Este artículo se publicó hace 4 años.
Postales de sol y playa: de blanquear una dictadura al 'Spain is different'
Varias exposiciones analizan desde una perspectiva crítica la evolución e incidencia del turismo en nuestro país. Un fenómeno que atraviesa de forma decisiva las transformaciones que ha vivido el país desde el franquismo.
Madrid--Actualizado a
El sector del turismo anda en pie de guerra. Los temidos rebrotes son ya multitud y muchos son los gobiernos que han tenido a bien recomendar a sus conciudadanos evitar visitar nuestros encantos naturales. Por primera vez en mucho tiempo la maquinaria del turismo se detiene o aminora su marcha. Atrás quedan décadas de un modelo que horadó nuestras costas y reconfiguró para siempre nuestra identidad.
Poco más de medio siglo separa las primeras (y desinhibidas) expediciones suecas a tierras canarias de esa reconocida oda a la estupidez humana llamada balconing, dos extremos de un mismo fenómeno que ha ido generando y degenerando una cultura banalizada con denuedo. El turismo en nuestro país fue en su día sinónimo de aperturismo, pero también de servilismo y catetismo. Un nudo gordiano en el que confluyen búsquedas, aspiraciones y deseos de un pueblo y unos gobernantes hambrientos de modernidad.
Urge repensar el relato. Casualidad o no, varias exposiciones analizan desde diferentes aproximaciones críticas, el legado de esa apisonadora que vino para quedarse al calor del fritanga, la sangría y la paella con guisantes. De vacaciones en el jardín de las Hespérides −exposición que se puede ver en el IVAM hasta el 30 de agosto− analiza precisamente ese esfuerzo ímprobo por gustar, por armar un imaginario que seduzca al visitante. Lo hace a través de su cartelería, de los folletos y revistas, de las postales y reclamos que fueron componiendo ese paraíso de naranjas, cielos límpidos y camareros solventes. Patrimonio de la infamia que fuimos pero también, y al mismo tiempo, de una entrañable búsqueda de nuestra mejor cara, una que fuera del agrado del extranjero y sus billetes. Campañas publicitarias que inducían a "dejarse malcriar" o a sentirse "reyes por un día", y que sentaban las bases de un futuro Magaluf. De aquellos barros, estos lodos. Chupito a un euro.
Y de la Costa Blanca a las Baleares de la mano de la artista visual e investigadora Marina Planas. La muestra Enfoques bélicos del turismo: todo incluido, que se puede ver en Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma hasta el 27 de septiembre, indaga en las cicatrices que deja el turismo sobre el terreno. Otra de las grandes derivadas del problema, esa mutación constante del paisaje en pro del resort y la oferta habitacional.
Planas establece tres líneas de lectura relacionadas entre ellas y muestra la evolución del turismo y los conflictos que se derivan de la devastación de los territorios y de las transformaciones culturales que afectan a la vida de los habitantes, acentuando la idea que relaciona cierto tipo de turismo con el empobrecimiento y la destrucción.
La familia de Planas se dedicó a la producción de postales durante las décadas de los años 50, 60 y 70 para la industria del turismo, generando así la iconografía y las imágenes de vacaciones de las Islas Baleares. Cientos de imágenes que merodean el ya clásico 'Spain is different' y que, manipuladas por Planas, interpelan al visitante, reservando tras esa apariencia plácida y desenvuelta, una reflexión menos amable que nos habla de apropiación y territorio, devastación y empobrecimiento. La otra cara de ese festín de pulseritas, cubalitros en la pisci y pelotas hinchables. Una invitación a repensar el modelo, pero sobre todo a mirar de otro modo esa iconografía vacacional que dimos por sentada. Por la obra de Planas se filtra, de forma sibilina, una certeza que de algún modo ya intuíamos, a saber; algo no anda bien en ese supuesto paraíso que es guirilandia.
Retablos en blanco y negro
Antes de que los cielos y las naranjas en Technicolor se convirtieran en nuestro reclamo por excelencia, hubo un fotógrafo, el catalán Ramón Masats, que estuvo persiguiendo el frasco de las esencias de la españolidad. Trazas de supuesta pureza que, a ojos de la cultura oficial, constituían a mediados del XX lo que debíamos entender por patria. El resultado, sobra decir, es triste y gris, la viva imagen de un país apolillado que ora, bosteza y embiste, como dijo el poeta.
Ocurrió entre 1955 y 1965, una década que coincide con el fin de la autarquía en la dictadura franquista y con una apertura controlada, sin alharacas. Fue entonces cuando Masats tuvo a bien lanzarse a los caminos de una España hecha de recodos, pateando pedrizas, auscultando con su máquina fotográfica a un pueblo tallado en las toscas aristas de un clérigo medieval. Lo hizo, además, a sueldo del recién creado Ministerio de Información y Turismo.
Aquellos carretes pretendían ser el testimonio de nuestra apertura al mundo. Un reclamo en blanco y negro con el sol, el flamenco y la gastronomía por bandera. La Santísima Trinidad a la que todavía hoy, en plena caída libre poscovid, nos encomendamos para salir del agujero. Cientos de imágenes de esa España que ha de helarte el corazón y que los publicistas del franquismo, conscientes quizá de la dificultad de su empresa, tuvieron a bien condensar bajo un epígrafe entre la súplica y el minimalismo: Visit Spain. Consigna que da nombre a la exposición que, en el marco de PHotoEspaña, se podrá ver en Tabacalera de Madrid hasta el 20 de octubre. Una vuelta más a ese imaginario hecho de tópicos que, a fuerza de publicitarlos, terminaron por maniatarnos.
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