Robe Iniesta ama y a los extremoduros se les ensancha el alma
El extremeño se reivindica como una de las grandes estrellas del rock español en el Icónica Santalucía Sevilla Fest, que acogió la gira 'Ni santos ni inocentes'.
Sevilla--Actualizado a
"Joder, qué tío más curioso, qué a la contra de todo lo que está pasando", se dijo Ariel Rot en los albores de Los Rodríguez, nada más conocer a un roquero desatramañado que había sido declarado persona non grata en su tierra. "Entre los músicos españoles falta personalidad y locura. Lo que se extraña es gente más loca, más poeta, más artista. Y eso es algo que Robe ha demostrado poseer a lo largo de toda su carrera. Como cantante, como compositor y como ideólogo. Me gustan su poesía, su mundo y su manera de decir las cosas".
Roberto Iniesta Ojea, placentino del 62, los mismos años que ha cumplido durante la gira Ni santos ni inocentes, que atiborra recintos como la Plaza de España de Sevilla, donde este viernes ha recuperado algunos temas de Extremoduro que calaron en el guitarrista argentino y ha defendido su repertorio en solitario, menos bronco que el cancionero agreste de una de las bandas más añoradas del rock español, cuyo regreso y despedida fueron aplazados por la pandemia y luego por el desencuentro con su escudero, Iñaki Uoho Antón.
Amores truncados que también se han visto reflejados en sus composiciones, primero con Extremoduro y ahora con una solvente banda que acopla un violín entre bajos y guitarras, aunque las formas han cambiado y aquellos zurriagazos de sexo arrastrado fueron pulidos progresivamente, atenuando la sordidez y la escatología para brindarnos unos versos que rezuman pasión y ternura y muestran a un hombre vulnerable, alejado del ruido —y del fragor del mundo— y que observa la existencia con la sabiduría de quien estuvo allí y sobrevivió para contarlo.
"Es vital, para disfrutar de la vida, aprender a reconocer el valor de las cosas inútiles, como por ejemplo: la poesía, subir a una montaña, afilar un palo con una navaja, el voto inútil, echar pan a los gorriones o hacer canciones para la paz", confesaba en sus tiempos de Extremoduro, como recoge la biografía autorizada De profundis, de Javier Menéndez Flores. Quizás siga pensando lo mismo, pero hablar con el icono antes de su concierto en el Icónica Santalucía Fest resulta imposible, porque apenas concede a la prensa un par de respuestas de cuando en vez.
Hace años, antes de la extinción de Extremoduro, Robe Iniesta dejaba claro que no le divertía dar entrevistas porque ya sabía lo que iba a decir. Cuando tantas personas están encantadas de conocerse y de escucharse a sí mismas, aquel razonamiento evidente, que no perogrullada, decía mucho de sí mismo: ya se expresa cantando y poco importan sus opiniones. O sea, Robe son sus canciones, aunque a veces le lleve tiempo entender sus propias letras, convertidas ya en himnos nada panfletarios, pues su contestación no es explícita, por lo que el oyente debe rastrear en las estrofas sus versos rabiosos y combativos, pero también sentimentales, costumbristas y, en su día, drogotas.
Abre su bolo en el Icónica Fest con Destrozares, perteneciente a su segundo disco, y continúa con Adiós, cielo azul, llegó la tormenta, incluida en su último álbum, un sobresaliente Se nos lleva el aire, que interpretará casi al completo. Luego regresa a los inicios del bello Lo que aletea en nuestras cabezas, su debut en solitario, con el deje flamenxtremo de Contra todo, poesía montuna y encabritada, abrupta y feroz. Y a continuación presenta Puntos suspensivos con aquel poema de Antonio Sánchez Zamarreño incluido en el libro Fragmentos del romano, aunque bien podría ser suyo: "Nada sabe de amor quien vuelve vivo".
La afición, extrema y dura, nostálgica y arrojada, corea y salta una tonada esperanzadora. Camisetas negras que remiten a cuando Extremoduro mandaba a todo dios a tomar por culo y corazones descascarillados que revelan que la parroquia oscura también siente, ama, padece y llora. La Academia Sueca la lio parda al concederle a Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura, pero no hay güevos a otorgarle a Robe Iniesta el Premio Cervantes, con permiso de Kiko Veneno, Josele Santiago, Jorge Ilegal, Santiago Auserón, José Ignacio Lapido y algunas otras habas contadas del rock español.
Miles de gargantas acompañan su voz y enloquecen con Buscando una luna y Si te vas, regresión al rock transgresivo de Agila y Material defectuoso. "En esta canción hay metáforas más reales que las personas que pasan por la calle", comenta antes de entonar El poder del arte, una maravilla de nueve minutos y nueve segundos sobre la pérdida y la redención, épica marca de la casa que no hace olvidar a la legendaria banda pero que confirma —y hace comprender— a la parroquia que Robe Iniesta sigue siendo su Jesucristo aunque se vista con otros ropajes.
Pocos feligreses como los de Extremoduro, incluso fieles a la apostasía de Robe, verso y violín, desclavado y bajado de la cruz, desprovisto de altares, más eterno que nunca. ¿Cuánto más necesita para ser Dios?
De Extremoduro a Robe
"Los músicos somos los dueños de los estilos musicales, entonces hacemos lo que nos da la gana. Podemos ir a cualquier estilo porque son todos nuestros. Somos los amos", declaró durante la presentación de Poesía básica, un disco irrepetible alumbrado junto a Fito Cabrales, Iñaki Uoho Antón y Manolo Chinato, un bardo asilvestrado que cautivó a Robe y recitó sus poemas junto a los efímeros Extrechinato y Tú. "Mientras el músico nos daba una idea bastante clara de cómo fue cocinado aquel trabajo, aprovechaba para hacer una sonora reivindicación de la libertad del creador (Robe nunca da puntadas sin hilo)", escribe Menéndez Flores en De profundis. "Un argumento cuya vigencia perdura".
La vejiga aprieta y el urinario no se hace esperar, pero escuchar Esto no está pasando de vuelta compensa todos los cálculos o pedrás y todas las prostatitis futuras, que no serán pocas, pues el público es eminentemente masculino, aunque algunas amigas jovencísimas, rompiendo las medias de edad y género, canturrean no solo las canciones de Robe, sino también las de Extremoduro, o viceversa. Un caso, por su bisoñez, en el que se impone la duda: ¿fue primero el huevo o la gallina?
Quizás haya sufrido deserciones —algunas, incluso en tiempos pasados, cuando alambicó el sonido de la vieja banda—, pero la evolución es lógica y aplastante: la madurez bien llevada y la perenne premisa de que una canción tiene que emocionar y no dejarte indiferente. Emociona, claro, el carpe diem anfetamínico de Salir, incluido en Canciones prohibidas, donde explica en qué coño ocupaba sus horas: "En salir, beber, el rollo de siempre, / meterme mil rayas, hablar con la gente, / llegar a la cama y... ¡joder, qué guarrada, sin ti!". Para, al día siguiente, no acordarse de na. "Sí que me acuerdo, sí que me acuerdo…", matizó entre risas.
"Desde que tú no me quieres, / yo quiero a los animales. / Y al animal que más quiero / es al buitre carroñero", corea el público, que reclama una Extremaydura que no llega. Comienzan entonces los acordes de la canción escrita por Manolo Chinato que Extremoduro encumbró a lo más alto de las montañas. "Hasta siempre", repite una y otra vez Robe, quien se lleva la mano al corazón mientras a los suyos, con los brazos abiertos y alzados, se les ensancha el alma.
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