Este artículo se publicó hace 8 años.
Señoritos y criados
La lucha de clases ha inspirado algunas inolvidables películas, a las que ahora se unen dos hermosas historias —‘Verano en Brooklyn’ y ‘Cuanto tienes 17 años’— , amistad entre adolescentes condicionada por la diferencia social de sus protagonistas
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MADRID.- Hace casi un siglo, cuando el año 2000 era el futuro lejano, el grandísimo Fritz Lang rodó Metrópolis. Sobrecogedora, monumental. El cineasta mostraba un mundo de ricos y pobres separados dramáticamente: unos, arriba, rodeados de lujos, y los otros, abajo, recluidos en el subsuelo. Desde entonces siempre ha habido en el cine historias que reflejan el conflicto de clases. Esta misma semana llegan dos hermosas películas –Verano en Brooklyn’ de Ira Sachs, y Cuando tienes 17 años, reaparición por todo lo alto de André Téchiné-, relatos sobre la amistad entre adolescentes condicionada por el diferente estatus de los protagonistas.
“Como director y guionista no puedo dejar de considerar lo económico cuando pienso en los personajes y en cómo la clase social influye en los que somos momento a momento en la vida”, dice el cineasta americano Ira Sachs, que ahora, padre de gemelos junto a su compañero sentimental, se ha apartado del tema de la homosexualidad, recurrente en sus recientes filmes, para hablar de la paternidad y de cómo las diferentes clases sociales de los padres pueden afectar a las relaciones personales de sus hijos.
“Los niños de cualquier clase social juegan felices en cualquier arenal, mientras que los adultos somos incapaces de eso. Cuando era pequeño participaba en un teatro en Memphis donde había niños de todos los barrios, los pobres y los ricos. Era una especie de posibilidad utópica. Jamás he visto nada igual como adulto”, añade Sachs, para explicar la forma en que evoluciona la amistad, en un edificio de Brooklyn, entre Jake Jardine y Tony Calvelli, interpretados por dos brillantes actores jóvenes, Theo Taplitz y Michael Barbieri. Una aparentemente pequeña gran película.
Por su parte, el veterano André Téchiné, del que no teníamos noticias en España desde hace tiempo, reaparece a lo grande con Cuando tienes 17 años, una historia de amistad y amor entre dos chicos, Damien y Tom, que han crecido y formado su carácter en muy diferentes ambientes y clases sociales. Hijo de una doctora y un soldado, el primero representa la burguesía en ese pueblo del sudoeste francés, mientras que el segundo es un chaval adoptado, que vive con sus padres, trabajadores del campo, en las montañas.
Como la vida, los personajes de Téchiné –un gran director de actores-, fluyen en varias direcciones. De la violencia y el enfrentamiento inicial, estos adolescentes llegan a la verdadera amistad y al amor gracias, fundamentalmente, a la madre de Damien, dispuesta a ayudar a ese ‘chico pobre’ que necesita una hora y media cada día para llegar al colegio y, mientras su madre reposa un inesperado embarazo, le invita a vivir en su casa.
Ricos y pobres se enamoran, se hacen amigos, se pelean, se enfrentan en históricas rivalidades de clase… en la vida real y también en la ficción. De hecho, este conflicto ha sido inspiración de algunas de las obras maestras del cine desde que este nació. Además de la mencionada Metrópolis, son muchos los títulos a añadir a la lista. Chaplin siempre tenía algún ‘rico’ en la trastera de sus historias de ‘pobres’, cuando no era el eje principal de sus películas. En la memorable El chico (1924) el cineasta mostraba las dos vidas reales que podría vivir un niño a través de la historia de ese bebé dejado en el coche de una familia de dinero, robado y después adoptado por un vagabundo. Inolvidable Charlot.
Harold Lloyd, con su imprescindible El hombre mosca (1923), presentaba a un joven entusiasta que emigra a la ciudad para buscar un futuro mejor. Desde allí envía cartas a su novia donde le miente y le cuenta lo bien que le van las cosas y cómo prospera económicamente. La película refleja perfectamente cómo afecta a nuestras vidas la clase social en la que nacemos.
Los maestros del cine español también han construido algunas de sus mejores películas sobre este asunto. Berlanga lo hizo magníficamente en Plácido (1961), una comedia que denunciaba muy frontalmente la distancia abismal entre pobres y ricos, con un espléndido trabajo de Cassen. Buñuel nadaba muy a gusto en ese territorio, no hay más que recordar a los patéticos burgueses enjaulados de El ángel exterminador (1962) o al pantagruélico festín de los trece vagabundos de Viridiana (1961). Juan Antonio Bardem hacía una crítica atroz a la burguesía de la España franquista y de paso revelaba esas diferencias de clase en Muerte de un ciclista (1955), calificada “gravemente peligrosa” por la censura. Y, por supuesto, ahí están Paco, Régula y Azarías, pobres campesinos trabajadores del ‘señorito’ Iván en la memorable Los santos inocentes (1984), de Mario Camus.
En Europa, los italianos han ahondado en las diferencias de clases con títulos indispensables, como Milagro en Milán (1951), donde Vittorio de Sica se servía del huérfano Totó para contar la historia, o Novecento (1976), en la que Bertolucci recorría la primera mitad del siglo XX con los personajes de Olmo Dalcò y Alfredo Berlinghieri —Gérard Deperdieu y Robert DeNiro—, nacidos ambos el 27 de enero de 1901 en la hacienda del padre del segundo, donde trabajan como jornaleros los progenitores del primero. En Francia, imposible olvidar en esta lista al inmenso Jean Renoir y su soberbia La regla del juego (1939), donde reflejaba el mundo de criados y señores de ese final de los años treinta.
Latinoamérica en su cine más reciente ha retratado también la lucha de clases. Lo ha hecho en fantásticos filmes como La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, en la que se anuncia la tormenta en la vida de dos familias, una de clase media y otra del campo y en declive económico; Una segunda madre (2015), premiadísimo trabajo de Anna Muylaert protagonizado por una asistenta en casa de un matrimonio adinerado, o Paulina (2015), de Santiago Mitre, en la que una mujer de buena familia es violada por unos chicos pobres.
Por supuesto, no faltan títulos sobre el tema en EE.UU., cuyo cine ha mostrado las diferencias de clase a lo largo de más de un siglo, aunque no siempre con el mismo fin. Ese enfrentamiento se ha retratado en prácticamente todos los géneros, desde la animación, con la perversa La dama y el vagabundo (1955), producto clásico de Disney; pasando por la aventura con los diferentes Robin Hood o El Zorro, y el cine negro, con grandes como El sueño eterno (1946), en la que Howard Hawks (siguiendo a Chandler) jugaba con su millonario general y el empobrecido detective Philip Marlowe para introducir las clases en el relato; hasta llegar a producciones clásicas como ‘Gigante’ (George Stevens, 1955), donde James Dean y Rock Hudson se metían en la piel de un trabajador y de un propietario de una enorme hacienda, respectivamente.
Conflicto universal, también en Asia hay obras maestras del cine que lo reflejan. Por supuesto, uno de ellos es la India de las castas, en la que se rodó la famosa y tristísima Trilogía de Apu: La canción del camino (1955), Aparajito (1956) y Apu Sansar (1959), del cineasta Satyajit Ray, sobre las novelas del bengalí Bibhutibhushan Bandopadhyay.
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