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Buckingham Palace abre de nuevo este domingo sus puertas para dejar entrar una vez más, y ya van tres temporadas, a los fieles seguidores de The Crown, una de las series de mayor prestigio del catálogo propio de Netflix que renueva a su reparto principal para afrontar la edad madura de la Reina de Inglaterra. Cambian las caras, pero no el resultado.
La ficción creada por Peter Morgan ha dicho adiós a Claire Foy, Matt Smith y Vanessa Kirby como Isabel II, el Príncipe Philip y la Princesa Margaret para darle la bienvenida a quienes recogen su testigo ante la cámara: Olivia Colman, Tobias Menzies y Helena Bonham Carter. Vistos los cuatro primeros episodios, el mensaje para los seguidores de The Crown no puede ser otro que el de tranquilidad. Todo bien.
¿Echarán de menos a Foy y al resto? Puede ser. A veces cuesta acostumbrarse a los cambios y Foy fue toda un revelación. Pero no será porque los miembros de la realeza entrante no hayan hecho un trabajo impecable y lleno de matices. Colman, Menzies y Bonham Carter sobresalen, cada uno a su manera. A ellos hay que sumar, como incorporación destacada, la de Jason Watkins en el papel de Harold Wilson. Entre todos mantienen la corona bien alta.
La protagonista absoluta es ella, Su Majestad la Reina de Inglaterra, figura omnipresente e historia viva de un país en el que la monarquía es una institución muy distinta a la de aquí. Y, como en la vida real, el personaje de Colman es el que maneja los tiempos y siempre tiene algo que decir. A veces por iniciativa propia y a veces porque le preguntan. Pero más allá de eso, de lo evidente, lo cierto es que, al menos en los cuatro primeros, en ocasiones le toca ceder metraje y no siempre es quien centra la trama de cada guion capitular. Lo es en el primero, el que sirve de transición entre Foy y Colman con una secuencia nada más comenzar magnífica con su imagen estampada en unos sellos como excusa para el cambio.
De un solo plumazo y con un artificio lleno de ingenio dan el salto de una a otra sin que se resienta la coherencia y la cronología. "Una gran cantidad de cambios. Pero ahí estamos. La edad rara vez es amable con alguien. Nada se puede hacer al respecto. Uno solo tiene que seguir adelante", se dice. Así que eso, a seguir adelante. Hay que despedir a Winston Churchill (John Lithgow) y dar la bienvenida a Harold Wilson (Jason Watkins), un nuevo inquilino para el 10 de Downing Street que ocupó la residencia destinada al Primer Ministro entre 1964 y 1970 y volvió a ella de 1974 a 1976. De sus encuentros y sus conversaciones con la Reina provienen algunos de los mejores momentos de esta tercera temporada. De ese tira y afloja dialéctico que mantienen ambos y de cómo Wilson consigue, pese a todo, arrancarle una confesión tremendamente personal a una mujer como ella, que parece estar por encima de todo y todos.
The Crown, una de las series de mayor prestigio del catálogo propio de Netflix renueva a su reparto principal para afrontar la edad madura de la Reina de Inglaterra
Corren malos tiempos para los Windsor en esta temporada y cada capítulo supone un reto que afrontar, un fuego que apagar. Ya sea este familiar, político, económico o una crisis de imagen pública. Mención especial merecen el segundo episodio, Margaretology, y el tercero, Aberfan. Uno de ellos, el que lleva su nombre, dedicado casi exclusivamente a la princesa Margaret y a la complicada relación con su hermana, que pese a ostentar la corona no deja de decir con cierta pesadumbre que la que fuera su compañera de juegos en otra época tiene una libertad de la que ella no goza. Una envidia que es de ida y vuelta, ya que Margaret, la díscola y decidida Margaret que es capaz de ponerse a bailar en una cena en la Casa Blanca y contar chistes de dudoso justo sobre JFK, siempre ha vivido a la sombra de Isabel y ansiado una corona que nunca fue una opción por ser la segunda. Su capítulo es tan divertido como revelador.
El otro, Aberfan, rompe con ese tono de lujo que envuelve casi todo en The Crown y se centra en una de las tragedias más graves de la historia reciente del Reino Unido contándola con mucha sensibilidad y no sin cierta crítica al inmovilismo de la corona y a la tardía reacción de la Reina. En un arranque trepidante y cargando de tensión que bien podría pertenecer a una serie muy distinta, se recuerda lo que ocurrió en aquel pueblo galés en el que una mina se vino abajo en 1966 provocando la muerte de 144 personas, de las cuales 116 fueron niños. Este es uno de los episodios que mejores críticas ha recibido entre los periodistas británicos de una temporada que abarca el periodo que va de 1964 a 1977.
En el cuarto se abordan, como ya se había hecho antes, las ganas de más protagonismo del Príncipe de Edimburgo y su deseo de sanear la imagen de una familia real que es vista por muchos británicos como innecesaria, ostentosa y pasada de moda. Su idea de un documental no surte el efecto esperado y la entrada en Buckingham de su madre, la princesa Alicia (Jane Lapotaire), con su hábito de monja y sus 82 años, se convierte en un regalo para lucimiento de Menzies, que con cada gesto capta al personaje, su frustración, su dolor y su esfuerzo por intentar asomar la cabeza.
Esta tercera temporada aborda más adelante otros asuntos como la Guerra Fría
Más allá del trabajo que necesariamente hay que aplaudir tanto de Colman como de Menzies y Bonham Carter, esta tercera temporada aborda más adelante otros asuntos como la Guerra Fría, los problemas económicos del país, la era espacial y la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos y su relación con la prensa mientras los jóvenes de la familia real buscan la manera de escapar del encorsetado protocolo con el que no se encuentran a gusto. En la segunda mitad hacen acto de presencia el príncipe Charles (Josh O’Connor), de viaje a Gales para aprender el idioma de la región que lleva en su título, y los comienzos de su relación con Camilla (Emerald Fennell), que no contaba con el apoyo de palacio.
Para la llegada de Emma Corrin y Gillian Anderson, de las que ya se han visto algunas imágenes caracterizadas como Diana y Margaret Thatcher, habrá que esperar aún a la cuarta temporada. Primero hay que disfrutar esta, su siempre presente riqueza en detalles, su manera de ostentar ese abultado presupuesto que le permite darse caprichos que otras series ni sueñan, el talento de su reparto y, especialmente, los duelos dialécticos y gestuales entre los principales protagonistas.
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