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Actualizado:"Gracias a El Guincho por hacer El mal querer conmigo, por hacerlo juntos, en una casa, lo hicimos (¡madre mía!), lo hicimos en un piso, os lo juro, con dos ordenadores, una tarjeta de sonido, un micro y ya. Os lo juro por Dios". Con este escueto discurso –reforzado por sendas apelaciones al santísimo– puso en valor la artista catalana Rosalía la labor de su partenaire El Guincho cuando subió a recibir el Grammy Latino al mejor álbum del año por El Mal Querer.
La gran vencedora de la velada –se llevó también el galardón a la mejor canción urbana y el de mejor álbum vocal pop contemporáneo– quiso evidenciar el origen humilde de un disco que se ha convertido en global. Dicho esto, y sin pretender menoscabar la indudable valía del álbum, cabe preguntarse si la Rosalía se tiró el pisto, si realmente con un equipamiento tan exiguo como el que apuntaba, se puede producir una obra de estas características.
“Rosalía probó una vez más que encarna el matrimonio perfecto entre el pasado y el presente, mezclando orgánicamente los sonidos tradicionales del flamenco y sonidos clásicos del pop, el reguetón y el trap”, esgrimieron elogiosos desde la NBC. Ahora bien, ¿se puede hacer eso?, ¿se puede “mezclar orgánicamente” todo esa cantidad de estilos por medio de un set up tan modesto?, ¿podría desde un estudio casero producirse un trabajo de esa complejidad estilística?
“Sí, ya ves si se puede”, contesta con certeza Magí Valls, productor e integrante de Penélope, una banda barcelonesa que con medios similares a los citados por la diva ya ha parido un par de singles con los que han conseguido acaparar la atención de Universal, la compañía discográfica más importante del mundo. “El adelanto nos lo hemos gastado en mejorar nuestro equipo, comprar guitarras y una mesa de mezclas más decente”, añade. Valls y su grupo lo graban todo en casa, salvo ocasionalmente alguna batería pero no por razones técnicas: “Ponte a darle a la batería en un piso de Barcelona y verás… Lo que hago es subirme a casa de un amigo que vive en l’Empordà y allí grabar lo que tenga que grabar”.
El proceso, explica Valls, es sencillo y el resultado óptimo. No necesitan de grandes despliegues tecnológicos, tampoco de una inversión fuera de lo normal. Algún que otro artilugio comprado a precio de ganga, paciencia y, sobre todo, algo que no tiene precio: el talento. “Tengo una tarjeta de sonido de gama baja, un sintetizador MiniNova que me pillé por Wallapop y poco más… Lo que hacemos es samplear temas para crear nuestras cajas de ritmos”. Un proceso dinámico que, en palabras de Valls, está al alcance de todo el mundo: “Yo utilizo el Logic Pro [software para edición de audio en pistas de audio y MIDI] y es que lo puedes hacer todo ahí, lo más complicado, al menos para mí, es el mastering [producto final de una grabación sonora] que por lo general se lo envías a un tío para que lo haga pero que en mi caso también lo hago yo”.
"Hay toda una generación que está haciendo suyas estas herramientas digitales"
Sobra decir que las grabaciones ya no son lo que eran. Si bien es cierto que desde los 90 se ha producido un progresivo abaratamiento del aparataje técnico necesario para una grabación en condiciones, lo cierto es que en los últimos años su implementación a nivel casero está dando muchos –y en ocasiones muy buenos– resultados. “Creo que estamos viendo ahora el resultado de años y años de escuchar esa cantinela que nos auguraba un futuro próximo en el que podríamos grabar la música que quisiéramos desde nuestras casas; hay toda una generación –y no me refiero sólo al trap– que está haciendo suyas estas herramientas digitales, aunque sea para tomar apuntes, probar cien veces a desmontar y volver a construir la idea que tienes, algo que en un estudio te llevaría mucho más tiempo”, explica Daniel Cantó, corresponsable del sello Snap! Clap! Club.
Por ahí van los tiros quizá. El encorsetamiento –sin olvidar el coste– que supone un estudio de grabación puede mermar ese primer impulso creativo. La posibilidad de levantarse de la cama y tener al alcance de la mano una herramienta que te permita expresar (y registrar) con un acabado más que satisfactorio lo que te ronda por la cabeza no tiene precio, y para lo demás… un estudio de grabación. “Piensa que un micrófono de los que se utilizan para grabar un podcast te puede servir para grabar una voz… Con esto no estoy diciendo que este tipo de estudios low cost vayan a desbancar a los tradicionales, es obvio que cuanto más tengas a tu alcance tu paleta de posibilidades se amplía y si das con un buen productor, seguramente será capaz de ofrecerte una gama de colores que desconocías”, remata Cantó.
Menos (en ocasiones) es más
Pero volviendo al reverenciado El Mal Querer y a su supuesto origen proletario, lo cierto es que no es la primera vez (ni será la última) que sucede algo así. Tal y como explica el avezado productor y mezclador Enrique Borrajeros, “esto, de algún modo, ya lo hicieron Eurythmics a principios de los 80”. De hecho, si por algo se caracterizó el synth pop fue por la implementación casera de todo tipo de artilugios en una suerte do it yourself electrónico.
"Lo que importa, quizá ahora más que nunca, no es tanto la herramienta, sino el talento"
“Dave Stewart produjo el disco [Sweet Dreams (Are Made Of This)] en un pequeño estudio, incluso se ha sabido que para grabar muchas de las voces de Annie Lennox se utilizó un micrófono Shure SM57, que es un micrófono clásico bastante normalito que puede rondar los 100 euros”, apunta Borrajeros. Y de aquellos polvos, estos lodos; la hipertecnologización de nuestra sociedad permite ya producciones que en un pasado no tan lejano podrían parecer ciencia ficción. "Hoy día hay gente que ya ha ganado algún que otro Grammy mezclando sus canciones en un avión".
Dicho de otro modo; aquella barrila consistente en decir que si no pasas por un megaestudio atiborrado a millones tu producto no estará a la altura, ha dejado de tener sentido. "Lo que importa, quizá ahora más que nunca, no es tanto la herramienta, sino el talento, cuando hay talento da igual que grabes en un estudio supertocho que en tu casa". En efecto, en tiempos en los que la tecnología está a la orden del día, esta deja de ser un elemento diferenciador y pasa convertirse en un catalizador más del talento; y el talento, pese a la profusión de aspirantes, sigue siendo un bien escaso.
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