Este artículo se publicó hace 2 años.
'The Control Room': un thriller de acción, verdades a medias y una deuda emocional
Esta miniserie británica de tres episodios está ambientada en el servicio de emergencias de ambulancias de Glasgow.
María José Arias
Madrid-
Filmin amplía su catálogo de series británicas este martes con el vertiginoso thriller en tres partes The Control Room, estrenado en julio en la BBC.
Protagonizada por un impecable y sensacional Iain De Caestecker, esta miniserie ambientada en una sala de emergencias escocesa, en las calles de Glasgow y en sus bucólicos alrededores atrapa desde el primer momento y mantiene la tensión gracias a un personaje principal con que es imposible no empatizar, unos giros de guion bien sostenidos y un ritmo que no decae bajo la dirección de Amy Neil.
Nick Leather, guionista de The Control Room, ha contado que la necesidad de escribir esta historia le surgió después de ir a despertar a su hija una mañana y que esta no reaccionase.
"Estaba muy débil. Llamé enseguida a emergencias, desesperado, y me di cuenta de cómo la persona que está al otro lado de la línea puede cambiarte la vida. Por unos minutos, se crea una relación muy intensa". Esta experiencia personal le sirvió de inspiración para el arranque de una serie que empieza muy arriba en intensidad y que no solo no decae, sino que crece sin perder de vista lo que realmente importa: su protagonista, su humanidad y su viaje personal.
A Gabe el guion lo presenta en su puesto de trabajo, con sus auriculares, su uniforme verde del Strathclyde Ambulance Service y su voz tranquila, que inspira confianza, para guiar a un hombre en plena crisis de nervios porque su mujer se ha puesto de parto camino del hospital y va a dar a luz en el coche.
Un momento tenso y emocionante del que Gabe sale como héroe hasta el punto de que la pareja decide llamar al recién nacido como él. Ese instante de felicidad, que es el punto de partida para él en esta historia, será el último que viva en toda la serie.
Con la satisfacción del deber cumplido y el final satisfactorio para todos de la anterior emergencia, Gabe contesta a la siguiente, en la que una mujer confiesa un asesinato y, tras haberlo hecho, dice reconocer la voz de su interlocutor, al que llama Gabo.
Solo dos personas le han llamado así en su vida, durante su infancia, y ambas han sido igualmente importantes para él. Justo al oír ese apodo infantil su vida da un vuelco convirtiéndose en una carrera de obstáculos sin freno, un viaje al pasado para cerrar heridas y una sucesión de decisiones terribles que convierten a un tipo normal y corriente en el protagonista de un thriller rápido lleno de misterio y suspense.
El peso de la deuda emocional
Todo sucede en solo unos días. Gabe está acostumbrado a las situaciones difíciles, a lidiar con la tensión y los nervios para ayudar. Sin embargo, la que ahora está en juego no es la vida de un desconocido, sino la suya propia y la de alguien muy cercano.
Eso propicia un juego del nada es lo que parece en el que la pieza central es una promesa hecha hace veinte años que aún pesa y de la que una o varias personas quieren aprovecharse. Algo que provoca que quede atrapado en un laberinto sin salida en el que todo el mundo se aprovecha de él y le trata como si fuese un crío. Una persecución que incluye a la Policía, que no termina de creerse su versión de que no recuerda quién puede ser la mujer que le llamo Gabo.
Aunque en una capa más superficial The Control Room se presente como un thriller de acción, en realidad es mucho más. A lo largo de sus tres episodios Leather construye una historia profunda sobre el peso de la deuda emocional que carga alguien que de niño encontró refugio en un primer amor que le ha marcado y condicionado durante toda su vida.
Gabe responde al arquetipo del buen tipo al que su sentido del honor, del deber y de la amistad le empuja a meterse en líos solo por sacar a otros del agujero. En este caso a esa misteriosa mujer, llamada Sam, que regresa a su vida muchos años después de un suceso que dejó huella en ellos y en quienes les rodeaban entonces.
Por qué Gabe le debe o le cree deber tanto a Sam es algo que va desvelando la serie poco a poco usando el flashback como recurso a medida que avanza la trama central para introducir recuerdos de su protagonista. Muchas veces en escenas montadas en paralelo con lo que está sucediendo en la actualidad, como si la historia se repitiese. De este modo se construye el puzle de su infancia y su conexión con el atolladero en el que se encuentra.
Una forma efectiva de entender a alguien al que todo le sale mal y que se pasa tres capítulos corriendo y lidiando con un nivel de ansiedad y estrés que a cualquier otro le habría tumbado en la primera escena. Que su trabajo consista en mantener la calma y contener los nervios ayuda al personaje, pero lo que realmente le da credibilidad es la actuación de Iain De Caestecker.
Este actor escocés conocido por su papel en Agents of S.H.I.E.L.D. despliega una capacidad asombrosa para retratar a un tipo corriente al borde del colapso en todo momento y que, pese a su angustia, consigue tirar para delante. Aunque a veces parezca que no puede más.
La mayor parte del peso de The Control Room recae sobre sus hombros, aunque a su alrededor cuenta con un reparto que le ayuda a construir a Gabe y a sostener una trama plagada de giros y cambios de rumbo que la hacen aún más adictiva. Joanna Vanderham es esa misteriosa mujer llamada Sam que desencadena la acción. Dentro de la sala de control, Taj Atwal interpreta a su jefa, Leigh, y Daniel Portman, Podrick en Juego de tronos, es su compañero y amigo Anthony.
Fuera del trabajo, Stuart Bowman da vida a su padre, Ian, con el que mantiene una relación algo distante por la incapacidad de ambos a la hora de expresar sus sentimientos. La elección de Harvey Calderwood y Farrah Thomas como las versiones infantiles de Gabe y Sam funciona no solo porque se parezcan a sus versiones adultas, sino porque logran transmitir las mismas sensaciones y sentimientos.
Lo único que cabría pedirle a The Control Room sería, quizá, haberse dado un poco más de tiempo para ahondar en algunos personajes. Que solo sean tres episodios de una hora de duración complica en cierta manera conocer y entender en profundidad a todos ellos. Aún así, no es algo que incline la balanza en su contra. Porque lo importante, lo que se quiere contar, está bien narrado, funciona, engancha y disfruta de una resolución a la altura.
Como valor extra añadido, esta miniserie rodada en Glasgow ha sabido sacar partido a las posibilidades de una ciudad capaz de ofrecer en una misma calle edificios centenarios y otros modernos donde el cristal impera, los murales son parte de su atractivo y las calles empinadas aparecen por sorpresa.
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