Quique González: “En España un artista solo consigue el verdadero respeto cuando muere”
El músico madrileño celebra sus veinticinco años en la brecha con una gira especial y la publicación de un disco, 'Copas de yate (Vol. 1)', en el que versiona canciones de Juan Perro, Josele Santiago o Kiko Veneno.
Quique González (Madrid, 1973) cumple veinticinco años en la brecha y, para celebrarlo, ha organizado una gira especial, reeditado su discografía en vinilo y publicado un álbum de versiones, Copas de yate (Vol. 1), acompañado de una caja para coleccionar los elepés que contiene un cancionero con todas sus letras y acordes. En su nuevo trabajo, interpreta ocho canciones escondidas y nada evidentes de músicos como Juan Perro, Josele Santiago, Luis Eduardo Aute o Kiko Veneno, que lleva a su terreno y hace suyas, hasta el punto de que podrían pasar como propias. Poco más que decir de un artista genuino, coherente y tenaz, autor de algunas de las composiciones más bellas y emotivas de la canción de autor roquera de este país.
Ese Copas de yate sonaba a La Costa Brava, cuya canción podría estar incluida en una segunda entrega, pero me temo que no, porque alude a la película Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto.
Sí, va por la película. El título del disco, editado por Cultura Rock y Varsovia!! Records, tiene que ver con el espíritu lúdico y de disfrute con el que he afrontado este proyecto junto a mi banda: juntarnos a tocar unas canciones que nos gustan y nos emocionan mucho, tratando de hacer algo bonito, cuidado y con cariño, pero grabado en solo cuatro días.
“Copas de yate” es un saludo carcelario que usted, tan aficionado al cine negro, asimila en su obra, trufada de tantos referentes del género. ¿Su melancolía vitalista encaja en el espacio cerrado de una celda?
Sí, porque mi música es intimista y sentimental. He tocado en un centro de menores, pero nunca en una cárcel, aunque me parece un sitio muy interesante para hacerlo. Podría conectar con quienes sufren la falta de libertad, porque en mis canciones hablo de la pérdida y de la esperanza.
Y también pinta paisajes, una forma de evadirse por los barrotes de la ventana.
Porque a veces me interesa más crear escenas peliculeras que escribir una canción de forma narrativa. En algunas, el escenario donde se desarrolla la acción es casi más importante que la historia que cuento.
A partir de La noche americana (2005) se volvió más peliculero o, si lo prefiere, menos introspectivo. Una apertura que se ensancha con este disco de versiones.
Cuando escribo mis propias composiciones, siento más presión e incertidumbre. Sin embargo, estas canciones son incuestionables, aunque no hayan sido grandes éxitos que hayan llenado estadios. Forman parte de mis paisajes emocionales y permiten que el disfrute salga más a flote, porque yo he sufrido mucho en el estudio y me he cuestionado a mí mismo más de lo que debería. En cambio, con este disco no he sentido esa presión, porque sus canciones son como edificios indestructibles, que ni siquiera yo podría tumbar.
Unas versiones nada obvias que en algún caso, si el oyente desconociese las originales, podrían pasar por composiciones suyas.
Ojalá. Nosotros teníamos la intención de hacer un disco de versiones que no pareciera un disco de versiones. Jugamos con un joker, mi voz, que funciona como hilo conductor y, junto al paisaje sonoro, ayuda a identificar las canciones. Lo he hecho con la mayor honestidad y el mayor amor posibles, por lo que confío en que suene así.
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De Josele Santiago ha elegido Fractales, una canción maravillosa, pero ha sido esa como podrían haber sido otras diez.
Hay autores e intérpretes tan personales que a veces surge el temor de que, si la cantas tú, se pierda algo de su esencia. Josele tiene una manera de cantar muy personal y particular. Y en Fractales, que habla de un tío al que le da un brote psicótico en la calle, su forma de interpretarla también te cuenta lo que está pasando, porque lo hace escupiendo la canción. Yo la canto a mi modo, más reposado, porque no tendría sentido que lo imitara, aunque espero que su historia se siga entendiendo tal y como él la imaginó.
¿Le interesaban Los Enemigos o solo Josele Santiago en solitario?
Los Enemigos me gustaban muchísimo, pero por mi forma de ser y de ver la música siempre acabo tirando hacia la carrera del solista. Siento más cercanía por su obra en solitario, porque me parece más personal. Aunque haya canciones del grupo, como Septiembre o Desde el jergón, que me parecen unas auténticas obras maestras.
Le habrá pasado lo mismo con 091 y José Ignacio Lapido.
Sí, pero también con otros músicos, como Enrique Bunbury, cuya carrera en solitario me parece más atractiva que su etapa en Héroes del Silencio. Voy un poco a la contra, porque hay solistas que pierden a la legión de fans del grupo al que pertenecían cuando emprenden su propio camino. Aunque su música sea genial, es café para los muy cafeteros. Nunca lo he entendido y no sé por qué sucede.
¿Los músicos que versiona serían susceptibles de un dueto?
No ha sido mi intención, como tampoco lo he hecho para que me invitaran a cantar esas canciones en sus conciertos.
Reivindica a Fabián D. Cuesta, el más desconocido de todos ellos, entre los que también figuran Luis Eduardo Aute, Charly García, Carlos Cano o Gabinete Caligari.
Y el más joven. Fabián D. Cuesta es uno de los artistas más brillantes que tenemos, pero por razones que ignoro no tiene el reconocimiento que merece, porque sus canciones son espectaculares. No he incluido Herida y cicatriz para que la gente lo conozca, aunque si sucede me parecería que, solo por eso, este disco ya ha tenido sentido y merecido la pena.
