madrid
"¿De qué nos serviría un sistema cultural que sólo estuviera al servicio de aquellos que tienen el tiempo, los recursos y la tranquilidad para ‘consumir cultura’?". La pregunta, tirada a bocajarro, deja un regusto amargo. Como si su formulación nos desvelara algo que ya intuimos y que, con frecuencia, preferimos obviar. En tiempos de depresión y precariedad, queda al descubierto una realidad que nos interpela como sociedad y nos pone frente a un espejo del que no siempre salimos bien parados, a saber; "si la vida social no está garantizada, la cultura no es viable o acaba siendo un recurso insolidario y elitista". La conclusión citada, de una lógica desarmante, forma parte de un manifiesto firmado por la cooperativa La Murga en pro de una renta básica universal que cuenta ya con más de 3.000 adhesiones.
Ahora que el Ejecutivo acaba de hacer efectivo un sistema de créditos blandos que tratará de reanimar lo que quede de la industria cultural tras el parón, quizá no esté de más que sus responsables lean este manifiesto, un texto que –aclaran los autores– no pretende circunscribirse exclusivamente al ámbito de la cultura y sus profesionales, sino que lo hacen extensivo a toda la sociedad. "Tenemos la convicción de que una renta básica universal e incondicional sería la mejor política cultural posible", puesto que "mejoraría la vida de mucha gente, y al mismo tiempo mejoraría radicalmente las condiciones de las prácticas artísticas y culturales", apuntan.
"¿Puede la vocación mantenerte en una economía de guerra durante años?"
En plena catarsis pandémica, se impone la necesidad de imaginar nuevos horizontes posibles y de revisar aquellos que dejaron de serlo. La cultura habita un ecosistema asfixiado por una precariedad rampante que se ha ido enquistando y que, al mismo tiempo, ha ido perfilando una nueva forma de entender y trabajar la cultura. "Es obvio que no queremos un modelo que nos esclavice –apunta Rubén Martínez, miembro de La Hidra Cooperativa y uno de los responsables del manifiesto–, y una de las líneas políticas que siempre ha estado ahí, en barbecho, ha sido la renta básica universal, lo que sucede es que ahora, en esta coyuntura, el consenso al respecto es inaudito".
Con la economía patas arriba y un escenario pre-Covid que ya era el sálvase quien pueda, vivir de la cultura en nuestro país se ha convertido en algo cercano al privilegio: "¿Quién puede mantenerse ejerciendo una actividad, llamémosle creativa, con el grado de intermitencia y flexibilidad que reina en estas profesiones?", "¿cómo perseveras en este tipo de profesiones plagadas de falsos autónomos?, ¿a base de vocación?, ¿puede la vocación mantenerte en una economía de guerra durante años?", se pregunta Rubén, sobra decir que de forma retórica. La respuesta es sintomática, y nos habla de un modelo que privilegia a unos pocos, que serán los que finalmente produzcan la cultura que consumimos. "Es pura economía política, es una cuestión de estructura social, es algo que descubres poco a poco porque tiende camuflarse, les resta autenticidad saberse de un origen próspero".
"Hay quien puede trabajar como artista porque sus rentas familiares o patrimoniales se lo permiten"
Cristina Tascón, gerente de la Asociación de Profesionales de Circo de Catalunya (APCC) e integrante de La Murga, desliza un par de cifras para acotar el problema: "Sabemos que aproximadamente el 90% de los intérpretes no llegan a ser mileuristas, y que muchos ni siquiera facturan más de 3.000 euros al año, esto nos lleva a pensar en el pluriempleo para subsistir, pero también y sobre todo en que hay gente que puede trabajar como artista porque sus rentas familiares o patrimoniales se lo permiten". De ahí la importancia, incide Tascón, de una renta básica universal, solo así "la profesionalización de la cultura dejaría de tener tanta fuerza, en pro de la persona como realizadora del hecho cultural sin la necesidad de dar ese paso hacia la profesionalizacion".
Son estas lógicas mercantiles las que terminan por instaurar una determinada mirada creativa. Entender desde dónde crea el autor dice mucho de su mirada, de su capacidad disruptiva o de su inanidad. En palabras de Judit Font, trabajadora en derechos sociales y parte activa del manifiesto, "el mercadeo de la cultura y el hecho de que ciertas clases privilegiadas copen la producción cultural, lo que hace es reproducir lo que son, reproducir una estética, un estilo de vida o un imaginario que contribuye a su propia reproducción como clase".
Reivindicar una renta básica universal es, en esencia, reivindicar lo que nos pertenece. Romper con esa tribuna que da la clase social y permitir una cierta democratización. Pasar de la lógica de la ayuda a la del derecho. Cambiar el subsidio, la beca o la subvención por lo que es nuestro como ciudadanos. "Para acceder a los recursos públicos siempre hay que acreditar, validar, demostrar cierta solvencia, toda esa complejización de los recursos público va en detrimento de la cultura y el arte", zanja Font.
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