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Sergio C. Fanjul La soledad del 'freelance'

El poeta y periodista publica un nuevo poemario en el que aborda con humor y profundidad las miserias del autónomo en una sociedad hipertecnificada

Sergio C. Fanjul, poeta 'freelance' para servirle- JAIRO VARGAS

Confiesa el periodista Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) que lo ha buscado en internet y lo suyo se llama cronofobia. Desde el bachillerato que anda rayado con la finitud; cada fase de su vida se la pasó añorando la anterior, despedidas infinitesimales que le atribulan y quizá por eso —esto es sólo una conjetura— se dedica a empalabrar como quien le pide las vueltas al vacío, tratando de dejar una huella, un surco, un algo.

El periodista, que también es poeta y también astrofísico —tremendo combo, por cierto— anda presentando Pertinaz freelance, poemario que edita Visor y aborda lo cotidiano con humor y profundidad, hipersensible a la Red y sus servidumbres, testigo de facto de lo que implica llevar al hombre nuevo en el corazón, ese que se alquila por unas migajas de orgullo: el autónomo.

Pero al lío; la cronofobia de Fanjul. Ocurre que se le ha ido un poco de las manos y ya ve enemigos por todos lados. “El miedo al paso del tiempo está muy presente en estos poemas, el adiós a la juventud… Ahora los jóvenes son los otros y son, por lo general, gente más preparada y saben más de todo, de modo que en estas rimas también hablo de cómo exterminarlos en el caso de hubiera o hubiese la posibilidad”, comenta con sorna.

tan jóvenes
que sus pequeños cerebros
de queso fresco de Burgos,
serían incapaces de absorber
las disputas bizantinas
que se imparten en las aulas

Añadan a la cronopatología antes mencionada, otra mucho más extendida y no por ello menos nociva, la precarización laboral; afección con derivadas diversas entre las que sobresale la figura del freelance, o lo que es lo mismo, ese esbirro del turbocapitalismo que habita y produce desde cubículos insalubres a base de wifi, mejunjes carbonatados y farmacología diversa —por lo general autorrecetada.

Fanjul, que junto a la rima cultiva el periodismo, sabe un rato de esto: “Con el tiempo se convierte en un auténtico calvario. Hay gente a la que lo que le afecta es la soledad o la inestabilidad económica, pero a mí lo que más me afecta es el tener que luchar contra uno mismo para procrastinar. Soy muy vago y empecé a meterme en un bucle de ansiedad en el que me decía tengo que trabajar pero no lo hacía, y esto me llevó a cogerle asco a mi casa hasta el punto de que no quería volver, así que me apunté a un coworking”.

El día presenta su trailer mañanero:
llegar al puesto de trabajo a escasos cinco metros
de la cama (es decir, sobre la mesa escandinava
que ocupa un flanco privilegiado del comedor). Trabajar,
trabajar,
trabajar solo. una rodaja aleatoria de chorizo. petar el videojuego

Aderecen el asunto con una cierta dosis de hipocondría cardiovascular. “Mi padre murió de un ataque al corazón a una edad temprana y cada vez me preocupo más por mi corazón. Cuando noto la más mínima taquicardia corro a hacerme pruebas y así fue como terminé haciéndome una ecografía cardíaca. Y la verdad es que agobia un poco la idea de que el corazón y los pulmones estén funcionando constantemente todo el tiempo de tu vida treinta veces por minuto o las que sean latiendo sin parar. Además, en esta ecografía descubres que tu corazón dista mucho de la imagen que tienes en la cabeza, sino que es más como los cojones de un toro que se hinchan y deshinchan”. ¿Querían metáforas?, pues tomen dos tazas…

No sé si me gustó ver a mi corazón atareado
y pensarlo siempre así, entre sístole
y diástole, explotado minero,
trastorno obsesivo compulsivo,
mientras yo, extramuros,
vivo la menos creíble de las existencias
y maltrato mi cuerpo con diversos
ungüentos

Súmenle ahora una súbita tecnofobia y ya casi lo tienen. “Yo era muy tecnoptimista, típica persona activa en Facebook y en general en todas la redes sociales, pero de un tiempo a esta parte me empieza a resultar pesadillesco, me parece todo un dislate, no sólo la adicción, sino el hecho de que las personas que me rodean estén mirando el móvil a cada rato, que cueste entablar una conversación fluida, o que cada referencia que salga a colación haya que comprobarla en el móvil”. Una distopía tecnológica que abre y casi cierra este poemario, evidenciando —en cierto modo— que estamos rodeados, que cualquier intento de evasión está condenado al fracaso, y que de la Red, nos guste más o menos, no escapa nadie.

la vida es aquello que ocurre mientras la web se carga
los seres queridos son avatares pixelados
los estados de ánimo eufóricas flamencas
y la muerte no es más que un pantallazo azul;
la carne, la sangre y el hueso nos dan asco
porque preferimos parecernos a un androide
que a un cocido madrileño

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