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Actualizado:El próximo viernes Netflix estrenará la primera temporada de Santo, una serie producida por Nostromo Pictures a caballo entre España y Brasil con un reparto
internacional en el que destacan por el lado nacional Raúl Arévalo y Greta Fernández. Junto a Bruno Gagliasso dan vida a un trío de policías obsesionados con dar caza a un narco al que nadie ha visto nunca el rostro, que opera sin fronteras y que es tan escurridizo como sanguinario en su puesta en escena. Carlos López firma el guion de una serie dirigida por Vicente Amorim que, en los seis episodios vistos antes del estreno, deja claro que no tiene intención de esconder (casi) nada cuando de violencia en pantalla se trata.
Santo no escatima en detalles sangrientos y brutales y se recrea en las escenas de violencia hasta resultar, en ocasiones, desagradable e incómoda. Eso no quiere decir que sea un recurso gratuito. La violencia forma parte del mundo que retrata y de la historia que cuenta. El único apartado donde oculta algo a ojos del espectador implica a menores. Su presencia es crucial en la parte más oscura de la serie. "Niños, ¿por qué?", pregunta uno de los personajes en el tráiler. Porque "no hay cosa peor", le responde su interlocutor. Que alguien esté dispuesto a atacar a niños como hace el peor de los criminales de esta serie –hay más de uno– genera sensación de inseguridad y terror tanto a un lado como al otro de la pantalla.
Al personaje al que se intenta detener, que es el fin último que persiguen los protagonistas policiales, se le presenta como un narco que es mucho más que eso. Se dice de él que también es un padre, un líder, casi un dios... a ojos de sus seguidores. Tiene ese aire de intocable gracias a que nadie conoce su verdadera identidad que le protege y le otorga cierto estatus de estar por encima de todos. Un enemigo invisible y escurridizo que ha creado en torno a su figura no solo una cártel internacional, sino todo un culto.
Quienes lo rodean harían lo que fuera por él, sea por miedo, devoción o ambas. La serie está plagada de escenas que recurren a los efectos de tiempo, sonido e imagen para plasmar el estado de confusión y sometimiento en el que sus seguidores y subordinados se encuentran llevándoles, en ocasiones, a cometer actos atroces. Los saltos temporales y el montaje, junto con la música, ayudan
a construir esa atmósfera por momentos agónica y asfixiante.
Lo que transmite Santo, de la que poco se puede contar debido al embargo previo al estreno de la temporada, tiene que ver con un sentimiento de desesperanza generalizada, como si no hubiese salida posible al pozo en el que está cada uno. Algo a lo que contribuye que sus tramas se ambienten en un mundo real y actual que puede ser hasta reconocible por momentos. La oscuridad, la maldad, el crimen y el fanatismo están a la orden del día. Santo lo que hace es engordar el germen de lo que podrían ser noticias de sucesos truculentos para potenciar el drama, la acción y el impacto.
En cuanto al planteamiento, el guion arriesga hasta cierto punto presentando a dos agentes que están de fango hasta arriba sin mucha más explicación. El porqué de Millán y Cardona no se conoce hasta avanzados los episodios. Es en ese momento, al tomarse tiempo para dar a conocer cómo han llegado a ese punto de no retorno y lo que motiva su comportamiento, cuando realmente se les conoce. Al dar acceso a una panorámica más amplia de ellos dos y de quienes les acompañan en su carrera, Susi y Bárbara, la serie crece y ofrece aún más posibilidades de lucimiento para sus actores.
Que Raúl Arévalo y Greta Fernández estén a un nivel sobresaliente es algo que no debería sorprender al público español que, por el contrario, puede que descubra con Santo a Gagliasso y Victoria Guerra. Los cuatro logran componer a unos personajes rotos por dentro, veneno para quienes les rodean y que viven atados a un pasado que les ha condicionado. También son quienes deben sostener el misterio y postergar la respuesta a la gran pregunta: ¿Quién es Santo? Las pistas son pocas, pero están ahí. Quizá solo hay que saber leerlas y recoger las migas de pan para acertar en la quiniela. Hecho el descubrimiento, todo se vuelve más interesante y oscuro aún.
Entre los alicientes de Santo, más allá de la solvencia de su reparto y la caza al delincuente sanguinario que propone, destacan sus escenas de acción. Todo para construir un ambiente sórdido que atrapa en su viaje por saber quién es ese enemigo al que persiguen, cómo llegó a convertirse en él y qué final
tendrán tanto Santo como sus destrozados perseguidores. Son policías, pero la ley parece haber sido dictada para saltársela.
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