Pese a que lo ha hecho de forma deliberada, podría sorprender que no incluyese a sus referentes: Enrique Urquijo, Antonio Vega, Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat.
Para mí son grandes héroes de la canción, pero las composiciones que podría haber elegido ya han sido interpretadas por mucha otra gente. Me apetecía hacer un disco de versiones que no fuera tan previsible.
Si contara a toda la gente que dice haberme visto en el Rincón del Arte Nuevo, donde nunca toqué para más de quince personas, llenaría Las Ventas
Un primer disco de versiones más tardío que su primer directo, Ajuste de cuentas, publicado en 2006 tras cinco álbumes de estudio.
Las cosas suceden un poco por casualidad. Después de un concierto en A Coruña, en un momento de euforia por lo bien que había sonado la banda y pensando en lo que teníamos por delante, les planteé la idea de hacer este disco para divertirnos y para que fuera un bonus track de la caja de vinilos. Una venada, pero ellos me hicieron caso.
¿Estaba seco, como le sucedió antes de abordar Las palabras vividas, donde musicó diez poemas de Luis García Montero? ¿Lo considera un disco menor?
Bueno, es más anecdótico, pero tiene su valor y ha quedado realmente bonito e interesante, aunque no sea uno de los pilares de mi discografía. En aquel momento, solo tenía siete canciones para mi próximo álbum y no tenía sentido componerlo y publicarlo antes de meterme en la gira, donde vamos a interpretar algunos discos íntegramente. La cabeza no me da para tanto, por lo que preferí darme un poco de tiempo, escribir cuatro o cinco canciones más y, mientras, lanzar Copas de yate (Vol. 1).
¿No cree que esa exigencia ha sido una constante en su carrera? Hasta el punto de que ha llegado a desechar las canciones que había compuesto para nuevos proyectos —el conceptual Kid Chocolate, por ejemplo, no llegó a editarse— o a abandonar algún encargo, como sucedió cuando falleció Enrique Urquijo.
Nunca he llegado al estudio de grabación sin tener al menos diez canciones que me gustaran mucho. Si me olvido de algunas es porque no merecían la pena. Y si no me meto a fondo en un proyecto quizás sea porque no tengo la energía necesaria para afrontarlo. En todo caso, a veces desechas una composición, pero hay una parte concreta que te emociona y, de forma providencial y mágica, vuelve a aparecer años después porque es justo lo que necesitas para una nueva canción. Aunque, en realidad, nunca he sido de tirar mucho del cajón...
Cuando andaba mal de pasta, rechazó ofertas económicas de la industria, como vender parte de los derechos de sus canciones o prestar su música para anuncios publicitarios. Más allá de un caso extremo, como procurarle el sustento a su familia, ¿cuál es su precio?
Cualquiera que pueda decir un precio es que tiene un precio, ¿no? Tú lo has dicho: si mi familia estuviese en peligro o si tuviese que operarme en Houston. Ahí diría: “Vamos con todo y hago un anuncio para McDonald's”. Sin embargo, no creo que esa empresa estuviera tan interesada en mi imagen como para hacerme una oferta que no pudiera rechazar.
A usted lo alienta el desafío de hacer su mejor canción y su mejor disco. Sin embargo, también ha comentado que a veces piensa que su culmen ya ha pasado.
Lo pongo en duda porque hay gente convencida de que ya he hecho mi mejor disco. Y, aunque a mi juicio lo supere, no voy a borrarle esa idea de la cabeza.
Claro, pero ahí subyace la idea de lo vivido, es decir, de lo que el público asocia a ese disco. Y para eso usted tiene una respuesta magistral: ellos tampoco son los mismos de entonces.
Porque no es una cuestión objetiva, sino de vivencia personal. Si asocias Salitre 48 a la persona que eras en aquel momento, es muy difícil que cualquier álbum nuevo compita con él. Puede parecer un poco retorcido, pero realmente no están hablando tanto de mi disco, como de su vida.
Quería grabar uno con María Dolores Pradera, en el que interpretara canciones suyas, aunque falleció antes de que surgiese la posibilidad. ¿Con quién más le gustaría colaborar?
Me hubiera encantado grabarlo con ella. También tengo la espina clavada de no haber cantado con Antonio Vega, mi ídolo absoluto. Es una putada, pero no se dieron las circunstancias. Tampoco lo intenté, y eso que estaba muy cerca de gente que tocaba con él, como Basilio Martí o Nacho Béjar, con quienes había grabado mi primera maqueta. Por otra parte, le he planteado un montón de veces a Miguel Ríos la idea de grabar un disco como American Recordings, de Johnny Cash, con canciones en castellano. Creo que se pasaría por la piedra a todos…
En el estupendo libro Quique González. Conversaciones (Efe Eme), de Arancha Moreno, usted pronuncia una frase lapidaria: “Lamentablemente, no hay mejor artista que el artista muerto”.
Para la industria discográfica no hay mejor promoción que la del artista muerto, porque no tienen que hacer nada. Da la impresión de que guardan un disco ya fabricado en el cajón para lanzarlo el día que fallece el pobre músico. Y en el agujero negro de las redes sociales, cada vez que muere un artista, empiezan a salir fans por todos lados, glosando las virtudes del ínclito difunto, a los que yo nunca había visto hablar de él hasta entonces. Quizás también ocurra en otros países, pero parece que el verdadero respeto en España solo se consigue cuando un artista muere.
Como cuando cierra un bar, al que todo el mundo iba, por falta de clientes…
Sin duda. También venían a verme legiones de fans al Rincón del Arte Nuevo, cuando en realidad nunca toqué para más de quince personas. Si contara a toda la gente que asegura haberme visto allí, llenaría Las Ventas.
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