián Ruiz.
Sus prendas, sus pintas, eran toda una manifestación política dentro de una España más propensa a una procesión que a una lentejuela. "Atreverse a salir como él salía, porque iba con las mismas pintas por la calle... te arriesgabas a que te llamaran de todo. Y se la jugaba a la burla, a que le dieran de hostias... fue un faro en una España complicada. Arrojó luz, color y alegría. De repente, España con él era menos gris. Su forma de vestir valía como tres manifiestos políticos", apunta Paskual.
Un ascenso tardío
Aunque en los años sesenta Tino Casal ya vivía de la música gracias a orquestas y a grupos de poco calado, su éxito no llegó hasta la Movida madrileña. En un circuito prendado por la juventud y malas afinaciones, este treintañero puso sus pianos sobre la mesa y con Etiqueta Negra y Lágrimas de cocodrilo se ganó el respeto del público, que nunca le tuvo como un artista de masas pero tampoco como segunda fila.
"Tú escuchas Eloise y se sostiene a la altura de cualquier disco británico de la época. No pasa con todos los discos de la Movida madrileña. Eso crea un ejemplo de que eso también se puede hacer aquí", apunta Igor Paskual, que reivindica su manera de innovar no solo en la grabación, también en las actuaciones en vivo: "Él estaba constantemente yendo a Londres, así que traía los mejores teclados. Quería dignificar la profesión, que no fuéramos unos cutres. Miguel Ríos y él dignificaron el directo. Subieron el nivel y se quitaron el complejo".
Julián Ruiz: "Me comía muchos presupuestos de otros discos porque no terminaba nunca la voz"
Su autoexigencia llevaba a situaciones dificiles. Casal, que también había trabajado de productor para grupos como Obús, nunca estaba satisfecho y siempre pensaba que la siguiente sería su mejor versión: "Me comía muchos presupuestos de otros discos porque no terminaba nunca la voz. La voz de Eloise tardó una semana en grabarla. Era muy perfeccionista, me terminaba aburriendo. Además, tenía un oído de tísico, magnífico, pero, claro, había que traducirle. Decía quiero pum, pim, había que entenderle [Risas]", dice su amigo y productor.
Etiqueta Negra, su salto a la fama, fue una grabación extenuante: "Duró un año y no estábamos seguros de que nos lo publicaran. Hacer esos discos a comienzos de los años 80..., estaba Camilo Sesto y todo eso. Los 40 Principales estaban a otra cosa. Embrujada ya sabía yo que iba a ser un single de radio, pero la que nos gustaba eran Los Pájaros, pero de single era pegarse un tiro en el pie", evoca sobre ese disco.
Lejos de su apariencia dramática oscura, su mística de maldito, Casal, en palabras de su productor, era una persona alegre al que la posteridad le traía sin cuidado: "Él quería vivir y voltereta. Él siempre quiso divertirse. Anda chico, no seas triste, me decía mucho. No puedes pensar en la posteridad, si no puedes saber ni lo que va a pasar dentro de cinco minutos".
Casal, como buen artista, poco a poco notó cómo la música se quedaba pequeña y empezó a esculpir y pintar, sus dos pasiones en la última etapa de su vida. Supo exprimir el concepto de arte desde todas sus aristas, y, aunque nunca fue un artista politizado, sí encontró espacios para reivindicar lo cotidiano: "Se sentía bastante orgulloso de sus orígenes, nació en una familia de clase obrera, y se sentía superasturiano. No intentaba camuflarlo. Mostraba que desde el pueblo pueden salir cosas muy brillantes", considera Paskual.
Su abrupto final, como el de una canción mal grabada, puso en perspectiva su obra. Julián Ruiz recuerda cómo se enteró de la noticia, que treinta años después sigue generando la duda de qué hubiera sido Tino Casal si un accidente no se lo hubiera llevado por delante: "Me llamaron a mi casa, cogió el teléfono mi mujer y tiró el teléfono y me dijo: Tino ha muerto. Era domingo. Perdí un amigo, quizá a mi mejor amigo. La de horas que pasábamos odiándonos y queriéndonos".
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