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Ray Loriga: "Es un libro de autolesión"

Tras su paso por el cine, Ray Loriga vuelve a la novela con ‘Ya sólo habla de amor' (Alfaguara), una historia que aborda el fracaso sentimental a través del reflejo de los espejos y el monólogo interior

PAULA CORROTO

The New York Times denominó una vez a Ray Loriga (Madrid, 1967) como 'la estrella del rock de las letras europeas'. Eran los años noventa, época de novelas como Lo peor de todo o Héroes. En la radio, sonaba Smell like teen spirit y poco después Kurt Cobain se pegaba un tiro. Casi 20 años después, Loriga está de vuelta de todo eso. Tras dirigir el filme Teresa, el cuerpo de Cristo, regresa a la literatura con Ya sólo habla de amor (de nuevo, en Alfaguara y con toda su anterior obra en bolsillo), donde pule el lenguaje de los sentimientos. 'El único tema que me interesa', afirma.

¿Para escribir sobre algo tan doloroso como el fracaso del amor, el novelista tiene que haber conocido sus propios infiernos?
En cierta medida tienes que haberlo sentido. A veces, uno se conmueve con experiencias cercanas y, a veces, son propias. En los dos casos, se envenenan de lo propio y de lo ajeno. Pero es un artefacto literario en cualquier caso.

Con ‘Trífero', intentó cambiar el rumbo de su literatura tras ‘Héroes' y ‘Tokio ya no nos quiere'. ¿Por qué ahora otro cambio?
No es algo consciente. Es pura necesidad. Caminas por un lugar y esto es lo que te encuentras. Si luego lo miro en perspectiva, es verdad y hay incluso algo geográfico. Esta novela nace y habla de la literatura centroeuropea, y supongo que son referencias que se van consolidando y de pronto salen.

Esta es una reivindicación que aparece en muchas de sus declaraciones, ya que siempre le relacionan con la literatura norteamericana.
Sí, bueno hay mucha literatura norteamericana que me encanta y forma parte de mi código genético. Además, es muy difícil diferenciar una de otra... Pero sí, es verdad que, como otros clichés reduccionistas inevitables, necesitas no desmentirlos, pero sí empujarlos para afuera para tener más aire.

¿Por qué regresa en esta novela a la dualidad? ¿Intenta mostrar qué hay al otro lado de ese espejo?
Sí, la novela indaga en eso y no sé hasta qué punto lo consigue. A lo mejor, solamente es un paseo por ambos lados del espejo. En un lado, está esto, que no sabemos muy bien cómo lidiar con él, y, en el otro lado, está otro enigma que es la ficción. No sólo la literaria, sino también la amorosa, los sentimientos, que no se agarran con nada.

Precisamente, su gran tema, presente en todas sus novelas, es el del amor. ¿Por qué le interesa tanto?
Todo lo que no sea amor, no es nada. El resto de temas me interesan muy poco. Y si mi interesan es con el sonido del amor. Con esa música, ya sea con la del amor, el desamor, el intento, la búsqueda, el fracaso... Para mí es la música que suena alrededor de todo lo demás. El amor es como meter la luz en la habitación: una vez que se enciende, puedo ver el resto de las cosas.

Mucha gente piensa que el mundo se rige por el dinero.
No, no, lo esencial en el mundo, en nuestro mundo, es el amor.

En sus novelas, el amor ha pasado por varias etapas, desde el mito idealizado a una fuente de sufrimiento. ¿Madurez?
En cierta medida. Digamos que la literatura no es psicología, afortunadamente. Otra cosa es que se rocen en algún caso. Y este no es un libro de autoayuda. No lo he hecho para ayudarme a mí mismo. En todo caso, como autolesión. Lo que a mí me interesa cuando escribo es la literatura, esa es la verdadera enfermedad.

En la novela, el protagonista dice: 'Volvería a querer'. ¿En el amor, somos un poco masoquistas?
Sí, lo que me divertía de esta historia es que es un tipo que va a la desgracia como quien va a la feria, con enorme entusiasmo. Me gusta pensar en Sebastián como alguien que se hunde en un río con una piedra y no quiere soltarla. Y no tiene por qué hacerlo. Tampoco creo que haya nada de masoquismo. Hay algo de aprecio por lo que es tuyo. La dignidad de este personaje es que no deja que le roben lo que es suyo.

Durante un tiempo, le encuadraron junto a escritores como David Foster Wallace. ¿Cree que su muerte es equiparable hoy a lo que significó la de Kurt Cobain para la música de los noventa?
Es curioso porque Kurt Cobain es de mi año y, además, tuve la suerte de verle tocar en directo y sí viví ese viaje generacional. En el caso de Foster Wallace, también somos de la misma generación y algunos de los clichés que rodeaban a Foster Wallace son similares a los que yo he vivido. Es más, cuando vi la muerte de Foster Wallace, sentí que yo había muerto un poco. Es que me parece que el éxito, las expectativas, mal concebidas pueden traer malos resultados.

Entonces, para un escritor, ¿qué puede ser más desastroso: el fracaso o el éxito?
Lo más doloroso para un escritor es no ser un escritor. Y no creo que Foster Wallace se quejase. Lo más doloroso es la gente que mete todo su trabajo en un sobre, lo envía a una editoral y no le responde nadie.

¿El dolor es un motor de inspiración?
No, es un coñazo. La felicidad es una fuente de inspiración mucho más agradable. Lo que pasa es que si te lo tomas con entusiasmo, el dolor es más llevadero.

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