'La quimera', una fábula de ladrones de tumbas y mercaderes de la memoria
La cineasta Alice Rohrwacher se pregunta de quién es el arte y las piezas arqueológicas y a quién pertenece el pasado y la memoria en esta película. Una hermosísima fábula protagonizada por una banda de 'tombaroli' (saqueadores de tumbas).
Madrid-Actualizado a
En los años ochenta, en Italia, los tombaroli, ladrones de tumbas, violaban los asentamientos etruscos para vender las antigüedades a comerciantes locales y, después, los revendían mucho más caros a mercaderes internacionales. Luego, se enriquecían enormemente subastando de nuevo esas piezas.
De quién es el arte y los objetos antiguos y, sobre todo, de quién es el pasado y la memoria es lo que se pregunta la cineasta Alice Rohrwacher en La quimera, una hermosísima y muy astuta fábula, con la que vuelve a cuestionar el sentido de propiedad y el sistema capitalista, como ha hecho casi desde que comenzara en el cine.
Premio de honor en el D'A Film Festival de Barcelona, la cineasta, que estrenó su película en el Festival de Cannes, ha acudido a sus propios recuerdos de infancia, en una zona llena de saqueadores de tumbas, para crear este cuento.
"Estaban en el bar, sentados, en todos los sitios, y hablaban de los hallazgos que habían encontrado la noche antes". Y con esa memoria, que es herencia de todos, la directora imagina una historia de soñadores, mujeres y hombres que persiguen una quimera, unos, tiznados por el afán de la riqueza sin trabajar, otros, fascinados por lo que hubo en el pasado.
Comprar y vender
Protagonizada por el británico Josh O'Connor, uno de los intérpretes con más talento de los últimos años, y acompañado por Isabella Rossellinni, la película reúne a Arthur, un extranjero, con la banda de los tombaroli, en una pequeña ciudad. Él tiene el don de saber dónde están los yacimientos, pero, al contrario que sus compañeros, allí no busca tesoros, solo quiere recuperar a Beniamina, el amor y la mujer perdidos, quiere hallar la puerta que comunica a los vivos con los muertos, esa entrada al Más Allá de la que hablan los mitos.
A Alice Rohrwacher le daban miedo aquellos saqueadores de su infancia, "pero no tanto porque hicieran cosas ilegales, sino más bien porque cogían las cosas de los muertos. Y yo, en general, cuando algo me da miedo, intento entablar una cierta amistad con ello, así que empecé a hablar con ellos para entender bien dónde encontraban el orgullo y el derecho para abrir aquello que se consideraba sagrado", expresa la cineasta.
Entendió, entonces, que "aunque ellos se vieran como depredadores, ladrones, subversivos y a contracorriente, en realidad eran los hijos sanos de un sistema enfermo, de un mundo materialista que ya no cree en nada y que, por lo tanto, abre la posibilidad a entrar en estas tumbas, de entrar a robar, porque todo se ha convertido en mercancía para comprar y vender".
Decisiones históricas
El tráfico ilegal de obras de arte y antigüedades arqueológicas creció a partir de los años ochenta hasta el punto de que movía más dinero en el mundo que el que hacía circular la droga. Sobre esta realidad, la directora y guionista reflexiona sobre los lodos del capitalismo y su sentido venenoso de propiedad, que ella soluciona al final de esta bellísima fábula con un grupo de mujeres en una antigua estación de tren abandonada y, ahora, ocupada por ellas, con la que recoge la enseñanza de ese pasado que no pertenece a nadie y es de todos.
"La etrusca era una civilización bastante serena, donde hombres y mujeres vivían en igualdad", dice refiriéndose a un instante de la película en el que uno de los personajes, Melodie, dice mirando a cámara: "Si los etruscos hubieran pervivido, el machismo no existiría".
"Esta broma está en la película para recordar que el patriarcado no es una condición natural del ser humano, sino que es una decisión histórica. Tenemos que darnos cuenta de que muchas cosas que damos por sentadas no son naturales, sino que han sido una decisión que se ha tomado en algún momento", dice Rohrwacher, que añade que "el fascismo es consecuencia del machismo".
El capitalismo en los museos
Poética y gamberra, vital y melancólica, La quimera es la aventura del tiempo y de la memoria, un relato que nace de la realidad y que, por tanto, hoy es de todos.
"La sensación más bonita es ver una película que parece que no la haya hecho nadie concreto. Sentir que esa película no le pertenece a esa persona, que lo único importante es que esa película exista. A veces me dicen que estoy evocando con mi cine a Fellini o Pasolini, pero lo que se evoca en mi cine es la realidad que ellos me han hecho ver. Lo que ellos hacen es una cosa que no les pertenece. Sus películas nacen de lo que es común y son de todos", manifiesta la directora.
"Me gusta pensar en los arqueólogos como guardianes de todo aquello que se acaba, de todas aquellas civilizaciones que se acaban. Es algo más bien bonito para mí. Cuando algo llega a su fin, su historia cobra magia. Creo que debemos reflexionar sobre qué es lo que vamos a dejar cuando se estudie el capitalismo en los museos. Por eso tengo esta ilusión de crear cosas bonitas, que dejemos algo que no sean solo armas y vertidos", concluye.
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